Ahora que puedo morir
Publicado: Mar, 27 Sep 2016 17:45
A H O R A . Q U E . P U E D O . M O R I R
El día que desaparecí, desapareció también mi memoria. Solo mientras dormía asomaban rostros, situaciones mullidas que al despertar me quitaban el hambre por largas horas, hasta que volvía a vencerme un sopor irresistible. A ratos, cuando volvía a olvidar, ahí me alimentaba de un tetero que salía de mi ingle, sentía que me invadía un bienestar sonámbulo que me hacía mover las piernas y extenderlas, darme vueltas y rozarme contra las ondas que estimulaban mi columna, y hacían temblar mi tímpano, y agriaba gratamente mi úvula. Regularmente me chupaba la lengua e intercambiaba el pulgar acomodándolo perfectamente en el cóncavo declive, me hacía sumirme en sueños más profundos.
Después no había nada.
Nada, hasta que una gran presión me hizo abortar de golpe al cielo rojo, un rojo que existía en mis ojos. No sé qué tiempo, apenas podía oír el temblor de mis músculos, empezar a divisar un enorme reflector que inducía mis pupilas a una apertura imposible.
Era una ballena tendida sobre la orilla de un charco.
Ahora que puedo morir me lanzan las sogas de sus recuerdos a rescatarme.
Era un gentío que se fue formando a mi alrededor, y argüía mi suerte. Yo solo podía escuchar la sangre
acumularse y desbordar un humo que sentía acercárseme y evaporarse al tocar mi fría corpulencia y empecé a recordar.
Mi cuerpo menudo envuelto en zarzas, desriñonándose entre las peñas hasta caer al mar.
E. R. Aristy
El nombre de la nada
por: E. R. A.
El día que desaparecí, desapareció también mi memoria.
Solo mientras dormía asomaban rostros, situaciones mullidas
que al despertar me quitaban el hambre por largas horas,
hasta que volvía a vencerme un sopor
irresistible.
A ratos, cuando volvía a olvidar, ahí me alimentaba
de un tetero
que salía de mi ingle,
sentía que me invadía un bienestar
sonámbulo
que me hacía mover las piernas
y extenderlas,
darme vueltas y rozarme
contra las ondas que estimulaban mi columna,
y hacían temblar mi tímpano,
y agriaba gratamente mi úvula.
Regularmente me chupaba
la lengua
e intercambiaba el pulgar
acomodándolo perfectamente en el cóncavo declive,
me hacía sumirme en sueños
más profundos.
Después no había nada.
Nada, hasta que una gran presión me hizo abortar
de golpe
al cielo rojo, un rojo que existía
en mis ojos. No sé qué tiempo,
apenas podía oír el temblor de mis músculos,
empezar a divisar un enorme reflector
que inducía mis pupilas a una apertura imposible.
Era una ballena
tendida sobre la orilla de un charco.
Ahora, que puedo morir,
me lanzan las sogas de sus recuerdos a rescatarme.
Era un gentío que se fue formando a mi alrededor,
y argüía mi suerte. Yo solo podía escuchar
la sangre
acumularse y desbordar un humo que sentía acercárseme
y evaporarse al tocar mi fría corpulencia
y empecé a recordar.
Mi cuerpo menudo
envuelto en zarzas,
desriñonándose
entre las peñas
hasta caer al mar.
El día que desaparecí, desapareció también mi memoria. Solo mientras dormía asomaban rostros, situaciones mullidas que al despertar me quitaban el hambre por largas horas, hasta que volvía a vencerme un sopor irresistible. A ratos, cuando volvía a olvidar, ahí me alimentaba de un tetero que salía de mi ingle, sentía que me invadía un bienestar sonámbulo que me hacía mover las piernas y extenderlas, darme vueltas y rozarme contra las ondas que estimulaban mi columna, y hacían temblar mi tímpano, y agriaba gratamente mi úvula. Regularmente me chupaba la lengua e intercambiaba el pulgar acomodándolo perfectamente en el cóncavo declive, me hacía sumirme en sueños más profundos.
Después no había nada.
Nada, hasta que una gran presión me hizo abortar de golpe al cielo rojo, un rojo que existía en mis ojos. No sé qué tiempo, apenas podía oír el temblor de mis músculos, empezar a divisar un enorme reflector que inducía mis pupilas a una apertura imposible.
Era una ballena tendida sobre la orilla de un charco.
Ahora que puedo morir me lanzan las sogas de sus recuerdos a rescatarme.
Era un gentío que se fue formando a mi alrededor, y argüía mi suerte. Yo solo podía escuchar la sangre
acumularse y desbordar un humo que sentía acercárseme y evaporarse al tocar mi fría corpulencia y empecé a recordar.
Mi cuerpo menudo envuelto en zarzas, desriñonándose entre las peñas hasta caer al mar.
E. R. Aristy
El nombre de la nada
por: E. R. A.
El día que desaparecí, desapareció también mi memoria.
Solo mientras dormía asomaban rostros, situaciones mullidas
que al despertar me quitaban el hambre por largas horas,
hasta que volvía a vencerme un sopor
irresistible.
A ratos, cuando volvía a olvidar, ahí me alimentaba
de un tetero
que salía de mi ingle,
sentía que me invadía un bienestar
sonámbulo
que me hacía mover las piernas
y extenderlas,
darme vueltas y rozarme
contra las ondas que estimulaban mi columna,
y hacían temblar mi tímpano,
y agriaba gratamente mi úvula.
Regularmente me chupaba
la lengua
e intercambiaba el pulgar
acomodándolo perfectamente en el cóncavo declive,
me hacía sumirme en sueños
más profundos.
Después no había nada.
Nada, hasta que una gran presión me hizo abortar
de golpe
al cielo rojo, un rojo que existía
en mis ojos. No sé qué tiempo,
apenas podía oír el temblor de mis músculos,
empezar a divisar un enorme reflector
que inducía mis pupilas a una apertura imposible.
Era una ballena
tendida sobre la orilla de un charco.
Ahora, que puedo morir,
me lanzan las sogas de sus recuerdos a rescatarme.
Era un gentío que se fue formando a mi alrededor,
y argüía mi suerte. Yo solo podía escuchar
la sangre
acumularse y desbordar un humo que sentía acercárseme
y evaporarse al tocar mi fría corpulencia
y empecé a recordar.
Mi cuerpo menudo
envuelto en zarzas,
desriñonándose
entre las peñas
hasta caer al mar.