La gasolinera
Publicado: Lun, 21 Nov 2016 0:39
Me seduce el tiempo
cuando hay los mismos perros frente a la gasolinera
y la prostituta que, pegada a uno de los tanques de petróleo
recién llegados, desenvuelve una hamburguesa
y la come de prisa mientras una fila de camiones
espera que sus manos y su boca se liberen.
Me seduce el sauce líquido de la ausencia,
los cormoranes que transcurren
como un rictus de infidelidad
por la frente de una nube gris.
He dicho que la vida es otro cactus
que lleva espinas de menos
y que, al menos, hay universidades
del desierto, buitres de harina,
muertes y tumbas que no se corresponen
pero mantienen la unión
que el poeta decide.
El orgullo de divorciarse
y con un cuchillo remodelar las patas de la cama
que por años ha sostenido el peso de esa entidad
que puedes asociar con un teatro de ambulancias,
con almohadas que suplican el próximo cadáver,
también me seduce.
Las patas de mi cama tienen forma de víbora.
Inhabitual, las he dejado sin ojos.
Ella se fue con un maletín
y a los tres días llegó el camión de mudanza.
Les juro que el psiquiatra al que acudíamos
había augurado que el caos es quinceañero
y que el abandono llevaba una espina dorsal,
un revés de tiburones.
Todavía le tengo miedo a los camiones
y cada tarde contemplo la gasolinera
y a los mismos perros que rodean esa imagen
desenvuelta como una hamburguesa de la desolación
y ávido, al unísono con el horizonte que macera a los cormoranes,
me uno al cáncer que a veces es la calle.
cuando hay los mismos perros frente a la gasolinera
y la prostituta que, pegada a uno de los tanques de petróleo
recién llegados, desenvuelve una hamburguesa
y la come de prisa mientras una fila de camiones
espera que sus manos y su boca se liberen.
Me seduce el sauce líquido de la ausencia,
los cormoranes que transcurren
como un rictus de infidelidad
por la frente de una nube gris.
He dicho que la vida es otro cactus
que lleva espinas de menos
y que, al menos, hay universidades
del desierto, buitres de harina,
muertes y tumbas que no se corresponen
pero mantienen la unión
que el poeta decide.
El orgullo de divorciarse
y con un cuchillo remodelar las patas de la cama
que por años ha sostenido el peso de esa entidad
que puedes asociar con un teatro de ambulancias,
con almohadas que suplican el próximo cadáver,
también me seduce.
Las patas de mi cama tienen forma de víbora.
Inhabitual, las he dejado sin ojos.
Ella se fue con un maletín
y a los tres días llegó el camión de mudanza.
Les juro que el psiquiatra al que acudíamos
había augurado que el caos es quinceañero
y que el abandono llevaba una espina dorsal,
un revés de tiburones.
Todavía le tengo miedo a los camiones
y cada tarde contemplo la gasolinera
y a los mismos perros que rodean esa imagen
desenvuelta como una hamburguesa de la desolación
y ávido, al unísono con el horizonte que macera a los cormoranes,
me uno al cáncer que a veces es la calle.