"José"capítulo 3 de La deriva"

Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.

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Ramón Carballal
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"José"capítulo 3 de La deriva"

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JOSÉ

Está saliendo de la oficina de la mutualidad judicial. Después de cuarenta y cinco años de entregado servicio, José se ha jubilado. En su mano lleva el certificado que acredita que con fecha de 1 de Junio de 2.004 pasa a la situación de jubilación forzosa. José ha sido juez desde que tiene memoria; aunque no es gallego ha desarrollado su carrera en Galicia, primero como modesto juez en diferentes localidades y al final como magistrado en la Audiencia provincial de A Coruña. Mientras dobla cuidadosamente el certificado y lo guarda en su cartera, le viene a la mente el primer destino que tuvo. Fue en un pueblo del interior de la provincia de Lugo, él era casi un muchacho, tenia veinticinco años y un aspecto juvenil que acentuaba aún más la impresión de inexperiencia. Corría el año mil novecientos sesenta y dos, José, por aquel entonces ya estaba casado con Pepita y tenía una hija de tres años: Esperanza; era el momento en que tenían que dejar Madrid con toda la incertidumbre que ese radical cambio de vida suponía. Le parece estar viendo a Pepita mirando en el mapa de Galicia, el más grande y detallado que José había podido conseguir, dónde se encontraba aquel pueblo llamado Chancera, menudo nombre le había dicho Pepita, y él le había contestado que el nombre era lo de menos, que en Galicia la gente era muy hospitalaria y que se iban a encontrar muy a gusto. Pepita no estaba tan convencida, señalaba con el dedo un punto en el mapa, casi en el mismo centro de la región:
-es aquí-dijo
José se puso las gafas, y señaló, a su vez, una estrecha vena azul
-mira, esto es el rio sil,
a Pepita le importaba menos el río que las carreteras
-esta línea verde ¿Qué indica?
- a ver, creo que es una vía comarcal
-estupendo, no hay ni una carretera decente que pase por ese lugar
-no seas tan negativa mujer. Yo también me he informado. Es un pueblo de cinco mil habitantes que viven del campo, de las cosechas de vino y del comercio. Agustín conoce a un juez que tuvo destino allí y dice que el juzgado es tranquilo, aunque está un poco atrasado.
-Dios santo, a saber donde nos metemos, lo peor de esta profesión es que no sabes adonde vas a ir a parar, en fin, habrá que aguantar unos años hasta que te vayas situando. ¡Con lo bien que estábamos en Madrid!.
Pepita suspiró. José sonríe ahora cuando evoca ese suspiro de resignación y lo compara con la expresión alegre de Pepita pasados dos años de vivir en Chancera . Fue una época singular e irrepetible, no ya solo porque entonces eran jóvenes y todo les hubiera parecido único, sino por las amistades entrañables que hicieron, empezando por el boticario, Eusebio, un anticlerical vividor, aficionado, como no podía ser menos por su profesión, a los potingues, y cuando José habla de potingues se esta refiriendo a los más deliciosos cócteles que jamás haya probado, desde los clásicos, como el bloody mary o el daiquiri, hasta brebajes exquisitos que nacían del talento de Eusebio para mezclar licores y crear néctares de dioses que te ponían en la gloria. Se acuerda de Isabel, una viuda rica y culta, que les invitaba todos los martes y jueves a una especie de tertulia que organizaba con las fuerzas vivas de Chancera: el maestro, el cura, el ingeniero Alfonso, el profesor jubilado Ventura, su amiga Paquita, lectora impenitente, su otra amiga, Antoñita, casada con el tratante de vinos don Manuel ,también solía asistir Emilio Charlín el abogado más influyente de Chancera, que trataba a José con la condescendencia propia de un padre hacia su hijo, y otros más, que él ahora no recuerda. Pepita e Isabel se hicieron grandes amigas, fue ésta quien les alquiló la casa nada más llegar a Chancera, un caserón de dos plantas, todavía en buen estado, situado en la Plaza Mayor, junto al ayuntamiento y el juzgado,”el mejor sitio del pueblo”-les dijo. La viuda era una mujer que rebasaba ampliamente la treintena, su marido había sido alcalde de Chancera durante dos lustros, hasta que un fatal accidente de caza lo mando al otro barrio. Isabel había heredado un patrimonio solvente, lo que unido a su gracia y elegantes maneras, la convertían en uno de los mejores partidos del pueblo. La amistad entre Pepita e Isabel sufrió un grave descalabro cuando la primera enfermó de fiebres reumáticas y quiso volver con la niña a Madrid, para recuperarse. Durante los dos meses que estuvo ausente, le llegaron a Pepita rumores “bien intencionados” que decían que a José y a Isabel se les veía mucho tiempo juntos, a veces paseando por la calle principal, ella cogida de su brazo, como dos tortolitos. Pepita, aunque no se había repuesto del todo, tomó el primer tren a Lugo y el inmediato autobús a Chancera y se presentó para cantarle las cuarenta a su marido: “o ella o yo” dicen que le dijo. José lo tenia claro y le escribió una carta a Isabel donde, entre otras consideraciones, le manifestaba que: “ por razones que sin duda ella sabría comprender, no seria posible en un futuro su asistencia a….” y las aguas volvieron a su cauce. Otro de los personajes con los que trabó amistad José fue con el padre Luis, este cura, que en aquel entonces ya había cumplido los sesenta, era un hombre de sólida fe pero al mismo tiempo tolerante con quien pensara diferente; se podía hablar con él desde posiciones cristianas muy particulares y admitía las críticas a la iglesia católica siempre que estuvieran basadas en la dialéctica de la razón, en realidad profesaba una suerte de humanismo que le aproximaba a las ideas del juez. Pasaban juntos algunas tardes, jugando al ajedrez y charlando sobre los más variados temas. José era un trabajador nato y enseguida puso al día el juzgado, resolvía asuntos de todo tipo, pero en especial de materia civil. Fue entonces cuando empezó a interesarse por el derecho foral de Galicia, la personalidad del paisano gallego le asombraba: era gente apegada a su terruño, con un orgullo peculiar y un proceder taimado. Muchos pleitos eran por cuestiones de lindes, de servidumbres o de disputas por la posesión de las fincas. Empezó a conocer instituciones jurídicas propias de aquella tierra, implantadas en el inconsciente colectivo por siglos de aplicación consuetudinaria; en sus resoluciones aparecían términos jurídicos gallegos como millorado, serventía, monte en man común, muiños de herdeiros lugar acasarado y sus sentencias se basaban más en ese derecho costumbrista que en el propio derecho civil español. Algo le llamaba la atención por encima de todo de aquella gente, y era lo mal que se llevaban entre si. Las relaciones de vecindad más parecían las de dos enemigos irreconciliables, que defendían en pie de guerra una frontera común impuesta y no deseada, que las de personas civilizadas que intentaran llevarse bien. Esto a veces repercutía en supuestas “recomendaciones” que llegaban por diferentes vías, casi siempre a través de Pepita y que José no admitía de ninguna manera. Sin embargo, y aunque no aprobaba esta forma de proceder, creía que no lo hacían por mal, sino que simplemente era otra costumbre asimilada por años y años de práctica. Para algunos, la resolución de un pleito a su favor, suponía poco menos que un compromiso de sangre, le regalaban lacones, chorizos, grelos, quesos, vino tinto de amandi, aguardiente blanco, y le rendían pleitesía como el vasallo a su señor. A José le incomodaba ese servilismo, cuando él pensaba que solo hacía su trabajo, pero tuvo que acabar por asumirlo como algo que formaba parte del carácter gallego, además-se decía- si ellos eran felices así, para qué defraudarlos. Quien estaba contenta con esas prebendas era pepita y aunque no lo decía abiertamente se le notaba en cómo presumía de lo que disponía en su despensa. Fueron dos años en los que José aprendió casi más de la naturaleza humana que de su propio oficio, o quizá ambas cosas iban unidas, y no se podría hacer verdadera justicia sin conocer debidamente la psicología de las personas. Más de una vez le había dicho a su compañero de sala, Antonio: “ahora los jueces no se preparan adecuadamente, enseguida llegan a las ciudades grandes y se convierten en funcionarios recluidos en sus torres de marfil. No tienen la experiencia suficiente y se les pide eficacia por encima de todo, por eso cometen más fallos de los deseables. ¿Te acuerdas cuánto tardábamos nosotros en tener destino en una ciudad? Por el camino quedaban muchas sentencias y muchas historias humanas”. Después de Chancera vinieron otros lugares: Navia. en Asturias, donde estuvo seis meses, solo, porque pepita se negó a vivir en aquel pueblo minero, justo cuando acababa de nacer el segundo hijo: Gabriel; Betanzos, Ferrol , y finalmente, Coruña.
Última edición por Ramón Carballal el Sab, 25 Feb 2017 11:54, editado 1 vez en total.
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Re: José"fragmento de La deriva"

Mensaje sin leer por Hallie Hernández Alfaro »

Qué buena producción de personajes; José, Pepita, Isabel, Eusebio, los habitantes de Chancera, el imaginario gallego, la vida misma abriéndose camino aquí y más allá. El relato está muy bien planteado; como en los otros fragmentos de la Deriva la historia nos llega muy natural, pulcrísima, bien manejada.

Aplausos muchos y felicidad, amigo querido.
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Ramón Carballal
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Re: José"fragmento de La deriva"

Mensaje sin leer por Ramón Carballal »

Hallie Hernández Alfaro escribió:Qué buena producción de personajes; José, Pepita, Isabel, Eusebio, los habitantes de Chancera, el imaginario gallego, la vida misma abriéndose camino aquí y más allá. El relato está muy bien planteado; como en los otros fragmentos de la Deriva la historia nos llega muy natural, pulcrísima, bien manejada.

Aplausos muchos y felicidad, amigo querido.
Muchas gracias, querida, Hallie, por la paciencia que demuestras al leerme y comentar. No sé si te sientes obligada a hacerlo por llevar el foro de prosa, pienso que no, pero aunque fuera así te lo agradecería lo mismo e incluso más, por el esfuerzo añadido. Un abrazo grande.
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