Editorial Alaire

CONDENADOS
Si alguna vez recuerdo la prima de riesgo, pienso que aún quedan muchos años para que las gargantas dejen de sangrar.
Aquella madrugada de noviembre eran las cinco y media del cruasán para todos los jardineros de amapolas líquidas. Sorbían sus cafés y masticaban bollos con estoica serenidad.
Mil novecientos treinta y dos. Prisión de La Santé, París.
Un patio húmedo y frío. Seis menos cinco. Una plaga de libélulas había tapizado las baldosas negruzcas, y sus vientres polícromos reflejaban un arco iris inexistente.
Lo trajeron a rastras.
El acero afilado cayó dando voces de justicia que nadie oyó en la penumbra azul del silencio culpable.
Después hubo más café, más cruasanes y miradas que huían de otras miradas. Se sonreía sin causa.

Todos de rodillas, vestidos de naranja. La libertad se había convertido en un cisma de herejes. Ninguno comprendía otra cosa que su muerte absurda.
En la ladera de un monte, la sangre de yugulares seccionadas florecía en la arena y hacía brotar himnos de victoria en gritos de fanáticos que ya parecían estar bien olvidados.
Allí no hubo cruasanes, sino cordero asado.
Dos mil dieciséis, cerca de Mosul, Irak. No puedo ni pensar en la prima de riesgo.

El riesgo estuvo siempre en la prima de la vida. Cuan dificil es salir de algunos sitios y poder cantar y contar la historia tal cual
se nos aparece
Un abrazo.

Qué bien refleja el poema ese instante que la vida sigue repitiendo. Me encanta leerte
Besos
Pilar

Jerónimo Muñoz escribió:CONDENADOS
Si alguna vez recuerdo la prima de riesgo, pienso que aún quedan muchos años para que las gargantas dejen de sangrar.
Aquella madrugada de noviembre eran las cinco y media del cruasán para todos los jardineros de amapolas líquidas. Sorbían sus cafés y masticaban bollos con estoica serenidad.
Mil novecientos treinta y dos. Prisión de La Santé, París.
Un patio húmedo y frío. Seis menos cinco. Una plaga de libélulas había tapizado las baldosas negruzcas, y sus vientres polícromos reflejaban un arco iris inexistente.
Lo trajeron a rastras.
El acero afilado cayó dando voces de justicia que nadie oyó en la penumbra azul del silencio culpable.
Después hubo más café, más cruasanes y miradas que huían de otras miradas. Se sonreía sin causa.

Todos de rodillas, vestidos de naranja. La libertad se había convertido en un cisma de herejes. Ninguno comprendía otra cosa que su muerte absurda.
En la ladera de un monte, la sangre de yugulares seccionadas florecía en la arena y hacía brotar himnos de victoria en gritos de fanáticos que ya parecían estar bien olvidados.
Allí no hubo cruasanes, sino cordero asado.
Dos mil dieciséis, cerca de Mosul, Irak. No puedo ni pensar en la prima de riesgo.

Realismo y crudeza en el relato en el mejor decir. Mi enhorabuena, Jerónimo!

Muy bello e interesante trabajo salido de la pluma de Jerónimo.

Vaya maravilla nos dejas aquí, querido amigo.

Emocionante, bello y muy llegador.

De pie para los aplausos; un beso grande.

Si hay algo que se repite en la historia del hombre
es la barbarie.Un relato crudo, tal cual, y sin embargo
poéticamente hermoso.Un abrazo

Un gran abrazo al amigo-poeta, hace que distinga este poema más que excelente, que nos expone tu bella pluma, de un saber que decir, y cómo decirlo. Creo, amigo Jerónimo, que un abrazo se queda corto, para indicarte, qué grande es tu poema, a mi modesto entender. Me reitero en ese gran abrazo, o en muchos más, para poder mostrar mi admiración.

José Manuel F. Febles, desde mi isla.

Muchas gracias a todos por vuestros amables y bondadosos comentarios.

Guillermo Cuesta. Tu originalidad verbal es una fuente de poesía.
Pilar Morte. Amiga de verdad. Tu afecto me engrandece.
Carlos Justino Caballero. Que te hayas ocupado de mí es un honor.
Rafel Calle. Ya sé que nunca me olvidas. Yo tampoco a ti.
Hallie Hernández Alfaro. ¿Te he dicho alguna vez que eres un sol? Pues lo eres.
Rosa Martín. Celebro mucho tu profundo y generoso comentario.
José Manuel F. Febles. ¡Ah, si yo pudiera darte en persona ese gran abrazo!

Fuertes abrazos para todos.
Jerónimo

Los mejores poemas de Jerónimo Muñoz, en Alaire.

No había tenido la oportunidad de leer este manifiesto que descubro gracias a los rescates de Rafel.

Nada cambia, Jerónimo, entonces era Mosul, Irak o cualquier otro lugar y ahora sigue habiendo condenados porque alguien lo decide, porque sí, sin que importen las muertes ni las no vidas, sin que la prima de riesgo importe.
Magnífico leerte siempre.

Que el 2021 nos traiga tranquilidad y Salud sobre todo.
Un fuerte abrazo.

Rafel Calle escribió:Los mejores poemas de Jerónimo Muñoz, en Alaire.

Gracias, Rafel. Te digo más arriba que no te olvido nunca. Tampoco lo intento, pero, aunque lo intentara, no podría. Mis afectos no mueren nunca.
Abrazos.

Jerónimo

Marisa Peral escribió:No había tenido la oportunidad de leer este manifiesto que descubro gracias a los rescates de Rafel.

Nada cambia, Jerónimo, entonces era Mosul, Irak o cualquier otro lugar y ahora sigue habiendo condenados porque alguien lo decide, porque sí, sin que importen las muertes ni las no vidas, sin que la prima de riesgo importe.
Magnífico leerte siempre.

Que el 2021 nos traiga tranquilidad y Salud sobre todo.
Un fuerte abrazo.

Marisa, me estás leyendo, comentando y elogiando más de lo que merezco, pero yo te lo agradezco mucho. Eres una buena amiga.
Abrazos,

Jerónimo

Jerónimo Muñoz escribió:CONDENADOS
Si alguna vez recuerdo la prima de riesgo, pienso que aún quedan muchos años para que las gargantas dejen de sangrar.
Aquella madrugada de noviembre eran las cinco y media del cruasán para todos los jardineros de amapolas líquidas. Sorbían sus cafés y masticaban bollos con estoica serenidad.
Mil novecientos treinta y dos. Prisión de La Santé, París.
Un patio húmedo y frío. Seis menos cinco. Una plaga de libélulas había tapizado las baldosas negruzcas, y sus vientres polícromos reflejaban un arco iris inexistente.
Lo trajeron a rastras.
El acero afilado cayó dando voces de justicia que nadie oyó en la penumbra azul del silencio culpable.
Después hubo más café, más cruasanes y miradas que huían de otras miradas. Se sonreía sin causa.

Todos de rodillas, vestidos de naranja. La libertad se había convertido en un cisma de herejes. Ninguno comprendía otra cosa que su muerte absurda.
En la ladera de un monte, la sangre de yugulares seccionadas florecía en la arena y hacía brotar himnos de victoria en gritos de fanáticos que ya parecían estar bien olvidados.
Allí no hubo cruasanes, sino cordero asado.
Dos mil dieciséis, cerca de Mosul, Irak. No puedo ni pensar en la prima de riesgo.

Excelso, vivido, in nudo en la garganta. Jeronimo, tu voz y sensatez da voz a la conciencia. Mi admiracion profunda y todo mi respeto, maestro. E.R.A.