Acrobacias de la inconsciencia
Publicado: Sab, 20 Ago 2016 11:36
...
Yo tuve entre mis manos un pájaro.
Era pequeño, parecía
estar desnudo, como si no encontrara
el traje para volar.
A veces, cuando miro al hombre
desdecirse de sí mismo,
sin reconocerse en el viento que sopla
cuando pasa, encuentro también esa carencia,
como en algunas estatuas, sin alma,
que pueblan mudas parques
y libros de texto, orgullosas
del reflejo de algún pensamiento perdido
que pudo llegar a ser
hombre, mujer, niño, utopía
de la memoria,
piedra viva del paisaje al fin
que hemos modelado
a escala de nuestra ambición
y vanagloria de nuestras huellas.
Vagamos como un saco roto
derramando fierezas,
cosechas baldías que alimentan a la tierra
legando páramos a su piel abierta.
Quizás, insensato,
el pájaro había comido de esas semillas,
y perdido,
había olvidado cuánto hay de hermoso en dejarse llevar
por una ráfaga de aire
que arrojara sus ojos vencidos
sólo aparentemente, por la conciencia infinita del mundo,
sin más propósito que ser un trozo de cielo
parpadeante como un latido,
un guiño intermitente a la esperanza
que llenara el firmamento de un sonido parecido
al amor primero
que resuena, de improviso, en la mirada del hombre,
y es su traje
inconsciente
para meterse en su propia piel,
y encontrar, conmovido,
el corazón volando en medio de sus batallas.
.
.
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Yo tuve entre mis manos un pájaro.
Era pequeño, parecía
estar desnudo, como si no encontrara
el traje para volar.
A veces, cuando miro al hombre
desdecirse de sí mismo,
sin reconocerse en el viento que sopla
cuando pasa, encuentro también esa carencia,
como en algunas estatuas, sin alma,
que pueblan mudas parques
y libros de texto, orgullosas
del reflejo de algún pensamiento perdido
que pudo llegar a ser
hombre, mujer, niño, utopía
de la memoria,
piedra viva del paisaje al fin
que hemos modelado
a escala de nuestra ambición
y vanagloria de nuestras huellas.
Vagamos como un saco roto
derramando fierezas,
cosechas baldías que alimentan a la tierra
legando páramos a su piel abierta.
Quizás, insensato,
el pájaro había comido de esas semillas,
y perdido,
había olvidado cuánto hay de hermoso en dejarse llevar
por una ráfaga de aire
que arrojara sus ojos vencidos
sólo aparentemente, por la conciencia infinita del mundo,
sin más propósito que ser un trozo de cielo
parpadeante como un latido,
un guiño intermitente a la esperanza
que llenara el firmamento de un sonido parecido
al amor primero
que resuena, de improviso, en la mirada del hombre,
y es su traje
inconsciente
para meterse en su propia piel,
y encontrar, conmovido,
el corazón volando en medio de sus batallas.
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