Editorial Alaire

Mi hermano era blanquísimo y pequeño como un grano de arroz.
Yo era un poco menos pequeña y un poco menos blanca porque ya tenía cuatro años.
Por aquel entonces a los cuatro años ya se era una mujercita y mucho más si te había desplazado un niño con esos ojos tan azules como los tuyos pero mucho más rubio, más blanco y más suave.
A me gustaba verlo allí tumbado al lado de mi madre con la teta en la boca. Me gustaba ver las pompas que hacía la leche en la comisura de una boca tan pequeña y esos hilitos blancos que se le escapaban hasta el cuello y que mi madre limpiaba con su dedo.
Entraba todo el sol por la ventana de aquella casa frágil y pequeña como de caramelo, como la de Hansel y Gretel pero en versión de pobres y en Tamames de la Sierra.
Bueno, eso lo pienso ahora al volver a ver la casa; pero a los cuatro años y como se tiene un cuerpo que ocupa poco espacio, todo es grande, a veces inmenso como la tristeza de verte desplazado por un grano de arroz más blanco y más chupón y más pequeño que se llama Carlos.

Suerte que soy el pequeño de 5 hermanos!

La sensación, cuando es descrita, es preciosa.
Porque hasta el recuerdo "cruel" se hace imprescindible con los años.

Me encanda esa grandiosidad con que se mira la vida cuando eres canijo, a veces es bueno mirar con aquellos ojos.

Un abrazote, Amparo, y gracias por esa humanidad que desprendes.

Luis Oroz.

Me encanta. Tu relato despierta todos los sentidos. Es visual, táctil, sabe dulce y huele bien. Me inspira la paz y la autenticidad de lo cotidiano. Sinceramente, me parece absolutamente magistral el saber describir, tan bien , ¨la pelusilla de los celos¨, ante la llegada de un hermano pequeño.
Un abrazo. Siempre es un placer leerte.
Ana