asciendo la empinada cuesta
ollando con mis pasos el sendero
abrupto y fiero.
Y no siento
la sangre pegajosa entre mis dedos
heridos por Silencio,
y yerro… y caigo
alma mía,
en el intento.
En el quicio de tu puerta,
a sol naciente
pusiste a calentar la primavera,
sonrío a tu llamada,
estás conmigo.
Como un soplo se cerró tranquilamente
quitándome el vestido.
(Primavera en Alicante, trae delicias, además de alergias. El mar está siempre al quite)