Entre la aguja y el dedal.
Publicado: Sab, 11 Feb 2017 18:04
Entre la aguja y el dedal
Duermen los gorriones a la hora de la siesta, todo el jardín enmudece con ellos.
Hace calor, pero en mi corazón hace frío y reina el espanto desde aquella mañana en que te alejaste, buscando una nueva quimera. Fue mejor así, tus palabras eran de cristal, traslucían tus engaños y ya nada nos unía, ni el deseo, que se fue perdiendo abrazado al silencio y a la orfandad del amor.
Me hundo en mi sillón y evito pensar; frente a mí, tu madre cose e hilvana un ilusorio vestido entre un revoltijo de trapos que intentan parecerse a la seda. Ante cada sonido que llega de la calle, levanta los ojos y mira hacia la puerta, suspira y continúa cosiendo. Ella no pierde la esperanza de verte regresar, observa una imagen religiosa que está sobre un estante, mueve los labios en un rezo mudo y regresa a la aguja y al dedal.
El claroscuro del atardecer avanza entre los rosales y dibuja reflejos sobre el piso de largas maderas opacas. Una sombra, quizá una cortina, se desliza por el comedor y mueve el aire, debe ser el aliento del verano que deambula por los rincones. Es la hora de cenar; pero no tengo hambre, sólo sed y en mi vaso, el vino juega con las notas musicales de un saxo lejano. Tu madre sigue cosiendo el mismo vestido que intenta parecerse a la seda y ya está húmedo de sal.
Duermen los gorriones a la hora de la siesta, todo el jardín enmudece con ellos.
Hace calor, pero en mi corazón hace frío y reina el espanto desde aquella mañana en que te alejaste, buscando una nueva quimera. Fue mejor así, tus palabras eran de cristal, traslucían tus engaños y ya nada nos unía, ni el deseo, que se fue perdiendo abrazado al silencio y a la orfandad del amor.
Me hundo en mi sillón y evito pensar; frente a mí, tu madre cose e hilvana un ilusorio vestido entre un revoltijo de trapos que intentan parecerse a la seda. Ante cada sonido que llega de la calle, levanta los ojos y mira hacia la puerta, suspira y continúa cosiendo. Ella no pierde la esperanza de verte regresar, observa una imagen religiosa que está sobre un estante, mueve los labios en un rezo mudo y regresa a la aguja y al dedal.
El claroscuro del atardecer avanza entre los rosales y dibuja reflejos sobre el piso de largas maderas opacas. Una sombra, quizá una cortina, se desliza por el comedor y mueve el aire, debe ser el aliento del verano que deambula por los rincones. Es la hora de cenar; pero no tengo hambre, sólo sed y en mi vaso, el vino juega con las notas musicales de un saxo lejano. Tu madre sigue cosiendo el mismo vestido que intenta parecerse a la seda y ya está húmedo de sal.