Las cartas
Publicado: Mar, 04 Sep 2018 12:31
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Como un poema mal escrito
somos versos sin rima,
estrofas sin ritmo
en un compás entrecortado.
(Paul Simon – Conversación en el aire – Traductor desconocido)
Quizás no se abra paso el paseo nocturno
en nuestra vieja calle cubierta de geranios
ni entre los farallones de la playa de Azuara
y los montes sombríos de tu primer misterio
que me hablan y me acusan
de haber dejado
que tus cartas buscaran el Leteo
y, lentas, se perdieran
entre los autobuses de una cita nostálgica
sin huella en el camino,
y sin embargo
deseé hasta la muerte las palabras
que llevaran mi nombre y nunca me escribiste.
Las busqué en el recuerdo de la aurora,
en el invierno gris del templo oscuro
cuando hilan las lóbregas pavanas
el manto de las nubes,
asalté los peldaños de los tragos amargos,
pregunté por las sendas, me hice amigo del aire
intentando escuchar en sus entrañas
lo que nunca pasó, lo que no me dijiste.
Ahora de tu voz busco las sombras,
la calma del vencido que arroja la toalla
en el viento del Este que azota las quimeras
de nuestro amor dormido,
en la cometa azul que se enredó en tu blusa,
en las manos de marzo
que movían tu pelo en las tardes dichosas
de un Cádiz que lloraba en el barrio La Viña
la alegría de Carlos viva en La Habana Vieja.
Y no sentí tu aliento de novia apasionada
que portara la herida de un pétalo en la frente,
ni impedí, por mi orgullo,
que acabara en la orilla la palabra precisa
que nervioso esperaba,
quedó entre tu boca y mis caricias
como un papel mojado que no encontró tu aliento,
como la barca hundida en la arena olvidada
o el viejo pescador que abraza la derrota
de los vientos perdidos
y no vuelve a la mar.
Como un poema mal escrito
somos versos sin rima,
estrofas sin ritmo
en un compás entrecortado.
(Paul Simon – Conversación en el aire – Traductor desconocido)
Quizás no se abra paso el paseo nocturno
en nuestra vieja calle cubierta de geranios
ni entre los farallones de la playa de Azuara
y los montes sombríos de tu primer misterio
que me hablan y me acusan
de haber dejado
que tus cartas buscaran el Leteo
y, lentas, se perdieran
entre los autobuses de una cita nostálgica
sin huella en el camino,
y sin embargo
deseé hasta la muerte las palabras
que llevaran mi nombre y nunca me escribiste.
Las busqué en el recuerdo de la aurora,
en el invierno gris del templo oscuro
cuando hilan las lóbregas pavanas
el manto de las nubes,
asalté los peldaños de los tragos amargos,
pregunté por las sendas, me hice amigo del aire
intentando escuchar en sus entrañas
lo que nunca pasó, lo que no me dijiste.
Ahora de tu voz busco las sombras,
la calma del vencido que arroja la toalla
en el viento del Este que azota las quimeras
de nuestro amor dormido,
en la cometa azul que se enredó en tu blusa,
en las manos de marzo
que movían tu pelo en las tardes dichosas
de un Cádiz que lloraba en el barrio La Viña
la alegría de Carlos viva en La Habana Vieja.
Y no sentí tu aliento de novia apasionada
que portara la herida de un pétalo en la frente,
ni impedí, por mi orgullo,
que acabara en la orilla la palabra precisa
que nervioso esperaba,
quedó entre tu boca y mis caricias
como un papel mojado que no encontró tu aliento,
como la barca hundida en la arena olvidada
o el viejo pescador que abraza la derrota
de los vientos perdidos
y no vuelve a la mar.