Vertiginoso mundo
Publicado: Sab, 19 Mar 2016 11:11
VERTIGINOSO MUNDO
«Vertiginoso mundo
el de la carne viva»,
musitan sin palabras
sus labios de arenisca.
Nos miran fijamente en sus peanas.
Nos oyen, nos vigilan; se muestran indolentes
si el hombre las admira: árido umbral
sus mentes y pupilas.
Saben del privilegio que conlleva
su estática actitud contemplativa
(inacción que agradece la paloma).
No les perturba nuestro padecer.
Nuestra pasión mundana
les causa indiferencia.
Su percepción no es como la nuestra,
tampoco su ambición
de ser en esta vida.
Pero piensan, se mueven y respiran,
igual que abren y cierran sus párpados macizos,
es decir, imperceptiblemente con el paso
sereno de los siglos.
Talladas bajo el canon de lo bello
jamás envidiarán nuestro relieve
de aristas imperfectas, sólo el mármol
conforma densamente
la fría ambigüedad que las define.
Admiran de nosotros esas manos
que un día cincelaron con método sus formas;
las sueñan, las desean…
y solo encuentran, década tras década,
hombres de entrañas como piedras.
Jugamos a los dioses dando nombre
y rostro a las estatuas, sin embargo
jamás supimos darles aliento y corazón…
Y lo agradecen, pues,
como Hera en el Jardín de las Hespérides,
prefieren la dorada manzana de la inercia
al recurso finito de la vida.
Se protegen así de nuestro influjo
y se evaden
del vértigo frenético del mundo.
--oOo--
«Vertiginoso mundo
el de la carne viva»,
musitan sin palabras
sus labios de arenisca.
Nos miran fijamente en sus peanas.
Nos oyen, nos vigilan; se muestran indolentes
si el hombre las admira: árido umbral
sus mentes y pupilas.
Saben del privilegio que conlleva
su estática actitud contemplativa
(inacción que agradece la paloma).
No les perturba nuestro padecer.
Nuestra pasión mundana
les causa indiferencia.
Su percepción no es como la nuestra,
tampoco su ambición
de ser en esta vida.
Pero piensan, se mueven y respiran,
igual que abren y cierran sus párpados macizos,
es decir, imperceptiblemente con el paso
sereno de los siglos.
Talladas bajo el canon de lo bello
jamás envidiarán nuestro relieve
de aristas imperfectas, sólo el mármol
conforma densamente
la fría ambigüedad que las define.
Admiran de nosotros esas manos
que un día cincelaron con método sus formas;
las sueñan, las desean…
y solo encuentran, década tras década,
hombres de entrañas como piedras.
Jugamos a los dioses dando nombre
y rostro a las estatuas, sin embargo
jamás supimos darles aliento y corazón…
Y lo agradecen, pues,
como Hera en el Jardín de las Hespérides,
prefieren la dorada manzana de la inercia
al recurso finito de la vida.
Se protegen así de nuestro influjo
y se evaden
del vértigo frenético del mundo.
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