Memorias de un asesino
Publicado: Jue, 07 Sep 2017 0:57
1)Ayer las estrellas fugaces competían para gastar mi tiempo.
Qué pena dan los cielos así.
¿De qué me sirve componer epístolas
a la eternidad que se arroja de cabeza
por el ojo de una aguja
pretendiendo desalojar el universo?
El barrio está en huelga de ruinas.
Ya no hay donde ir.
La tienda de guitarras no abre de noche
y sin embargo hombres de cabello largo
esperan allí como a un ascensor que bajara
a una planta de jazz de los infiernos.
Con siete cuchillos en frente,
debajo de la luz de una bombilla que se mueve a solas,
espero a lo que me descompone
para recuperar trozos de infacia
y sentir el aguacero de puños
que otrora me hizo sangrar
como solamente sangran los que han de convertirse en asesinos:
fantasmas que se diluyen en el reflejo de la luna.
¿ Cuántos astros muertos has de contar, alma,
para que te dejes linchar
por tu duende de tréboles?
¿Cuántos gatillos han de presionar esas manos
comprometidas a la incontrolable tarea de ser mías
para que, finalmente, se distraigan acariciando un pétalo?
2)Vuelve a mí el pánico de cerezos de la primavera
y la sangre hierve como el minutero de un reloj
construido para que se adelante al tiempo.
Apunto la sombra atea que se agarra a los gatos
y, delirante, empiezo a bendecir la luz:
de los amaneceres que te debo
benditos sean los que desaparecí
como un Cristo estafado por sus clones,
cabizbajo caníbal que ha devorado sus dos manos
pensando que el espejo de algún lago
le tenía guardadas otras dos.
Benditos sean los insultos que
se arrastran como un caracol
por el desierto que guardan los labios
y da tiempo abrir las paracaídas del perdón.
Bendita sea la resaca de insomnios
que se cura con proponer eternidades a los agujeros de los árboles.
Benditos sean los amaneceres de puro sexo
porque se adelantan al caos.
Benditos sean los amaneceres que llevan más de una noche
esperando a nacer.
Y, como no quisiste saber
que mi felicidad era estar rodeado de murciélagos,
benditas sean las cuevas.
Bendita seas, mujer,
que, entre todas las mujeres,
sabías que las mejores persianas eran de acero
y que a los asesinos hay que ponerlos a contar estrellas fugaces.
Qué pena dan los cielos así.
¿De qué me sirve componer epístolas
a la eternidad que se arroja de cabeza
por el ojo de una aguja
pretendiendo desalojar el universo?
El barrio está en huelga de ruinas.
Ya no hay donde ir.
La tienda de guitarras no abre de noche
y sin embargo hombres de cabello largo
esperan allí como a un ascensor que bajara
a una planta de jazz de los infiernos.
Con siete cuchillos en frente,
debajo de la luz de una bombilla que se mueve a solas,
espero a lo que me descompone
para recuperar trozos de infacia
y sentir el aguacero de puños
que otrora me hizo sangrar
como solamente sangran los que han de convertirse en asesinos:
fantasmas que se diluyen en el reflejo de la luna.
¿ Cuántos astros muertos has de contar, alma,
para que te dejes linchar
por tu duende de tréboles?
¿Cuántos gatillos han de presionar esas manos
comprometidas a la incontrolable tarea de ser mías
para que, finalmente, se distraigan acariciando un pétalo?
2)Vuelve a mí el pánico de cerezos de la primavera
y la sangre hierve como el minutero de un reloj
construido para que se adelante al tiempo.
Apunto la sombra atea que se agarra a los gatos
y, delirante, empiezo a bendecir la luz:
de los amaneceres que te debo
benditos sean los que desaparecí
como un Cristo estafado por sus clones,
cabizbajo caníbal que ha devorado sus dos manos
pensando que el espejo de algún lago
le tenía guardadas otras dos.
Benditos sean los insultos que
se arrastran como un caracol
por el desierto que guardan los labios
y da tiempo abrir las paracaídas del perdón.
Bendita sea la resaca de insomnios
que se cura con proponer eternidades a los agujeros de los árboles.
Benditos sean los amaneceres de puro sexo
porque se adelantan al caos.
Benditos sean los amaneceres que llevan más de una noche
esperando a nacer.
Y, como no quisiste saber
que mi felicidad era estar rodeado de murciélagos,
benditas sean las cuevas.
Bendita seas, mujer,
que, entre todas las mujeres,
sabías que las mejores persianas eran de acero
y que a los asesinos hay que ponerlos a contar estrellas fugaces.