Givenchy y otros trucos para evitar la epilepsia
Publicado: Mié, 30 Ago 2017 11:53
Yo sé morir
y se me antoja decir eso
mientras estamos cenando a la luz de las velas
en una noche extenta de dioses,
cabreada por su propia oscuridad
como se cabrea un actor de cine
al ver que en la película que es protagonista
también hay moscas.
Es que, a veces, se está tan a gusto en el cuerpo
que en lugar de exclamar te quiero
la gente prefiere abrir un champán
y gestionar sus ayeres.
Espero que recojas los platos de la mesa
y le hago nudos a mi silencio
para que a tu silueta le corresponda el altar completo
de mis futuras sombras.
Yo sé morir, lo digo con la convicción de los apátridas,
no me importa si es arcilla o hormigón
lo que caerá sobre mi rostro.
Te lo digo en un sábado
porque la gente parece alegre
y puede que así te lo tomarás con calma
y tus ojos beberán junto a los míos
la somnolencia de las farolas.
¿A qué mujer no le atrae
el susurro de la muerte,
sobre todo si llega acompañado por un masaje erótico
y un frasco de Givenchy?
Te imagino cenando solitaria sobre mi tumba
y me relajo instantáneamente.
Yo sé morir, me lo han enseñado otras mujeres
a las que nunca amé.
Y ahora que te lo repito
empieza a entrarme la duda
si la ternura de las arañas
es el espejo ideal de lo irreversible,
cuando voltean a su presa
como a una bola de nieve.
Yo sé morir
en un motel pegado a la carretera
mientras una telaraña de camiones atrapa tus gemidos
y sé que me perdonarás la mala costumbre
de aprovechar tu orgasmo para ir al otro lado
como por una puerta de oro que está abierta
solamente a los que ya saben que el amor es un aeropuerto del desconsuelo.
Yo sé morir, amor, yo ya sé morir.
Celebrémoslo.
Para volver a lo que fuimos
solamente hay que contar heridas.
La lluvia se hace más nuestra
cuando las gotas se deslizan por el vidrio de una ventana cerrada.
Hay muchos ríos muertos en el mismo río,
hay muchas muertes muertas en la misma muerte.
y se me antoja decir eso
mientras estamos cenando a la luz de las velas
en una noche extenta de dioses,
cabreada por su propia oscuridad
como se cabrea un actor de cine
al ver que en la película que es protagonista
también hay moscas.
Es que, a veces, se está tan a gusto en el cuerpo
que en lugar de exclamar te quiero
la gente prefiere abrir un champán
y gestionar sus ayeres.
Espero que recojas los platos de la mesa
y le hago nudos a mi silencio
para que a tu silueta le corresponda el altar completo
de mis futuras sombras.
Yo sé morir, lo digo con la convicción de los apátridas,
no me importa si es arcilla o hormigón
lo que caerá sobre mi rostro.
Te lo digo en un sábado
porque la gente parece alegre
y puede que así te lo tomarás con calma
y tus ojos beberán junto a los míos
la somnolencia de las farolas.
¿A qué mujer no le atrae
el susurro de la muerte,
sobre todo si llega acompañado por un masaje erótico
y un frasco de Givenchy?
Te imagino cenando solitaria sobre mi tumba
y me relajo instantáneamente.
Yo sé morir, me lo han enseñado otras mujeres
a las que nunca amé.
Y ahora que te lo repito
empieza a entrarme la duda
si la ternura de las arañas
es el espejo ideal de lo irreversible,
cuando voltean a su presa
como a una bola de nieve.
Yo sé morir
en un motel pegado a la carretera
mientras una telaraña de camiones atrapa tus gemidos
y sé que me perdonarás la mala costumbre
de aprovechar tu orgasmo para ir al otro lado
como por una puerta de oro que está abierta
solamente a los que ya saben que el amor es un aeropuerto del desconsuelo.
Yo sé morir, amor, yo ya sé morir.
Celebrémoslo.
Para volver a lo que fuimos
solamente hay que contar heridas.
La lluvia se hace más nuestra
cuando las gotas se deslizan por el vidrio de una ventana cerrada.
Hay muchos ríos muertos en el mismo río,
hay muchas muertes muertas en la misma muerte.