El Otro Lado
Publicado: Vie, 03 Mar 2017 19:01
EL OTRO LADO
I
Al principio, no había naranjos: solo ansiedad, desgarro y muerte.
Al principio, no había tristeza: solo un efímero grito que la luz disolvía y una trágica intuición de barro dúctil.
Pero fue necesario un cuenco para la sangre, hubo que suplir la desnudez y el cansancio.
Se buscó en los bosques el camino hacia la carne quemada y en las llanuras el árbol de la indolencia.
Después, mucho después, alguien plantó los primeros naranjos.
II
Surgieron las letras al calor de la tinta fermentada y el incipiente naranjal progresó en aquel abono favorable, patrimonio de dioses menores, ciegos y serviles.
Las planicies desérticas recibieron un riego de sangre intermitente que exterminó los vestigios del sílex salvaje.
Aparecieron jerarcas sin espadas de testosterona ni músculos afilados, pero con brazos larguísimos que abrazaban millones de azahares.
Muchos hombres quisieron convertirse en cultivadores para comerse una naranja cada día y no morir muy pronto.
Los demás también morían, pero de sangre y hormigas.
III
El naranjal se extendió por los valles y los atrios mientras el aire que separaba los cuerpos ocupaba vacíos crecientes.
Los dioses emprendieron un mutis paulatino.
El otro lado del naranjal era una tiniebla de albúmina y gases para los ojos de aquella multitud rellena de papel mojado.
Cada cual adquirió una máscara de sonrisa condescendiente con la que disfrazaban la tristeza marcada en sus clónicos rasgos.
La piel de los humanos se trocó en una costra de cenizas que a veces se quebraba dejando ver la carne viva subyacente de la que fluía la sangre evolutiva de los ancestros.
IV
Ah, qué mancha más tibia la que cubre mis pómulos, qué brisa más liviana la que acalla mis sienes.
Tendido al sol en la orilla del mar, no pienso. Aferrado a la velocidad del petróleo, no pienso. Hundido en el pozo púrpura del sexo, no pienso.
No pienso en mi sangre ni en mis huesos secretos ni en los árboles ni en los telescopios.
Sonrío con mi sonrisa carnavalesca y me pongo en cola para dar mis tres zapatazos rituales sobre la tumba de Heráclito y así no pensar nunca que el ser puede no ser y seguir siendo.
V
Unos comían la pulpa y muchos la cáscara.
Unos olían a azahar y muchos a estiércol.
Los pecadores no comían naranjas: solo manzanas.
Las manzanas rojas se ofrecían a los cultivadores como el fruto perfecto del árbol perfecto.
Los jerarcas temblaban, arropados por los necios.
El sol se ponía cada vez más allá del naranjal.
Hubo que comprar pistolas y repartir naranjas y cantar muchas canciones y muchos himnos.
Poco a poco, los gusanos pudrieron todas las manzanas.
VI
Las jirafas llegaron al final de su camino y esperan la muerte rumiando vegetales y nubes.
Ningún hormiguero consiguió componer la Novena y el jefe de los leones sucumbió de un balazo lejano.
Pero en los hombros de los cultivadores crecen alas añiles lubricadas de sueños y el licor de la prehistoria fermenta en sus sienes.
No basta con llenar los estómagos de zumo agridulce ni con girar eternamente como una peonza, sin moverse del sitio.
Los videntes auguran lagunas de sangre.
VII
Ay de vosotros, humanos, que habitáis en el naranjal, espinoso y tibio.
Ay de los que pensáis que el naranjal es infinito en el tiempo y en el espacio, y que no existe nada ulterior que lo desplazare, que lo modificare en su esencia, ni aun lo comprendéis, ni aun lo deseáis.
Ay de los que creéis que el hombre podrá pasar alguna vez al otro lado del naranjal.
Podréis conseguir fabricar una raza de alfas y betas, sin felicidad ni pánico; podréis construir y atestar los más ingentes almacenes para el trigo y la leche, podréis hacer surgir monstruos y sucedáneos de las entrañas de la sílice.
Pero nunca vosotros, nunca vosotros, oídme bien, pasaréis al otro lado del naranjal, porque la savia de los naranjos corre por vuestras venas, mezclada con vuestra sangre.
Fuese todo vuestro afán depurar esa sangre de inmundicias y semillas, y así, limpios, apiñados, olvidados de la frontera de la piel, parir esa raza que os destruirá
y quemará el naranjal,
y pasará al otro lado del naranjal.
Último poema de mi libro "El naranjal" publicado en Kingswood, EEUU, Mediaisla. 2013.
I
Al principio, no había naranjos: solo ansiedad, desgarro y muerte.
Al principio, no había tristeza: solo un efímero grito que la luz disolvía y una trágica intuición de barro dúctil.
Pero fue necesario un cuenco para la sangre, hubo que suplir la desnudez y el cansancio.
Se buscó en los bosques el camino hacia la carne quemada y en las llanuras el árbol de la indolencia.
Después, mucho después, alguien plantó los primeros naranjos.
II
Surgieron las letras al calor de la tinta fermentada y el incipiente naranjal progresó en aquel abono favorable, patrimonio de dioses menores, ciegos y serviles.
Las planicies desérticas recibieron un riego de sangre intermitente que exterminó los vestigios del sílex salvaje.
Aparecieron jerarcas sin espadas de testosterona ni músculos afilados, pero con brazos larguísimos que abrazaban millones de azahares.
Muchos hombres quisieron convertirse en cultivadores para comerse una naranja cada día y no morir muy pronto.
Los demás también morían, pero de sangre y hormigas.
III
El naranjal se extendió por los valles y los atrios mientras el aire que separaba los cuerpos ocupaba vacíos crecientes.
Los dioses emprendieron un mutis paulatino.
El otro lado del naranjal era una tiniebla de albúmina y gases para los ojos de aquella multitud rellena de papel mojado.
Cada cual adquirió una máscara de sonrisa condescendiente con la que disfrazaban la tristeza marcada en sus clónicos rasgos.
La piel de los humanos se trocó en una costra de cenizas que a veces se quebraba dejando ver la carne viva subyacente de la que fluía la sangre evolutiva de los ancestros.
IV
Ah, qué mancha más tibia la que cubre mis pómulos, qué brisa más liviana la que acalla mis sienes.
Tendido al sol en la orilla del mar, no pienso. Aferrado a la velocidad del petróleo, no pienso. Hundido en el pozo púrpura del sexo, no pienso.
No pienso en mi sangre ni en mis huesos secretos ni en los árboles ni en los telescopios.
Sonrío con mi sonrisa carnavalesca y me pongo en cola para dar mis tres zapatazos rituales sobre la tumba de Heráclito y así no pensar nunca que el ser puede no ser y seguir siendo.
V
Unos comían la pulpa y muchos la cáscara.
Unos olían a azahar y muchos a estiércol.
Los pecadores no comían naranjas: solo manzanas.
Las manzanas rojas se ofrecían a los cultivadores como el fruto perfecto del árbol perfecto.
Los jerarcas temblaban, arropados por los necios.
El sol se ponía cada vez más allá del naranjal.
Hubo que comprar pistolas y repartir naranjas y cantar muchas canciones y muchos himnos.
Poco a poco, los gusanos pudrieron todas las manzanas.
VI
Las jirafas llegaron al final de su camino y esperan la muerte rumiando vegetales y nubes.
Ningún hormiguero consiguió componer la Novena y el jefe de los leones sucumbió de un balazo lejano.
Pero en los hombros de los cultivadores crecen alas añiles lubricadas de sueños y el licor de la prehistoria fermenta en sus sienes.
No basta con llenar los estómagos de zumo agridulce ni con girar eternamente como una peonza, sin moverse del sitio.
Los videntes auguran lagunas de sangre.
VII
Ay de vosotros, humanos, que habitáis en el naranjal, espinoso y tibio.
Ay de los que pensáis que el naranjal es infinito en el tiempo y en el espacio, y que no existe nada ulterior que lo desplazare, que lo modificare en su esencia, ni aun lo comprendéis, ni aun lo deseáis.
Ay de los que creéis que el hombre podrá pasar alguna vez al otro lado del naranjal.
Podréis conseguir fabricar una raza de alfas y betas, sin felicidad ni pánico; podréis construir y atestar los más ingentes almacenes para el trigo y la leche, podréis hacer surgir monstruos y sucedáneos de las entrañas de la sílice.
Pero nunca vosotros, nunca vosotros, oídme bien, pasaréis al otro lado del naranjal, porque la savia de los naranjos corre por vuestras venas, mezclada con vuestra sangre.
Fuese todo vuestro afán depurar esa sangre de inmundicias y semillas, y así, limpios, apiñados, olvidados de la frontera de la piel, parir esa raza que os destruirá
y quemará el naranjal,
y pasará al otro lado del naranjal.
Último poema de mi libro "El naranjal" publicado en Kingswood, EEUU, Mediaisla. 2013.