Infinito prohibido
Publicado: Vie, 22 Abr 2016 23:04
No entiendo bien el camino,
ni aún en compañía de mi asolada soledad,
con las manos enrabietadas, sudorosas y depravadas,
con el calzado, tan liso, como melodía de una mañana azulada.
No sé perderme más que en mis metáforas,
o acaso estoy perdido en la inmensidad de una visión lejana,
o en la altura de un árbol que llora por su sequedad
y es, sin embargo, el primero en refrescarse en otoño.
Me he derrumbado tantas veces,
que dudo que en la próxima
tenga fuerza suficiente para levantarme.
Si ayer lo hice, mañana será quimera, pasado, imposible.
He escuchado palidecer al viento,
arruinado con la lengua el diccionario del deshielo,
he versado, hasta maldecir a quien no lo hace,
y me he sumido en la irreverente necedad
de quien no está dispuesto a entenderlo.
Así, que sin más,
ahuyento lo que considero un maleficio.
Como ese loco, que tal vez sea,
comienzo a cavar el vaticinio de mi derrota,
con el sudor de las arañas pasajeras,
con ese vientre nervioso, trashumante, silencioso,
de un embarazo no deseado.
Ahora, maniatado y sin apenas cuerda en el reloj,
deseo que el tiempo se mueva al ritmo de las alboradas,
que sonría el cielo ante el canto nervioso del mar,
que tan solo una palabra,
me de ese aliento que todo un discurso me ahogó.
Porque en el fondo,
nada somos, nada importamos,
se nos antojan desaires,
luchamos para que lo blanco nunca se convierta en negro,
derretimos glaciares,
para llorar cuando el arco iris denuncie la falta de un color,
y al final, insumisos y depravados,
acabamos por vestirnos
con los mismos hábitos con los que comenzamos a caminar.
De todas formas,
como un niño en pañales,
como un viejo sin fondo,
sin suficiente sabiduría que derrochar,
deambularé hasta que el tiempo me prohíba el infinito.
Si quieres, podemos hacerlo juntos.
ni aún en compañía de mi asolada soledad,
con las manos enrabietadas, sudorosas y depravadas,
con el calzado, tan liso, como melodía de una mañana azulada.
No sé perderme más que en mis metáforas,
o acaso estoy perdido en la inmensidad de una visión lejana,
o en la altura de un árbol que llora por su sequedad
y es, sin embargo, el primero en refrescarse en otoño.
Me he derrumbado tantas veces,
que dudo que en la próxima
tenga fuerza suficiente para levantarme.
Si ayer lo hice, mañana será quimera, pasado, imposible.
He escuchado palidecer al viento,
arruinado con la lengua el diccionario del deshielo,
he versado, hasta maldecir a quien no lo hace,
y me he sumido en la irreverente necedad
de quien no está dispuesto a entenderlo.
Así, que sin más,
ahuyento lo que considero un maleficio.
Como ese loco, que tal vez sea,
comienzo a cavar el vaticinio de mi derrota,
con el sudor de las arañas pasajeras,
con ese vientre nervioso, trashumante, silencioso,
de un embarazo no deseado.
Ahora, maniatado y sin apenas cuerda en el reloj,
deseo que el tiempo se mueva al ritmo de las alboradas,
que sonría el cielo ante el canto nervioso del mar,
que tan solo una palabra,
me de ese aliento que todo un discurso me ahogó.
Porque en el fondo,
nada somos, nada importamos,
se nos antojan desaires,
luchamos para que lo blanco nunca se convierta en negro,
derretimos glaciares,
para llorar cuando el arco iris denuncie la falta de un color,
y al final, insumisos y depravados,
acabamos por vestirnos
con los mismos hábitos con los que comenzamos a caminar.
De todas formas,
como un niño en pañales,
como un viejo sin fondo,
sin suficiente sabiduría que derrochar,
deambularé hasta que el tiempo me prohíba el infinito.
Si quieres, podemos hacerlo juntos.