Señorita maleducada
Publicado: Mar, 22 Mar 2016 17:46
De qué callada manera
se me adentra usted sonriendo…
Nicolás Guillén.
SEÑORITA MALEDUCADA
Es usted, señorita,
una maleducada.
¿No le enseñaron a llamar primero
antes de entrar por una puerta?
Irrumpe en mi oficina y en mi vida
como una brisa fresca que aparece
de improviso.
Me da los buenos días con donaire,
desplegando sonrisas y apostura,
sin embargo, se toma la licencia
de echar en mi chaqueta
todas las flores frescas
de su jardín de primavera.
«Soltera, veintitantos años;
licenciada en marketing;
diploma y máster en economía,
idiomas, coche propio...»
Su carta de visita
rebosa credenciales, señorita,
pero no debería entrar así
al corazón de un hombre
que late no esperando su visita.
Por eso, dígame, antes de que vuelva
sin más por donde vino,
¿qué hago ahora con este mes de mayo
vertido en mi camisa?
¿en qué jarrón coloco yo esas rosas
que brotan a su paso?
Así que, por favor, váyase de mi oficina
y llévese consigo el rumor de golondrinas
que aletean, airosas y gentiles,
debajo de los pliegues de su falda.
(¡Ey!, muchachita, tome mi tarjeta.
Venga usted otro día, a más tardar
hoy mismo por la tarde.
Le dejaré la llave puesta
y una flor sobre la mesa.
Aquí estaré esperando,
como espera un ruiseñor
llegar la primavera.
Si acude sola a media noche,
la eximo de llamar
al timbre de mi puerta.
Y, ya sin luz, en mi oficina,
siga el rastro de pan caliente
que iré dejando de reclamo
para esas golondrinas que aletean,
airosas y gentiles,
debajo de los pliegues
de su falda).
--oOo--
se me adentra usted sonriendo…
Nicolás Guillén.
SEÑORITA MALEDUCADA
Es usted, señorita,
una maleducada.
¿No le enseñaron a llamar primero
antes de entrar por una puerta?
Irrumpe en mi oficina y en mi vida
como una brisa fresca que aparece
de improviso.
Me da los buenos días con donaire,
desplegando sonrisas y apostura,
sin embargo, se toma la licencia
de echar en mi chaqueta
todas las flores frescas
de su jardín de primavera.
«Soltera, veintitantos años;
licenciada en marketing;
diploma y máster en economía,
idiomas, coche propio...»
Su carta de visita
rebosa credenciales, señorita,
pero no debería entrar así
al corazón de un hombre
que late no esperando su visita.
Por eso, dígame, antes de que vuelva
sin más por donde vino,
¿qué hago ahora con este mes de mayo
vertido en mi camisa?
¿en qué jarrón coloco yo esas rosas
que brotan a su paso?
Así que, por favor, váyase de mi oficina
y llévese consigo el rumor de golondrinas
que aletean, airosas y gentiles,
debajo de los pliegues de su falda.
(¡Ey!, muchachita, tome mi tarjeta.
Venga usted otro día, a más tardar
hoy mismo por la tarde.
Le dejaré la llave puesta
y una flor sobre la mesa.
Aquí estaré esperando,
como espera un ruiseñor
llegar la primavera.
Si acude sola a media noche,
la eximo de llamar
al timbre de mi puerta.
Y, ya sin luz, en mi oficina,
siga el rastro de pan caliente
que iré dejando de reclamo
para esas golondrinas que aletean,
airosas y gentiles,
debajo de los pliegues
de su falda).
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