Anochecer contigo
Publicado: Jue, 30 Jun 2016 12:18
ANOCHECER CONTIGO
Cuánta magia derrama el mundo
en cada anochecer.
La influencia del ocaso difumina
la sólida apariencia de las cosas.
Esa montaña gris
de cumbres afiladas
se vuelve en un instante incierta
en la hora que declina.
Ese olivo, aquel seto,
aquellas ramas secas que se mecen
con el viento,
parecen, a lo lejos,
figuras abrazadas de gente que se ama.
Mi propia sombra, tanto tiempo
bajo mi amparo
se desvanece como un fantasma entre las piedras
del camino.
Aquello que hace poco tenía vida, luz
y forma establecida,
al rato desconcierta
confunde y siembra duda.
La vereda donde antes caminaba
confiado y con soltura,
deriva, en un momento,
en una ruta ambigua
preñada de misterios.
De pronto, en un segundo,
la vaga incertidumbre de la tarde
dará paso a la noche más oscura.
Cuánta magia derrama el mundo
en cada anochecer, qué íntima
resulta su presencia, qué recóndita
su metafísica penumbra;
quién sabrá, a ciencia cierta, cuándo muere
y cuándo nace el día y la noche que despunta.
Y tú, querida mía, tan real
y hermosa en el crepúsculo, de pronto
te vuelves imprecisa como el iris
de un párpado de cera.
Poco a poco te vas haciendo etérea
y tenue entre mis brazos,
y tus labios,
hace un rato brillantes y encendidos,
piden beber a tientas de ese vaso
que sacia mi ternura.
Alba y ocaso
son ángeles sensibles, sensitivos,
que encienden y oscurecen,
a un mismo tiempo,
la luz y las tinieblas.
Cuánta magia derrocha
la noche en tu regazo;
cuánta poesía, cuánto hechizo,
cuántas luciérnagas
durmiendo en tu cintura,
cuántos duendes emergen de la tierra,
en el preciso instante en que la tarde
confunde al horizonte con el fuego,
al agua con la espiga…
y al cielo con tu boca cuando está
junto a la mía.
--oOo--
Cuánta magia derrama el mundo
en cada anochecer.
La influencia del ocaso difumina
la sólida apariencia de las cosas.
Esa montaña gris
de cumbres afiladas
se vuelve en un instante incierta
en la hora que declina.
Ese olivo, aquel seto,
aquellas ramas secas que se mecen
con el viento,
parecen, a lo lejos,
figuras abrazadas de gente que se ama.
Mi propia sombra, tanto tiempo
bajo mi amparo
se desvanece como un fantasma entre las piedras
del camino.
Aquello que hace poco tenía vida, luz
y forma establecida,
al rato desconcierta
confunde y siembra duda.
La vereda donde antes caminaba
confiado y con soltura,
deriva, en un momento,
en una ruta ambigua
preñada de misterios.
De pronto, en un segundo,
la vaga incertidumbre de la tarde
dará paso a la noche más oscura.
Cuánta magia derrama el mundo
en cada anochecer, qué íntima
resulta su presencia, qué recóndita
su metafísica penumbra;
quién sabrá, a ciencia cierta, cuándo muere
y cuándo nace el día y la noche que despunta.
Y tú, querida mía, tan real
y hermosa en el crepúsculo, de pronto
te vuelves imprecisa como el iris
de un párpado de cera.
Poco a poco te vas haciendo etérea
y tenue entre mis brazos,
y tus labios,
hace un rato brillantes y encendidos,
piden beber a tientas de ese vaso
que sacia mi ternura.
Alba y ocaso
son ángeles sensibles, sensitivos,
que encienden y oscurecen,
a un mismo tiempo,
la luz y las tinieblas.
Cuánta magia derrocha
la noche en tu regazo;
cuánta poesía, cuánto hechizo,
cuántas luciérnagas
durmiendo en tu cintura,
cuántos duendes emergen de la tierra,
en el preciso instante en que la tarde
confunde al horizonte con el fuego,
al agua con la espiga…
y al cielo con tu boca cuando está
junto a la mía.
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