Don Eustaquio.
Publicado: Lun, 06 Mar 2017 13:34
Don Eustaquio está solo. Una vela gastada deja caer su cera en el piso de baldosas rojas y otra se apagó a medio consumir. Mira a su alrededor y no entiende, ¿por qué está tan solo?
¿Qué sucede?
Quiere recordar y se le mezclan las ideas, no logra entender el silencio que gira en torno a él.
¿Dónde está mi mujer? Se pregunta.
Catalina.
Intenta llamarla, y la voz se le queda a mitad de camino. Recorre la casa y comprende que la soledad se extiende en cada habitación.
Desde la pared del dormitorio hasta una de las sillas, una telaraña se mueve con la brisa que entra por los resquicios de la ventana. Flores cadavéricas se desmayan en un florero de vidrio verde. Sobre los pocos muebles, el polvo parece una capa de fina seda que lo cubre todo. En un rincón sus zapatos aparecen abandonados, torcidos y viejos.
Este ya no es su lugar, no se puede vivir así, susurra en voz baja.
Abre la puerta, la luz del sol lo ciega, intenta salir a la calle y no puede. No logra hacer pie, flota. Se eleva.
¿Qué está sucediendo? se pregunta. Entra de nuevo a la casa. Sigue flotando, va al dormitorio y se deja caer en la cama igual a una bolsa vacía, no tiene peso. Sin proponérselo, vuelve a flotar y se ve sobre el lecho, nívea la cara, la barba crecida igual que el pelo, su cuerpo parece un trozo de hielo. Y comprende.
Los demás ya se han ido. Ahora le ha tocado a él.
Flota liviano en un gran panal de luz, abre la puerta y se deja llevar, se eleva, una paz infinita lo envuelve.
¿Qué sucede?
Quiere recordar y se le mezclan las ideas, no logra entender el silencio que gira en torno a él.
¿Dónde está mi mujer? Se pregunta.
Catalina.
Intenta llamarla, y la voz se le queda a mitad de camino. Recorre la casa y comprende que la soledad se extiende en cada habitación.
Desde la pared del dormitorio hasta una de las sillas, una telaraña se mueve con la brisa que entra por los resquicios de la ventana. Flores cadavéricas se desmayan en un florero de vidrio verde. Sobre los pocos muebles, el polvo parece una capa de fina seda que lo cubre todo. En un rincón sus zapatos aparecen abandonados, torcidos y viejos.
Este ya no es su lugar, no se puede vivir así, susurra en voz baja.
Abre la puerta, la luz del sol lo ciega, intenta salir a la calle y no puede. No logra hacer pie, flota. Se eleva.
¿Qué está sucediendo? se pregunta. Entra de nuevo a la casa. Sigue flotando, va al dormitorio y se deja caer en la cama igual a una bolsa vacía, no tiene peso. Sin proponérselo, vuelve a flotar y se ve sobre el lecho, nívea la cara, la barba crecida igual que el pelo, su cuerpo parece un trozo de hielo. Y comprende.
Los demás ya se han ido. Ahora le ha tocado a él.
Flota liviano en un gran panal de luz, abre la puerta y se deja llevar, se eleva, una paz infinita lo envuelve.
