EL ÚTERO DEL VERSO
Publicado: Dom, 27 Mar 2016 8:52
Cuando cierro los ojos,
abro sin darme cuenta la bóveda infinita
donde cuelgan sin orden
las letras del poema.
Embutidas en formas imprecisas,
adquieren dimensiones imposibles
para un espacio tan pequeño.
Y es que es muy grande la palabra:
una sola palabra puede abarcar el mundo;
una sola palabra puede esfumar el Universo entero
y disolverlo
como un azucarillo inerme
en el café arquetípico de lo creado.
Cuando cierro los ojos,
mi bóveda craneal
contiene los miles de Universos
que imagino en los instantes previos
al sueño. En ese instante
laso en que la vastedad oscura
se ve cruzada por luces de colores
que entrelazan perfectas geometrías.
Todo pende de la oscura caverna:
sonrisas, penas, lágrimas...
Los ocultos placeres se arrebujan
para dejar espacio a las frases vulgares
que se cruzan en el ascensor.
Y en este caos se cuece
-involuntariamente- el poema.
Las conexiones neuronales
deciden el momento del parto:
el tragaluz de la memoria, el hipo
de una noche de alcohol,
un deseo frustrado que se arrastra
por desdichados charcos.
Y brota -cargado de amargura-
un verso-saeta para hendir
-profundamente-
la bóveda craneal del Universo interno
y que nazca la luz, la eterna luz
que me adormezca para siempre.
abro sin darme cuenta la bóveda infinita
donde cuelgan sin orden
las letras del poema.
Embutidas en formas imprecisas,
adquieren dimensiones imposibles
para un espacio tan pequeño.
Y es que es muy grande la palabra:
una sola palabra puede abarcar el mundo;
una sola palabra puede esfumar el Universo entero
y disolverlo
como un azucarillo inerme
en el café arquetípico de lo creado.
Cuando cierro los ojos,
mi bóveda craneal
contiene los miles de Universos
que imagino en los instantes previos
al sueño. En ese instante
laso en que la vastedad oscura
se ve cruzada por luces de colores
que entrelazan perfectas geometrías.
Todo pende de la oscura caverna:
sonrisas, penas, lágrimas...
Los ocultos placeres se arrebujan
para dejar espacio a las frases vulgares
que se cruzan en el ascensor.
Y en este caos se cuece
-involuntariamente- el poema.
Las conexiones neuronales
deciden el momento del parto:
el tragaluz de la memoria, el hipo
de una noche de alcohol,
un deseo frustrado que se arrastra
por desdichados charcos.
Y brota -cargado de amargura-
un verso-saeta para hendir
-profundamente-
la bóveda craneal del Universo interno
y que nazca la luz, la eterna luz
que me adormezca para siempre.