Preludio preliminar
Publicado: Vie, 22 Jun 2018 10:17
Existirá quien se pregunte por qué escribir, creo.
También creo en las cosas convencionales, y por lo tanto, en la posibilidad de llevar cualquier tarea a cabo.
No invento nada nuevo.
Los testamentos no son voluntades.
Tampoco nos tomamos la vida con filosofía.
La filosofía nos toma con vida.
Me explico:
Nos coge con pinzas, y nos remueve las palabras.
Y así hasta sacarnos de las afirmaciones.
Y así hasta el eureka.
Creo en una religión que no coincide con la de los jugadores de póker.
Me explico de nuevo:
No apuesto por ella, no confío en mis posibilidades, ni siquiera en mis pensamientos, ni muchísimo menos en las cábalas o probabilidades.
Esta religión no es insufrible.
Sin ídolos no hay conocimiento que alcanzar.
Eso debe pensar la órbita caótica de un cometa.
Y si me estrello contra mis versos, no lo considero un error, sino un agujero negro.
Es decir, nunca llego a hundirme lo suficiente en ellos.
Algo similar ocurre con esta religión de dioses inalcanzables.
Me contento con -a pesar del desmedido desenfreno del apego divino, o de la vana y trivial y común y profunda y desafiante convicción de que un no dios sigue naciendo de las intimidades en las que no logro seducirme- instaurar una ley de no compromiso, basada en otras disposiciones derogatorias, diferentes al castigo del punto cero, esa cámara de tortura para creyentes enfundados en camisas de fuerza.
No es una religión en contra de todas las demás certezas morales.
No puedo negar sus imposibles,ni afirmar su identidad.
Soy un feligrés que no pertenece al clima de la devoción.
No rezo ni elevo plegarias.
Escribo, quizá.
Porque no solo se puede subir al escenario antes de una actuación.
No caigo en la trampa de la memoria de los versos.
La poesía no es un centinela que alerta a todas las defensas.
No hay guardia ni guarida.
El dios y el no dios no son una unión de contrarios.
Creo en que el desarrollo del orden camina conmigo, porque no se puede quebrantar la atracción entre los astros y los pensamientos.
Es una religión nueva y arcana, que marca todos mis pasos, versos, besos y bendiciones.
Es la inmovilidad de las ilusiones.
La aceptación de un modelo.
Sacarse la monstruosidad y la amoralidad del dulce trasfondo del precio a pagar por la visita del hombre al baño de realidades.
Un dogma de fe en la finalidad de la lucha interna del hombre.
Que tiene un propósito.
Todo lo tiene.
El hombre hace al hombre.
Sirve de ejemplo para gobernar ruinas.
No es una gota de agua la que colma el vaso, sino el desbordamiento de su contenido.
No es una religión cualquiera.
Es imposible -se puede opinar así- compararse con el universo de cualquier otro ser.
La diversidad hizo la esencia, quizá una noche fría y pusilánime.
Mientras dormíamos.
O mientras negábamos a dios, o lo afirmábamos, tomando de él lo que nos convenía.
Pero el momento en que nos quedamos a solas de ideas y conceptos, aparece el concepto del tiempo y el pensamiento.
Es una religión, no fallida, porque no se intenta ni se interna en la conciencia.
Es la doctrina, la máxima espiritual de saber que la expulsión del hombre de sí mismo sigue siendo imposible.
Reiterar en la abstracción de las matemáticas cuyos cálculos mantienen la espera, la paciencia y la prudencia.
Es la inmortalidad.
No nacemos con un dios en el ombligo, pero nos separan con un corte de nuestra madre.
Lo que queda es el resultado de las revelaciones que han hecho de nuestros semejantes una fuente de sabiduría, basada en la leyenda de las ineludibles ilusiones, creencias, leyes, normas y conductas.
No son ni somos ni serán ni seremos condenados.
Pero dios cierra todas las salidas.
No es tampoco un laberinto.
Es algo difícil de explicar.
Nos han hablado de dios, conocemos de él lo que no conocemos de él.
Me explico:
Lo que no sabemos de dios es la distancia entre nuestros semejantes y nuestras evidencias.
Cargamos con dios.
Base de creencias.
Amor.
Religión y fe.
Diversidad de referencias.
Pecados.
Quiero una religión que no hable por sí misma.
Esto es, quiero una religión que reine en el sentido común.
Porque solo ella es el comportamiento del hombre.
Existe.
Se multiplica y se propaga a través de la iconoclasia.
Dios contra el espacio.
Cambiar el pensamiento humano capaz de formar un dios.
Otro dios que resulte de las inhibiciones e impresiones sobre el origen de la carne.
Del génesis.
De un final anterior al génesis.
Así funciona el pensamiento:
A veces ama o idealiza el misterio.
Otras, imagina lo mismo que no pertenece al hombre ni al pensamiento.
No consiste en escapar de la inmensidad, sino concentrarse en un solo punto.
¿Imposible?
¿Contextualizar nuestras certezas?
¿Qué esencia es opaca al pensamiento?
¿Por qué existe la conciencia?
Interrogantes sobre la libertad de expresión.
¿Somos iguales en fondo y forma?
¿O solamente nos caracterizan realmente las cuestiones vitales?
Me estrello contra el concepto de conciencia, al igual que un gallo anuncia el amanecer.
Despertando.
Pero con mis ideas intocables.
Aunque haya soñado con hacer realidad las imposibilidades, caigo en la cuenta de que solo mientras duermo, soy un hombre hueco.
Solo mientras duermo dejo huella en la Tierra.
No me separo de mi cuerpo.
Pero sí del tiempo que transcurre entre el amor y la poesía.
La única condición para inventar algo nuevo, sin material conocido, consiste en considerar la opción de aceptar el pensamiento propio.
Es inercial.
Lo único que nos habita, rodea, encierra, arrima, une y diversifica.
Lo único que nos separa de la palabra.
La dificultad para el control del hombre que quiere asumir impurezas basadas en impulsos.
Religión, al fin, pero con condiciones.
Conciencia, al fin, pero con superficialidades.
Ya lavaremos a solas las lágrimas sucias -si es que existen-, justo después de invocar a la condescendencia.
Esas lágrimas sucias, si es que existen, treparán por nuestros párpados hasta ahogar a los pájaros.
Nuestra libertad vuela en una religión sin nombre, pero dios habita todas las religiones y todas las libertades.
Es así como los humanos llamamos a la virtud.
Y es así como los cánones, y ese dios que llevamos en las tripas, hasta hacer la digestión completa de nuestra visión del mundo.
Alimento, dios, ese dios, esa religión, ese dogma, cuya predilección por el hombre lo transforma en un quiste epidérmico, en un estigma, una lacra social de la que no se tiene duda.
Ese alimento es la duda y la deuda del hombre con las emociones, con los sentidos y con la llegada de la lluvia, o del ocaso.
El compromiso eterno que nace en el aliento del prójimo.
La luz del fondo del mar donde se amontonan las perlas, huidas de sus teorías sobre lo material y lo inmaterial.
Asociadas en un grito de agua que rebosa y desborda los ríos y lagunas y embalses y arroyos.
Es la composición orgánica y organizada, por fin, gracias a la canalización de las causas, causas primeras e ineludibles.
Se resumen en lo natural de un modelo de camino.
El simbolismo del universo desaparece entre una nube de vida contemplativa.
Como si se tratase de un solo fondo, cae
en el suelo del recuerdo cavando túneles sin forma.
Así funciona el ser humano, el servicio del ser humano al universo es comparable al del descanso para el control de las estaciones sentimentales.
La religión duerme bajo un manto de creencias.
No hemos aceptado a dios, hemos aprendido que existe la fortaleza oscura e insufrible.
Por eso no se puede crear una religión.
Ni siquiera una creencia.
Solo estamos hechos de convicciones que a veces no apreciamos.
La duda no forma parte del pensamiento, sino del alejamiento del ámbito de la conciencia.
La existencia no se basa en las matemáticas, sino en la ciencia.
Y la única ciencia que el cielo conoce es este otro cielo, tan cierto como voraz.
Un enjambre de posicionamientos.
El horizonte de la sombra del viento.
Ése es el imposible.
El impacto de la crisis emocional.
La soledad no existe en un palmo de intimidad.
Solo el firmamento conoce cómo reconocer un cuerpo.
Nosotros tenemos a dios.
Somos la única forma de alcanzar un acuerdo con la esencia.
No es una religión que reine ni gobierne con palabras.
Es la voz de una estrella que duerme en un comunicado.
Es la verdad que no pertenece al favor divino.
Es la mano que estrechamos.
El estreno de una película de acción y reacción.
La realidad de nuestros músculos, tejidos, huesos, órganos.
La conciencia es por tanto el compendio del desconocimiento y del conocimiento.
El baremo de las atribuciones de las diferencias.
El hombre que busca en sí mismo una estampida.
Una escapatoria.
Una huida.
Un exilio.
Es la poesía.
La religión duerme en su pecho.
Todas las religiones duermen en su pecho.
La poesía no es dios, pero el cadáver de las cúspides sociales están basadas en ella.
No quiero inventar nada nuevo.
Intento comprender, plasmar, imprimir el pensamiento que me une a la práctica de las interpretaciones.
No soy el pensamiento que se escapa.
De una u otra forma él vuelve a mí.
Serán ideales para el control del filtro que me trasciende y depura siempre la melancolía, la insatisfacción, o el desencanto.
La búsqueda, dentro del laberinto, de una muchedumbre.
Multitud de ideas y conceptos que se ocultan y se disparan en todas direcciones, y se disputan el valor de la certeza.
Puedo recrear innumerables cosas, pero el hallazgo consiste en no moverse de la casilla de salida.
Puedo contemplar el paisaje, pero la perspectiva nunca se agranda, solo la destiñen las desilusiones o la decoran las emociones.
Dentro de dios debe haber algo así como un recipiente para el desconocimiento humano.
Pero nos atragantamos, como dije, con nuestra propia carne.
Nos roza el pensamiento que siempre nos aleja o nos aísla.
Y transformados en islas, hacemos posible la soledad del océano.
La soledad del cielo.
De nuestro propio hábitat.
Y con dios en las entrañas, siempre caemos en la trampa:
ocultarlo para que salgan las palabras.
Qué palabras...
Dios no se pierde por el retrete.
Nos mira desde el futuro de la lluvia y la tormenta.
Por eso acondicionamos todo lo que nos falta, creando sombras y tinieblas de diamante.
Ese diamante nunca se raya.
Pero el tacto de las ideas no es cristalino, su brillo no es cristalino.
No lo es.
Dios es la religión que vulnera el derecho al silencio.
Y todos comunicamos un fuerte clamor popular contra cosas que creemos injustas e injustificadas.
En el interior del hombre vive el delirio.
Se reproduce en sus células y anticuerpos.
La enfermedad es la distancia entre nuestra fe y lo que nos mata.
Vivimos enfermos.
Pero nos revolvemos y nos levantamos contra nuestras dolencias.
Formamos parte de algo que no conocemos, y que no queremos abandonar.
No hasta que no resolvamos el misterio.
Conocer nuestra suerte o desgracia.
O ir más allá hasta descubrir que no hay nada más que decir ni que hacer.
Ahí aparece el vacío.
Y el conflicto entre el vacío y la creencia.
La religión es esta mezcla de contrarios.
Pero la religión está instaurada desde siempre.
En todas sus formas y vertientes.
La violencia consiste en no aceptar el conocimiento que salva a la mente de su agonía, de chocar una y otra vez contra la luz que no se ve.
Somos un muro para el paso del flujo natural.
O sobrenatural.
Expulsaremos a dios, pero de nuestro infierno.
Hemos sido educados e instruidos en él, pero también aprendimos a solas cómo construir una certeza.
La cual poco tendrá que ver con la fe.
Dios saldrá de nosotros, para alcanzarnos.
Lo conoceremos.
Somos la vida y la verdad.
Aunque la incertidumbre nos empape, no nos ahoga el latido de lo que piensan los demás.
Nos importa que no se confundan las emociones, solo eso.
También las creencias.
Que nada nos penetre, o intente convencernos.
Tenemos principios.
Dios no es cristalino y el pensamiento divino tampoco es la mejor forma de alcanzar la esencia.
Solo el mundo se vuelve loco.
No nosotros.
Mientras dios sale por nuestro ano, las imágenes del caos resultan placenteras.
Seguiremos su rastro, el de dios, por las alcantarillas.
Hasta que las ratas nos muerdan los genitales, o caigamos por una catarata de inmundicias.
También creo en las cosas convencionales, y por lo tanto, en la posibilidad de llevar cualquier tarea a cabo.
No invento nada nuevo.
Los testamentos no son voluntades.
Tampoco nos tomamos la vida con filosofía.
La filosofía nos toma con vida.
Me explico:
Nos coge con pinzas, y nos remueve las palabras.
Y así hasta sacarnos de las afirmaciones.
Y así hasta el eureka.
Creo en una religión que no coincide con la de los jugadores de póker.
Me explico de nuevo:
No apuesto por ella, no confío en mis posibilidades, ni siquiera en mis pensamientos, ni muchísimo menos en las cábalas o probabilidades.
Esta religión no es insufrible.
Sin ídolos no hay conocimiento que alcanzar.
Eso debe pensar la órbita caótica de un cometa.
Y si me estrello contra mis versos, no lo considero un error, sino un agujero negro.
Es decir, nunca llego a hundirme lo suficiente en ellos.
Algo similar ocurre con esta religión de dioses inalcanzables.
Me contento con -a pesar del desmedido desenfreno del apego divino, o de la vana y trivial y común y profunda y desafiante convicción de que un no dios sigue naciendo de las intimidades en las que no logro seducirme- instaurar una ley de no compromiso, basada en otras disposiciones derogatorias, diferentes al castigo del punto cero, esa cámara de tortura para creyentes enfundados en camisas de fuerza.
No es una religión en contra de todas las demás certezas morales.
No puedo negar sus imposibles,ni afirmar su identidad.
Soy un feligrés que no pertenece al clima de la devoción.
No rezo ni elevo plegarias.
Escribo, quizá.
Porque no solo se puede subir al escenario antes de una actuación.
No caigo en la trampa de la memoria de los versos.
La poesía no es un centinela que alerta a todas las defensas.
No hay guardia ni guarida.
El dios y el no dios no son una unión de contrarios.
Creo en que el desarrollo del orden camina conmigo, porque no se puede quebrantar la atracción entre los astros y los pensamientos.
Es una religión nueva y arcana, que marca todos mis pasos, versos, besos y bendiciones.
Es la inmovilidad de las ilusiones.
La aceptación de un modelo.
Sacarse la monstruosidad y la amoralidad del dulce trasfondo del precio a pagar por la visita del hombre al baño de realidades.
Un dogma de fe en la finalidad de la lucha interna del hombre.
Que tiene un propósito.
Todo lo tiene.
El hombre hace al hombre.
Sirve de ejemplo para gobernar ruinas.
No es una gota de agua la que colma el vaso, sino el desbordamiento de su contenido.
No es una religión cualquiera.
Es imposible -se puede opinar así- compararse con el universo de cualquier otro ser.
La diversidad hizo la esencia, quizá una noche fría y pusilánime.
Mientras dormíamos.
O mientras negábamos a dios, o lo afirmábamos, tomando de él lo que nos convenía.
Pero el momento en que nos quedamos a solas de ideas y conceptos, aparece el concepto del tiempo y el pensamiento.
Es una religión, no fallida, porque no se intenta ni se interna en la conciencia.
Es la doctrina, la máxima espiritual de saber que la expulsión del hombre de sí mismo sigue siendo imposible.
Reiterar en la abstracción de las matemáticas cuyos cálculos mantienen la espera, la paciencia y la prudencia.
Es la inmortalidad.
No nacemos con un dios en el ombligo, pero nos separan con un corte de nuestra madre.
Lo que queda es el resultado de las revelaciones que han hecho de nuestros semejantes una fuente de sabiduría, basada en la leyenda de las ineludibles ilusiones, creencias, leyes, normas y conductas.
No son ni somos ni serán ni seremos condenados.
Pero dios cierra todas las salidas.
No es tampoco un laberinto.
Es algo difícil de explicar.
Nos han hablado de dios, conocemos de él lo que no conocemos de él.
Me explico:
Lo que no sabemos de dios es la distancia entre nuestros semejantes y nuestras evidencias.
Cargamos con dios.
Base de creencias.
Amor.
Religión y fe.
Diversidad de referencias.
Pecados.
Quiero una religión que no hable por sí misma.
Esto es, quiero una religión que reine en el sentido común.
Porque solo ella es el comportamiento del hombre.
Existe.
Se multiplica y se propaga a través de la iconoclasia.
Dios contra el espacio.
Cambiar el pensamiento humano capaz de formar un dios.
Otro dios que resulte de las inhibiciones e impresiones sobre el origen de la carne.
Del génesis.
De un final anterior al génesis.
Así funciona el pensamiento:
A veces ama o idealiza el misterio.
Otras, imagina lo mismo que no pertenece al hombre ni al pensamiento.
No consiste en escapar de la inmensidad, sino concentrarse en un solo punto.
¿Imposible?
¿Contextualizar nuestras certezas?
¿Qué esencia es opaca al pensamiento?
¿Por qué existe la conciencia?
Interrogantes sobre la libertad de expresión.
¿Somos iguales en fondo y forma?
¿O solamente nos caracterizan realmente las cuestiones vitales?
Me estrello contra el concepto de conciencia, al igual que un gallo anuncia el amanecer.
Despertando.
Pero con mis ideas intocables.
Aunque haya soñado con hacer realidad las imposibilidades, caigo en la cuenta de que solo mientras duermo, soy un hombre hueco.
Solo mientras duermo dejo huella en la Tierra.
No me separo de mi cuerpo.
Pero sí del tiempo que transcurre entre el amor y la poesía.
La única condición para inventar algo nuevo, sin material conocido, consiste en considerar la opción de aceptar el pensamiento propio.
Es inercial.
Lo único que nos habita, rodea, encierra, arrima, une y diversifica.
Lo único que nos separa de la palabra.
La dificultad para el control del hombre que quiere asumir impurezas basadas en impulsos.
Religión, al fin, pero con condiciones.
Conciencia, al fin, pero con superficialidades.
Ya lavaremos a solas las lágrimas sucias -si es que existen-, justo después de invocar a la condescendencia.
Esas lágrimas sucias, si es que existen, treparán por nuestros párpados hasta ahogar a los pájaros.
Nuestra libertad vuela en una religión sin nombre, pero dios habita todas las religiones y todas las libertades.
Es así como los humanos llamamos a la virtud.
Y es así como los cánones, y ese dios que llevamos en las tripas, hasta hacer la digestión completa de nuestra visión del mundo.
Alimento, dios, ese dios, esa religión, ese dogma, cuya predilección por el hombre lo transforma en un quiste epidérmico, en un estigma, una lacra social de la que no se tiene duda.
Ese alimento es la duda y la deuda del hombre con las emociones, con los sentidos y con la llegada de la lluvia, o del ocaso.
El compromiso eterno que nace en el aliento del prójimo.
La luz del fondo del mar donde se amontonan las perlas, huidas de sus teorías sobre lo material y lo inmaterial.
Asociadas en un grito de agua que rebosa y desborda los ríos y lagunas y embalses y arroyos.
Es la composición orgánica y organizada, por fin, gracias a la canalización de las causas, causas primeras e ineludibles.
Se resumen en lo natural de un modelo de camino.
El simbolismo del universo desaparece entre una nube de vida contemplativa.
Como si se tratase de un solo fondo, cae
en el suelo del recuerdo cavando túneles sin forma.
Así funciona el ser humano, el servicio del ser humano al universo es comparable al del descanso para el control de las estaciones sentimentales.
La religión duerme bajo un manto de creencias.
No hemos aceptado a dios, hemos aprendido que existe la fortaleza oscura e insufrible.
Por eso no se puede crear una religión.
Ni siquiera una creencia.
Solo estamos hechos de convicciones que a veces no apreciamos.
La duda no forma parte del pensamiento, sino del alejamiento del ámbito de la conciencia.
La existencia no se basa en las matemáticas, sino en la ciencia.
Y la única ciencia que el cielo conoce es este otro cielo, tan cierto como voraz.
Un enjambre de posicionamientos.
El horizonte de la sombra del viento.
Ése es el imposible.
El impacto de la crisis emocional.
La soledad no existe en un palmo de intimidad.
Solo el firmamento conoce cómo reconocer un cuerpo.
Nosotros tenemos a dios.
Somos la única forma de alcanzar un acuerdo con la esencia.
No es una religión que reine ni gobierne con palabras.
Es la voz de una estrella que duerme en un comunicado.
Es la verdad que no pertenece al favor divino.
Es la mano que estrechamos.
El estreno de una película de acción y reacción.
La realidad de nuestros músculos, tejidos, huesos, órganos.
La conciencia es por tanto el compendio del desconocimiento y del conocimiento.
El baremo de las atribuciones de las diferencias.
El hombre que busca en sí mismo una estampida.
Una escapatoria.
Una huida.
Un exilio.
Es la poesía.
La religión duerme en su pecho.
Todas las religiones duermen en su pecho.
La poesía no es dios, pero el cadáver de las cúspides sociales están basadas en ella.
No quiero inventar nada nuevo.
Intento comprender, plasmar, imprimir el pensamiento que me une a la práctica de las interpretaciones.
No soy el pensamiento que se escapa.
De una u otra forma él vuelve a mí.
Serán ideales para el control del filtro que me trasciende y depura siempre la melancolía, la insatisfacción, o el desencanto.
La búsqueda, dentro del laberinto, de una muchedumbre.
Multitud de ideas y conceptos que se ocultan y se disparan en todas direcciones, y se disputan el valor de la certeza.
Puedo recrear innumerables cosas, pero el hallazgo consiste en no moverse de la casilla de salida.
Puedo contemplar el paisaje, pero la perspectiva nunca se agranda, solo la destiñen las desilusiones o la decoran las emociones.
Dentro de dios debe haber algo así como un recipiente para el desconocimiento humano.
Pero nos atragantamos, como dije, con nuestra propia carne.
Nos roza el pensamiento que siempre nos aleja o nos aísla.
Y transformados en islas, hacemos posible la soledad del océano.
La soledad del cielo.
De nuestro propio hábitat.
Y con dios en las entrañas, siempre caemos en la trampa:
ocultarlo para que salgan las palabras.
Qué palabras...
Dios no se pierde por el retrete.
Nos mira desde el futuro de la lluvia y la tormenta.
Por eso acondicionamos todo lo que nos falta, creando sombras y tinieblas de diamante.
Ese diamante nunca se raya.
Pero el tacto de las ideas no es cristalino, su brillo no es cristalino.
No lo es.
Dios es la religión que vulnera el derecho al silencio.
Y todos comunicamos un fuerte clamor popular contra cosas que creemos injustas e injustificadas.
En el interior del hombre vive el delirio.
Se reproduce en sus células y anticuerpos.
La enfermedad es la distancia entre nuestra fe y lo que nos mata.
Vivimos enfermos.
Pero nos revolvemos y nos levantamos contra nuestras dolencias.
Formamos parte de algo que no conocemos, y que no queremos abandonar.
No hasta que no resolvamos el misterio.
Conocer nuestra suerte o desgracia.
O ir más allá hasta descubrir que no hay nada más que decir ni que hacer.
Ahí aparece el vacío.
Y el conflicto entre el vacío y la creencia.
La religión es esta mezcla de contrarios.
Pero la religión está instaurada desde siempre.
En todas sus formas y vertientes.
La violencia consiste en no aceptar el conocimiento que salva a la mente de su agonía, de chocar una y otra vez contra la luz que no se ve.
Somos un muro para el paso del flujo natural.
O sobrenatural.
Expulsaremos a dios, pero de nuestro infierno.
Hemos sido educados e instruidos en él, pero también aprendimos a solas cómo construir una certeza.
La cual poco tendrá que ver con la fe.
Dios saldrá de nosotros, para alcanzarnos.
Lo conoceremos.
Somos la vida y la verdad.
Aunque la incertidumbre nos empape, no nos ahoga el latido de lo que piensan los demás.
Nos importa que no se confundan las emociones, solo eso.
También las creencias.
Que nada nos penetre, o intente convencernos.
Tenemos principios.
Dios no es cristalino y el pensamiento divino tampoco es la mejor forma de alcanzar la esencia.
Solo el mundo se vuelve loco.
No nosotros.
Mientras dios sale por nuestro ano, las imágenes del caos resultan placenteras.
Seguiremos su rastro, el de dios, por las alcantarillas.
Hasta que las ratas nos muerdan los genitales, o caigamos por una catarata de inmundicias.