Nacimiento de la agonía
Publicado: Vie, 04 May 2018 11:58
Viene la bruma, densa y espesa
todo se vuelve triste y oscuro,
mi olfato, supura de mi corazón azufre,
¡desconcierto!, mis manos tocan mi pecho,
mis ojos, las de un pobre ignorante,
mi mente, que ya no piensa en nada,
mi alma, está en sumo delirio sofocante.
A sus cincuenta y siete inviernos,
se paró su corazón,
el suyo, el mío y el de sus queridos,
blanco me quedé, como su pequeña cara,
la suya se encerró, pero la mía a diario la veía,
fue muy duro ver su agonía, estaba asolado,
pareciese que yo era otro muerto más.
Creí tiempo después que todo había pasado,
entró la positividad, la reflexión e incluso el apetito,
pero estos hechos, que nunca jamás serán olvidados,
arraigaron sensaciones convulsivas, asustadizas,
reacciones depresivas, en toda mi actitud diaria,
con efectos serios, en mi cada vez castigada salud,
e internas conversaciones, que se volvieron una anarquía:
así mi alma empezó y habló;
"templanza a mi alrededor,
soy pura inestabilidad,
muerdo a mi amparador,
salgo y entro arañando,
pero llorando, desaparezco".
La voz de mi corazón, se alzó:
"Alto, me estás matando,
es inaguantable mi pena,
sin tregua a mis cicatrices,
y directrices, que ahora mismo rompo y desobedezco,
por eso me fugo, no quiero ver cómo me destruyes".
Hablaron entonces en democracia,
todas las demás partes del cuerpo:
"Terribles vuestras consecuencias,
no deseamos más daño,
esto acabará, pero con la muerte,
queremos disfrutar como antaño,
suplicamos vivir, levantarnos otro día,
por favor, queremos ver otro amanecer,
estamos rotos, abatidos, no hay salida para esta agonía,
solo pedimos disfrutar de este, nuestro último atardecer".
A los veintiséis años, el nacimiento de la agonía,
melancolía, angustia, ardiente etapa abrumadora,
deformación de una innata felicidad,
perdura, sigue asomando en el ahora,
y peregrino entre códigos, para ver la sutil y jeroglífica realidad,
oculta en claves y descifradas por la permutación de la percepción.
todo se vuelve triste y oscuro,
mi olfato, supura de mi corazón azufre,
¡desconcierto!, mis manos tocan mi pecho,
mis ojos, las de un pobre ignorante,
mi mente, que ya no piensa en nada,
mi alma, está en sumo delirio sofocante.
A sus cincuenta y siete inviernos,
se paró su corazón,
el suyo, el mío y el de sus queridos,
blanco me quedé, como su pequeña cara,
la suya se encerró, pero la mía a diario la veía,
fue muy duro ver su agonía, estaba asolado,
pareciese que yo era otro muerto más.
Creí tiempo después que todo había pasado,
entró la positividad, la reflexión e incluso el apetito,
pero estos hechos, que nunca jamás serán olvidados,
arraigaron sensaciones convulsivas, asustadizas,
reacciones depresivas, en toda mi actitud diaria,
con efectos serios, en mi cada vez castigada salud,
e internas conversaciones, que se volvieron una anarquía:
así mi alma empezó y habló;
"templanza a mi alrededor,
soy pura inestabilidad,
muerdo a mi amparador,
salgo y entro arañando,
pero llorando, desaparezco".
La voz de mi corazón, se alzó:
"Alto, me estás matando,
es inaguantable mi pena,
sin tregua a mis cicatrices,
y directrices, que ahora mismo rompo y desobedezco,
por eso me fugo, no quiero ver cómo me destruyes".
Hablaron entonces en democracia,
todas las demás partes del cuerpo:
"Terribles vuestras consecuencias,
no deseamos más daño,
esto acabará, pero con la muerte,
queremos disfrutar como antaño,
suplicamos vivir, levantarnos otro día,
por favor, queremos ver otro amanecer,
estamos rotos, abatidos, no hay salida para esta agonía,
solo pedimos disfrutar de este, nuestro último atardecer".
A los veintiséis años, el nacimiento de la agonía,
melancolía, angustia, ardiente etapa abrumadora,
deformación de una innata felicidad,
perdura, sigue asomando en el ahora,
y peregrino entre códigos, para ver la sutil y jeroglífica realidad,
oculta en claves y descifradas por la permutación de la percepción.