Aún así, de aquel entonces
Publicado: Vie, 02 Mar 2018 0:00
...
Hay veces que te recuerdo aún.
Aquellos días, cuando nada había empezado.
El inicio,
las alas saliendo mágicas de las vértebras,
el viaje manando de suelas nuevas,
la amistad como código para entender el mundo.
Llegaste… como cuando llega algo y se instala en la piel del tiempo,
un tatuaje invisible que siempre hubiera estado.
Llegaste y la vida pareció nacer
a partir del hueco que tu risa dejaba en mis vacías venas.
La calma y la zozobra remontaban de un susurro
todo lo que viniera de tus ojos a los míos,
aquellos ojos míos que
escondidos, miraban sin decir, dejaban al aire
ese sentimiento de saberse sin necesitar palabras.
Mas no nos contaron que la línea de los días se puede curvar en un gesto brusco
y garabatear a su antojo un camino de aceras paralelas,
que el imprevisto cercena los sueños venideros,
que son necesarias las palabras para sellar aquello que el corazón intuye
antes de que la mar las cubra.
Y te dije adiós sin decirte te quiero.
Te dije adiós
mientras convulsionaba el universo en la soledad aquella
de no verte, explosionaba en un buscarte entre puertas vacías,
ardía el tiempo como un proscrito que hubiese traicionado su memoria.
Y hoy, súbitamente,
hacemos planes para vernos,
mientras la vida ha tejido una madeja de circunstancias a cada lado.
Avanzamos por segundos juntos
y, en ese instante,
creo recuperar el tiempo, que se escurre
a cada bendito paso
malnacido,
en la agonía gozosa de
un casi tenerte.
Y recuerdo entonces esa última escena de Cyrano de Bergerac,
cuando al fin, moribundo, le cuenta a Roxanne,
casi sin querer,
que siempre la ha amado, y entonces
recorro un camino imposible hacia un futuro borroso
donde hablamos sin pausa de ausentes latidos,
donde te cuento
al fin
que siempre te tuve en mis peregrinos pensamientos,
que te amé en cada etapa de la vida,
que fui tu desde la primera mirada que posó en mi nuca la certeza,
que el amor siempre tuvo el ademán de tu cuello,
el color de tu ser dando tinta a la distancia.
Y sin esperar nada, el corazón, finalmente, vuela
seguro de haber soltado, por fin,
-con los ojos cerrados-
la libertad de sus cadenas.
.
.
.
Hay veces que te recuerdo aún.
Aquellos días, cuando nada había empezado.
El inicio,
las alas saliendo mágicas de las vértebras,
el viaje manando de suelas nuevas,
la amistad como código para entender el mundo.
Llegaste… como cuando llega algo y se instala en la piel del tiempo,
un tatuaje invisible que siempre hubiera estado.
Llegaste y la vida pareció nacer
a partir del hueco que tu risa dejaba en mis vacías venas.
La calma y la zozobra remontaban de un susurro
todo lo que viniera de tus ojos a los míos,
aquellos ojos míos que
escondidos, miraban sin decir, dejaban al aire
ese sentimiento de saberse sin necesitar palabras.
Mas no nos contaron que la línea de los días se puede curvar en un gesto brusco
y garabatear a su antojo un camino de aceras paralelas,
que el imprevisto cercena los sueños venideros,
que son necesarias las palabras para sellar aquello que el corazón intuye
antes de que la mar las cubra.
Y te dije adiós sin decirte te quiero.
Te dije adiós
mientras convulsionaba el universo en la soledad aquella
de no verte, explosionaba en un buscarte entre puertas vacías,
ardía el tiempo como un proscrito que hubiese traicionado su memoria.
Y hoy, súbitamente,
hacemos planes para vernos,
mientras la vida ha tejido una madeja de circunstancias a cada lado.
Avanzamos por segundos juntos
y, en ese instante,
creo recuperar el tiempo, que se escurre
a cada bendito paso
malnacido,
en la agonía gozosa de
un casi tenerte.
Y recuerdo entonces esa última escena de Cyrano de Bergerac,
cuando al fin, moribundo, le cuenta a Roxanne,
casi sin querer,
que siempre la ha amado, y entonces
recorro un camino imposible hacia un futuro borroso
donde hablamos sin pausa de ausentes latidos,
donde te cuento
al fin
que siempre te tuve en mis peregrinos pensamientos,
que te amé en cada etapa de la vida,
que fui tu desde la primera mirada que posó en mi nuca la certeza,
que el amor siempre tuvo el ademán de tu cuello,
el color de tu ser dando tinta a la distancia.
Y sin esperar nada, el corazón, finalmente, vuela
seguro de haber soltado, por fin,
-con los ojos cerrados-
la libertad de sus cadenas.
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