(A Gerardo Carrera de Lira)
I.
Y entonces llegó el diciembre de los pájaros caídos,
con su otoño de miradas y de hojas,
con su lumbre de retratos añejados,
su frente ancha y melancólica de sueños,
su vino dulce de crepúsculo y sabor.
Y llegó diciembre con el ritmo de sus aves
y con las liras de tu nombre que alargaron
nota por nota entre sonrisas palpitantes
tus partículas fluviales y sonoras
-sonidos claros que dan ritmo a mi canción-
Y entonces llegó diciembre y llegó tu mano
tu visión táctil, tu futuro destinado,
tu ojo de horizontes, tu amor blanco,
y como un imán de nebulosas tristes
mi mano azul se desmayó en tu mano.
II.
Y aparecieron los bosques milenarios,
los árboles ancianos, sus raíces,
sus ramas místicas de hojas tan boreales
-brazos aéreos a la aurora del calor-
La selva agreste, su humedad de mariposas
la dalia inquieta, el gran Tule con su sombra,
su savia añeja, verde/agua sustanciosa
-la savia libre que nos nutre a mí y a vos-
Y conocimos el hogar no geográfico,
la casa etérea, inmaterial, hecha de abrazos
la cueva pura, espiritual , tejido dulce
-remanso humano que cobija al corazón-
Y adentro vos y sobre todos los espacios
gemelo/amigo, compañero de pasados,
espejo cósmico, alma quiral, reflejo innato
-imagen tácita que te da forma en mi rubor-
III.
Y así, la manecilla del reloj que gira al mundo
por sobre el sol y las galaxias pendulantes…
trajo a diciembre otra vez, como hace un año
con su plumaje tan -de pájaros lejanos-
con su sonido de distancias transitorias,
y su hilo rojo que se alarga y que se enrosca
para unir a mi sustancia tu dolor.
-Y no… no toco tu frente con mi boca
no pisas mis pasos con tus pasos
no apago tu calor con mis entrañas
no bebes de mi piel como una copa-
y sin embargo, estás en mí, omnipresente
como una gota fluorescente entre mi sangre,
como una lágrima de luz, como una antorcha
que me alumbra en la penumbra, tan brillante…
-Como una antorcha que ilumina mi razón-