Amor/odio
Publicado: Dom, 23 Jul 2017 18:45
AMOR/ODIO
AMOR
I
He dormido en el lecho de la luna,
he bebido en la fuente donde el sol
bebe luz, me he fundido en el crisol
donde las flores se derriten. Una
rosa roja me ha dado su arrebol.
II
Entre marzo y la estrella nace un verso
y una flor se desliza suavemente
por el plano inclinado de la noche.
(Verso y flor, flor y estrella. Yo muy cerca.)
No importa que la nube me abandone,
no importa que, enredada en la distancia,
la lluvia se diluya, inasequible.
(Muy cerca, yo muy cerca. Y amanece.)
Quiero cambiar razones por violetas
y colocarlas, tersas, bajo el cielo
de aquellos brazos sabios en ceñirme.
Anhelo pleno y manso de tus ojos,
deseo ingente y dulce de tu piel:
mi amor sin conjeturas, mi verdad.
ODIO
I
No vida, no palabra ni quejido:
agonía. Una enorme garra espesa
aferrada en el cuello. Firme empresa
de aplastar, de matar, de dar sentido
a este ansia enemiga que no cesa.
II
La sangre es la obsesión, la meta, el fin.
La sangre que, al huir por las tinieblas,
arrastra la existencia del contrario.
La sangre que se arranca al enemigo.
Sangre tibia que estalla entre los dedos,
sangre hostil que dibuja anocheceres
en los brazos tensados, sangre sucia
que gotea por frentes y mejillas.
Todo se fundamenta en esta sangre,
esa que se derrama por la herida
honda que profundizan los rencores.
La sangre que se pudre en el asfalto,
pisada por los pies de la venganza,
refleja el odio torpe que esclaviza.
AMOR Y ODIO
I
Los oscuros habitantes de este bosque
queman sus cuernas en el fuego fatuo del deseo.
(No puedo reprimir mi pecho.)
Cuando la muerte carece de palabras
los ruiseñores fingen agonías,
pero la bruma sigue cohabitando con los árboles
y por sus troncos resbalan quejidos líquidos.
(Mis manos quieren volar solas.)
Nadie sabe cómo tienen que amar los hombres.
Nadie sabe cómo tienen que morir los hombres.
Nadie.
Ni los que sueñan.
Ni los que piensan.
(Mi garganta estalla en voces inaudibles.)
II
Quisiera conocer el idioma de las mariposas
para poder hablar con mi enemigo
y decirle que ni él ni yo existimos,
que sólo estamos dibujados en la faz de las fieras.
Quisiera tener unas manos enormes
para poder recoger la ceniza que cae
de la frente del que ama en silencio.
Quisiera que el fuego fuese frío
para limpiar a llamaradas los ojos que destruyen.
Quisiera que las rosas supieran volar
para que llevaran mis versos por los aires
y los dejaran al pie de aquel cristal que brilla.
Quisiera tener abierto el pecho
para que todos me vieran el corazón.
AMOR
I
He dormido en el lecho de la luna,
he bebido en la fuente donde el sol
bebe luz, me he fundido en el crisol
donde las flores se derriten. Una
rosa roja me ha dado su arrebol.
II
Entre marzo y la estrella nace un verso
y una flor se desliza suavemente
por el plano inclinado de la noche.
(Verso y flor, flor y estrella. Yo muy cerca.)
No importa que la nube me abandone,
no importa que, enredada en la distancia,
la lluvia se diluya, inasequible.
(Muy cerca, yo muy cerca. Y amanece.)
Quiero cambiar razones por violetas
y colocarlas, tersas, bajo el cielo
de aquellos brazos sabios en ceñirme.
Anhelo pleno y manso de tus ojos,
deseo ingente y dulce de tu piel:
mi amor sin conjeturas, mi verdad.
ODIO
I
No vida, no palabra ni quejido:
agonía. Una enorme garra espesa
aferrada en el cuello. Firme empresa
de aplastar, de matar, de dar sentido
a este ansia enemiga que no cesa.
II
La sangre es la obsesión, la meta, el fin.
La sangre que, al huir por las tinieblas,
arrastra la existencia del contrario.
La sangre que se arranca al enemigo.
Sangre tibia que estalla entre los dedos,
sangre hostil que dibuja anocheceres
en los brazos tensados, sangre sucia
que gotea por frentes y mejillas.
Todo se fundamenta en esta sangre,
esa que se derrama por la herida
honda que profundizan los rencores.
La sangre que se pudre en el asfalto,
pisada por los pies de la venganza,
refleja el odio torpe que esclaviza.
AMOR Y ODIO
I
Los oscuros habitantes de este bosque
queman sus cuernas en el fuego fatuo del deseo.
(No puedo reprimir mi pecho.)
Cuando la muerte carece de palabras
los ruiseñores fingen agonías,
pero la bruma sigue cohabitando con los árboles
y por sus troncos resbalan quejidos líquidos.
(Mis manos quieren volar solas.)
Nadie sabe cómo tienen que amar los hombres.
Nadie sabe cómo tienen que morir los hombres.
Nadie.
Ni los que sueñan.
Ni los que piensan.
(Mi garganta estalla en voces inaudibles.)
II
Quisiera conocer el idioma de las mariposas
para poder hablar con mi enemigo
y decirle que ni él ni yo existimos,
que sólo estamos dibujados en la faz de las fieras.
Quisiera tener unas manos enormes
para poder recoger la ceniza que cae
de la frente del que ama en silencio.
Quisiera que el fuego fuese frío
para limpiar a llamaradas los ojos que destruyen.
Quisiera que las rosas supieran volar
para que llevaran mis versos por los aires
y los dejaran al pie de aquel cristal que brilla.
Quisiera tener abierto el pecho
para que todos me vieran el corazón.