
Había cuatro o cinco montículos de tierra seca a la altura de un rascacielo
que medían el tiempo.
Un hombre doblado, excavaba el silencio arenoso del crepúsculo,
y yo los recorrí, uno por uno, guardando mi distancia,
sin saber qué se edificaba de la destrucción,
o qué tarea improbable la del observador,
y la del hombre aquél que palea arduamente.
Entonces vi mis manos tirar al zafacón
unos siete platos de cartón, con diseños festivos,
estaban limpios, como si no hubiesen sido usados,
los de más arriba, desteñidos, y los del medio me hicieron dudar;
por un instante sus colores llenaron mis ojos con el deseo de servir un *suspiro,
"cinco claras de huevo, tres tazas de azúcar, una taza de agua....y una revolución"
De repente cambió el giro,
y un hombre sentado en la silla del testigo mostraba un casquillo plateado,
en su rostro se sumía una historia imposible,
su boca inmóvil, amordazaba una verdad tensa,
como un aria angelical repetía: "Creanme, creeme, Nadir",
y así me mantuvo su imagen por unos instantes, con el casquillo en alto,
agarrandolo como un lápiz,
me mostraba con sus ojos la desolación del mar,
y dejó caer el casquillo, y de inmediato, tocó el lado izquierdo de su pecho,
sin pestañear, en el lugar que señaló, clavó una daga bruñida como un espejo,
la daga penetró blandamente, sin derramar una sola gota de sangre,
sin cambiar la historia de sus ojos imposibles,
sin abrir sus labios como las carnes de los capullos,
pareció estremecerse por un instante,
y me hizo dudar,
su boca de Dürer me redirige un cuestionario inútil sobre el esternón,
sobre la púrpura y el agrio olor de la sangre.
E. R. Aristy
*suspiro: Meringue or frosting