Metamorfosis
Publicado: Lun, 21 Ago 2017 1:29
He ido a la playa, arrastrado por mi perro.
En cada esquina de las calles que desconocía,
en los pocos segundos que orina un perro
y ondean sus hojas las palmeras
para cubrir con su sombra a un coche mal aparcado,
le hice caso a mi nerviosismo y empecé a maldecir
con lengua de campana y someter a mi ser
a un interminable interrogatorio sobre ángeles
en forma de perro que orinan donde les da la gana
pero siempre eligen el momento justo
cuando uno está pensando en su ex
y en el bolso donde guarda los estrictos colores del apocalipsis,
y en sus piernas como pequeñas torres Eiffel
que atraen no sólo a los franceses,
es ella quién debería ser arrastrada,
arrastrada por un oso polar al borde de los glaciares
desprendidos de Antártica, que se diluyen a la velocidad
de las burbujas de cerveza que hacen la tarde soportable
en uno de esos barres ubicados en las esquinas
y que hay que tomar de un sorbo
porque el perro tiene urgencia de orinar
y otras urgencias de perro que no caben en el discurso de un desempleado,
y así acabé la caminata, sabiendo que a mi perro
poco le importa que no vuelves
y a mi esqueleto le importa un hueso que no vuelves,
que el hielo de una idea se convierte en humo de cigarro
y además le regalé un puñado de monedas
a un payaso disfrazado de oso polar
y admiré sus piruetas y su manera inconforme de morirse
y admiré el enfado de la brisa por los vivos
y el nombre de las calles que nos devuelven al lugar donde nadie nos espera,
haciéndose mi vida un cordón de ahogados.
En cada esquina de las calles que desconocía,
en los pocos segundos que orina un perro
y ondean sus hojas las palmeras
para cubrir con su sombra a un coche mal aparcado,
le hice caso a mi nerviosismo y empecé a maldecir
con lengua de campana y someter a mi ser
a un interminable interrogatorio sobre ángeles
en forma de perro que orinan donde les da la gana
pero siempre eligen el momento justo
cuando uno está pensando en su ex
y en el bolso donde guarda los estrictos colores del apocalipsis,
y en sus piernas como pequeñas torres Eiffel
que atraen no sólo a los franceses,
es ella quién debería ser arrastrada,
arrastrada por un oso polar al borde de los glaciares
desprendidos de Antártica, que se diluyen a la velocidad
de las burbujas de cerveza que hacen la tarde soportable
en uno de esos barres ubicados en las esquinas
y que hay que tomar de un sorbo
porque el perro tiene urgencia de orinar
y otras urgencias de perro que no caben en el discurso de un desempleado,
y así acabé la caminata, sabiendo que a mi perro
poco le importa que no vuelves
y a mi esqueleto le importa un hueso que no vuelves,
que el hielo de una idea se convierte en humo de cigarro
y además le regalé un puñado de monedas
a un payaso disfrazado de oso polar
y admiré sus piruetas y su manera inconforme de morirse
y admiré el enfado de la brisa por los vivos
y el nombre de las calles que nos devuelven al lugar donde nadie nos espera,
haciéndose mi vida un cordón de ahogados.