con que anudaba mi trenza.
Dónde los caracoles que,
al escampo de la lluvia,
se fundían en la hierba espesa y fresca,
asomando tibiamente,
resbalándose en su baba.
Dónde colgué las olas que me ahogaban sin remedio,
el nogal,
que de soberbio daba las nueces podridas,
el almendro,
los cantos de los gañanes,
los olivos aturdidos chasqueándose sus ramas
al monótono claqueo de las varas,
llorando lágrimas verdes,
regando el seco terruño con su sonrisa de aceite.
Y a destiempo,
o quizá en un pliegue de mi alma perfumada de romero,
entre cuentos…, hadas…, elfos,
duerme la niña el recuerdo con la bruja del cerezo.
( No sé dónde, no sé… tú , mar, lo sabes?)