La tierra de las manos
Publicado: Mar, 01 May 2018 0:59
Acaso convertir en miradas una puesta de sol, ¿sería sacrilegio?
Mirar un horizonte demasiado lejano, ¿sería pecado?
Y, si cuando el agua cae, nos sintiéramos desnudos,
¿lavaríamos a la carne del pecado?
A veces, luchando contra la lógica,
la locura invade el sendero de una mente atolondrada.
Vemos agua donde tan solo existen desiertos,
y paz, donde la tierra se ha tintado de roja sangre.
Vemos gaviotas donde no existen mares,
mares cubiertos de lápidas
y muertos pidiendo que vayamos a su encuentro.
Vemos sal, donde se acuestan las mañanas,
enjambres de abejas en las cúpulas del destierro.
Vemos orquestas, con tan solo música de viento,
estrellas entre la oscuridad de una noche sin luceros.
Suenan pianos, sin manos que los golpeen,
y hasta se desnudan los cuerpos en un callejón sin salida.
Soy tan tuyo, como tú perteneces a mí,
más tu duermes con las manos repletas de tierra
mientras las mías yacen agrietadas y vacías.
Sigo vigilando el ayer, por si el hoy cae en una emboscada,
pero no controlo la fuerza descontrolada del mañana,
la rabia de unas neuronas arrebatas de calidez
y perdidas entre candelabros sin cera que combustionar.
Todo mi alrededor es óxido,
un tsunami destructivo y un camino sin andar,
un sinfín de paranoias descritas en un plano sin medidas,
unas frases desordenadas que me buscan tanto
como buscan las flores al sol de la primavera.
Soy tanto y tan poco
que quisiera sentarme a la espera, de que el alma,
cruce la línea del exilio
y decida volver a este cuerpo deshojado y desolado,
con la intención de formar parte de él.
Si así fuera, cuando el agua caiga,
cuando el horizonte dibuje una puesta de sol,
mi cuerpo, mis manos,
yacerán repletas de tierra.
¿Será entonces sacrilegio?
¿Acaso pecado?
Mirar un horizonte demasiado lejano, ¿sería pecado?
Y, si cuando el agua cae, nos sintiéramos desnudos,
¿lavaríamos a la carne del pecado?
A veces, luchando contra la lógica,
la locura invade el sendero de una mente atolondrada.
Vemos agua donde tan solo existen desiertos,
y paz, donde la tierra se ha tintado de roja sangre.
Vemos gaviotas donde no existen mares,
mares cubiertos de lápidas
y muertos pidiendo que vayamos a su encuentro.
Vemos sal, donde se acuestan las mañanas,
enjambres de abejas en las cúpulas del destierro.
Vemos orquestas, con tan solo música de viento,
estrellas entre la oscuridad de una noche sin luceros.
Suenan pianos, sin manos que los golpeen,
y hasta se desnudan los cuerpos en un callejón sin salida.
Soy tan tuyo, como tú perteneces a mí,
más tu duermes con las manos repletas de tierra
mientras las mías yacen agrietadas y vacías.
Sigo vigilando el ayer, por si el hoy cae en una emboscada,
pero no controlo la fuerza descontrolada del mañana,
la rabia de unas neuronas arrebatas de calidez
y perdidas entre candelabros sin cera que combustionar.
Todo mi alrededor es óxido,
un tsunami destructivo y un camino sin andar,
un sinfín de paranoias descritas en un plano sin medidas,
unas frases desordenadas que me buscan tanto
como buscan las flores al sol de la primavera.
Soy tanto y tan poco
que quisiera sentarme a la espera, de que el alma,
cruce la línea del exilio
y decida volver a este cuerpo deshojado y desolado,
con la intención de formar parte de él.
Si así fuera, cuando el agua caiga,
cuando el horizonte dibuje una puesta de sol,
mi cuerpo, mis manos,
yacerán repletas de tierra.
¿Será entonces sacrilegio?
¿Acaso pecado?