Confetti sobre Toronto

Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.

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Eduardo R. de la Cruz
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Confetti sobre Toronto

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Confetti sobre Toronto

Aquí viene nuestro hombre, la noche aquella en que llovía a cantaros, y los cristales del subway train de Rosedale Station crujían, barnizados de granizos. Siente una extrañísima sensación de levedad, sus zapatos de Parriego sin peso, sin color, dejaban penetrar el halo frío de las calles mojadas hasta sentir aflicción por las uñas de los pies. Desde la avenida magníficamente iluminada se alcanza a ver las flechas de luz que el reflector del CN Tower proyecta sobre la ciudad. Al cabo de un rato ha llegado ya hasta la esquina de St Lawrence Market, donde un edificio victoriano y rojo, lo observa acercarse. Nuestro hombre desciende por la pendiente de la calle paralela al mercado, su abrigo oxford apenas le cubre del frío, la noche continua llorando relámpagos,el hombre sustrae un fardo de su bolsillo, se escucha entre el quejido de las ramas que son arrastradas por las aceras un débil tintilíneo de bronce. Se acerca a la puerta e introduce sus llaves, al fin cede la puerta y camina por el pasillo oscuro. Apurados llegan los aromas del interior, por ellos se guía, en un stand coge una esfera purpura y la deja caer suavemente en su bolsillo, sigue su marcha por el pasillo,debajo de la bóveda horizontal, un relámpago precede al trueno, casi le recuerda el amanecer en Luxor. No puede mas en ese instante, ocultar su temblor, el breve silencio después de la gran luz, luego un estruendo ensordecedor se abate sobre la bóveda. Como para calmar el nerviosismo saca la manzana del abrigo, la sopesa, la olfatea, la sube al nivel de su frente a contraluz y la lleva a su boca con extrema ansiedad, hinca los dientes en la turgencia de la manzana, aun siente su olor pero no han dejado marca sus dientes. Extrañado vuelve a morder, una y otra vez el fruto, reconoce el sabor pero tan solo como un recuerdo ahogado en la memoria de la dulzura de la manzana o la pera o el melocotón, ahora ya todos los sabores concurren a su mente. No hay mordida. Enfrente de él, se encuentra la "Galería del Mercado", apenas ve el nombre del Hallen el muro y entra, aun en penumbras alcanza a vislumbrar la escalera,el pasamanos, desde luego sube. Ha llegado al final de su recorrido,finalmente respira, mejor dicho suspira, en el interior del Hall encuentra un busto, sobre el busto cientos de cristales de mil formas diferentes que se esparcen por la alfombra, la ventana esta hecha añicos, nuestro hombre se asoma, encuentra un bulto, una sombra que pende de la fornitura de la ventana, aun escurren hilillos de sangre por la cara del bulto, en su caída iluminadas por los relámpagos de Toronto, se aprecia una lluvia de confetti escarlata, nuestro hombre adivina el rostro que cuelga, es él mismo.
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