“A menudo un poeta se acusa y se calumnia,
exagera, por amor, su propio desamor,
exagera, para castigarse, su propia ingenuidad…”
(Pasolini)
“Análisis tardío”
Sé bien, sé bien que estoy en el fondo de la fosa;
que todo aquello que toco ya lo he tocado;
que soy prisionero de un interés indecente;
que cada convalecencia es una recaída;
que las aguas están estancadas y todo tiene sabor a viejo;
que también el humorismo forma parte del bloque inamovible;
que no hago otra cosa que reducir lo nuevo a lo antiguo;
que no intento todavía reconocer quién soy;
que he perdido hasta la antigua paciencia de orfebre;
que la vejez hace resaltar por impaciencia sólo las miserias;
que no saldré nunca de aquí por más que sonría;
que doy vueltas de un lado a otro por la tierra como una bestia enjaulada;
que de tantas cuerdas que tengo he terminado por tirar de una sola;
que me gusta embarrarme porque el barro es materia pobre y por lo tanto pura;
que adoro la luz sólo si no ofrece esperanza.
(Finales de los años sesenta)
(Traducción - Hugo Beccacece)
Me arrastro en el olvido como un lobo enjaulado
que no conoce a nadie y vaga en cuatro metros,
muero en la soledad de una especie extinguida.
(Palabras a Constance – F. E. León)
“Análisis tardío” pudo ser simplemente un mal momento, a tenor de la actividad frenética que sostuvo hasta el momento mismo de su muerte. Pero es el testimonio de quien pudo pensar así en una tarde oscura, del guerrero que se hunde en un momento preciso que se le escapa la duda y la certeza es implacable, quien piensa que su voz dulce, esa misma que denunciaba los males de nuestro tiempo con palabras que traspasaban con rabia el papel y el espejo de sus enemigos, que su sonrisa ya no podrá sacarle del vacío de verse a solas con su pensamiento pidiéndole a la luz que no le ofrezca esperanza, rogando a los demás que no le hagan sentir la soledad de su compañía.
El mundo de Pasolini no es distinto al nuestro; los verdaderos poetas sufren la indiferencia que se le reserva a la verdad en un mundo que se siente en su elemento especulando con las apariencias. El hombre ha arrinconado la luz y la poesía como a ese animal enjaulado que no sabe rendirse. Una violencia pasiva es la huella de una modernidad que muestra sus ansias de ceguera ante las palabras escritas en el muro que muestra el declive de la moral, del sueño de la justicia.
Cuarenta y un años después de su muerte seguimos viviendo la misma contradicción, no escuchamos a aquellos que merecen nuestra admiración porque muestran el corazón en lo que dicen y podrían molestarnos al mostrarnos nuestra incapacidad para mirarnos hacia adentro, por eso les arrebatamos la paz para que sea turbio y dolorido lo que habría de ser siempre luminoso en la búsqueda del espíritu del hombre, en cambio encumbramos a voces amables que apenas dicen nada y muestran una permisividad vergonzosa con los pequeños delitos que llegan a ser monstruosos cuando rompemos los hilos de una nueva criatura, que santifican un culto desproporcionado y nocivo a la comodidad y sacrifican a los ángeles de una niñez que vuelve a un hombre que vislumbra los cincuenta años y nos habla de su prístina pobreza, de su eterna juventud.