Y ese afán en su búsqueda
Publicado: Sab, 17 Sep 2016 16:01
Había logrado infiltrarse como un prisionero fugitivo
a pesar de su talla de gigante -abismado-,
con voz sorda y cavernosa, pernoctado en algún lugar.
Me dio expresión perfecta, arrojando de mi -pluma y papel-.
Para él:
Diga lo que diga, es lo que decide,
cuando en verdad se tiene algo que decir
-sin callarlo-
con palabras, colores o sonidos (es lo único que importa).
A veces me recuerda, me compone un verso,
me hace olvidar el tiempo,
me transporta por horas a la eternidad,
desde una vista de extraordinaria belleza.
Un canal no es un mar -me dice- pero los rosales son más bellos
cuando están cubiertos de hojas, y entre su blanco follaje,
penden suaves y relajados.
Luchan con sus propios planos de color encarnizados con la mezcla,
olvidando el rojo de granza, envueltos y protegidos de ramas de abeto.
"Como una vivencia urbana".
Cuando la luz verde se asoma triste por mi ventana,
los pálidos destellos de los faroles alargan sus dedos,
crean espacio y distancia con esa extraña luz,
húmeda y fluida, gris- verdosa, fría, de una noche clara y sin luna.
Espero que se levante sobre los cimientos del ardor de la protesta
- tímida como un reno -
con la mirada desbordante de bosque y mar,
emprenda un viaje obligado a las regiones tolerables y bellas
del sur de la línea del Meno:
Esas cosas fabricadas con hojas de palmera y telas de Sumatra,
decoradas de marfil y ébano, en las riberas de los ríos selváticos;
como bellas obras que nos alejan del tiempo,
que quieren ser tránsito al infinito, juego y sueño, obra y hecho.
- Interpretar la vida y gozar su propio credo -
nutrir su sueño, dar duración al momento,
los límites y las formas en una realidad sólida, sagrada,
reconociendo el orden y ley.
Así busco el otoño, cuando huele a marchitamiento y cabellos grises
(aunque no bastan doce horas al día)
como algo inescrutable - aspirando a lo posible -
y que los clavelitos silvestres se asomen encendidos
tras las hojas castañas, se adhieran al canto del ocaso,
y rían y ardan en mi ojal.
Poder llevarlas a las ciudades del invierno,
al rico y variado juego de la vida, en un incesante - entrar y salir -
darle sentencia de muerte a todo lo perecedero que vive en lo efímero,
y que expone el papel al sol, ante mí, y sobre la hierba.
a pesar de su talla de gigante -abismado-,
con voz sorda y cavernosa, pernoctado en algún lugar.
Me dio expresión perfecta, arrojando de mi -pluma y papel-.
Para él:
Diga lo que diga, es lo que decide,
cuando en verdad se tiene algo que decir
-sin callarlo-
con palabras, colores o sonidos (es lo único que importa).
A veces me recuerda, me compone un verso,
me hace olvidar el tiempo,
me transporta por horas a la eternidad,
desde una vista de extraordinaria belleza.
Un canal no es un mar -me dice- pero los rosales son más bellos
cuando están cubiertos de hojas, y entre su blanco follaje,
penden suaves y relajados.
Luchan con sus propios planos de color encarnizados con la mezcla,
olvidando el rojo de granza, envueltos y protegidos de ramas de abeto.
"Como una vivencia urbana".
Cuando la luz verde se asoma triste por mi ventana,
los pálidos destellos de los faroles alargan sus dedos,
crean espacio y distancia con esa extraña luz,
húmeda y fluida, gris- verdosa, fría, de una noche clara y sin luna.
Espero que se levante sobre los cimientos del ardor de la protesta
- tímida como un reno -
con la mirada desbordante de bosque y mar,
emprenda un viaje obligado a las regiones tolerables y bellas
del sur de la línea del Meno:
Esas cosas fabricadas con hojas de palmera y telas de Sumatra,
decoradas de marfil y ébano, en las riberas de los ríos selváticos;
como bellas obras que nos alejan del tiempo,
que quieren ser tránsito al infinito, juego y sueño, obra y hecho.
- Interpretar la vida y gozar su propio credo -
nutrir su sueño, dar duración al momento,
los límites y las formas en una realidad sólida, sagrada,
reconociendo el orden y ley.
Así busco el otoño, cuando huele a marchitamiento y cabellos grises
(aunque no bastan doce horas al día)
como algo inescrutable - aspirando a lo posible -
y que los clavelitos silvestres se asomen encendidos
tras las hojas castañas, se adhieran al canto del ocaso,
y rían y ardan en mi ojal.
Poder llevarlas a las ciudades del invierno,
al rico y variado juego de la vida, en un incesante - entrar y salir -
darle sentencia de muerte a todo lo perecedero que vive en lo efímero,
y que expone el papel al sol, ante mí, y sobre la hierba.