Manuel Alonso escribió:Linternas entre los muertos.
Como flores que nacen, abiertas heridas.
Edith Swanehals, ama en danés.
Era la boca de la sangre y el metro de Princesa.
Entre las copas de los árboles sale la luna,
Que alumbra el campo de batalla.
La débil mano, mesa los cabellos,
tapa los ojos del finado.
Reconoce la dama el cadáver del amante:
Harold Godwinson,
el rey poligamo.
En noches de luna llena,
siempre tenía el guapo subido.
Me impresiona toda la poesía contenida, plena de fuerza emocional, amigo.
Te dejo uno de mis poemas preferidos de A. Cunqueiro.
Cando se fina un home
Cando se fina un home, morre unha cidade.
Vaise il, pro non soio.
Leva soños, verbas, desexos que foron, bicos,
tristuras, amistades, grandes risadas. Todo isto
no fardelo que lle foi dado.
Pro tamén leva dos outros:
o aroma de aquel recuncho, aquela hora
de sol de inverno na praza, a fonte
sob os plátanos, o cheiro de mel da confiteiría, uns
¡bos días, señora Pepa!, i-ela sorrindo, gorda;
a discusión no Comité: ¡eu estou pola
mellora do gado mouro! Non sabía por que.
Il amaba unha certa paisaxe, unha certa
forma das estrelas, i-as herbas, i-o canto do galo,
unha certa voz nos homes, i-unha color nas vacas.
I-a cidade —o mundo— decía: Mijail estame vendo tamén.
E seguía, seguían as horas, as estaciós, os séculos.
O mundo, porque alguén o miraba, seguía indo.
Pro un día calisquer cen Mijail morren
i-o mundo acaba, perdido, soio, sin que ninguén o olle
amorosamente, como é debido.
Cuando fallece un hombre
Cuando fallece un hombre, muere una ciudad.
Se va él, pero no solo.
Se lleva sueños, palabras, deseos que fueron, besos,
tristezas, amistades, grandes carcajadas. Todo esto
en el hatillo que le fue dado.
Pero también se lleva de los otros:
el aroma de aquel rincón, aquella hora
de sol de invierno en la plaza, la fuente
bajo los plátanos, el olor de miel de la confitería, unos
¡buenos días, señora Pepa!, y ella sonriendo, gorda;
la discusión en el Comité: ¡yo estoy por la
mejora del ganado negro! No sabía por qué.
Él amaba un cierto paisaje, una cierta
forma de las estrellas, y la hierba, y el canto del gallo,
una cierta voz en los hombres, y un color en las vacas.
Y la ciudad —el mundo— decía: Mijail me está viendo también.
Y seguía, seguían las horas, las estaciones, los siglos.
El mundo, porque alguien lo miraba, seguía yendo.
Pero un día cualquiera cien Mijail mueren
y el mundo se acaba, perdido, solo, sin que nadie lo mire
amorosamente, como es debido.
Gracias siempre por compartir; abrazos.