Algo así
Publicado: Jue, 03 Mar 2016 21:55
Va siendo ya muy tarde para todo.
Envejecer es eso: perder todos los trenes.
Asistir, impasible, a una fiesta muy rara,
confetti, matasuegras, gorritos de cartón,
donde no entiendes nada
y nadie te conoce.
Poner cara de póker mientras fumas,
como uno de esos malos actores de reparto
en alguna película francesa de serie B
que imita la peor versión del peor Godard.
Sabes de qué te hablo:
el tipo al que le queda enorme la gabardina
y asiente levemente con un gesto
difuso mientras alguien discute de política,
de la revolución anarcosindicalista,
o del último libro de Foucault.
Algo así. Envejecer es eso.
Sentarme frente a ti en el autobús
y mirarte y mirarte y mirarte,
inventando un futuro
feliz y cotidiano entre los dos.
Todo muy de catálogo de Ikea.
Sabes de qué te hablo:
tu y yo sobre la cama, con dos cuerpos perfectos
a pesar del copioso desayuno,
saturado de grasas y de azúcar,
servido en la bandeja
que alguien decoró con una rosa.
De repente, tu mano en mi espalda,
y la cálida huella de tu aliento en mi nuca:
“Perdón, señor”, me dices,
y te bajas en esta.
Algo así.
Envejecer es eso.
Envejecer es eso: perder todos los trenes.
Asistir, impasible, a una fiesta muy rara,
confetti, matasuegras, gorritos de cartón,
donde no entiendes nada
y nadie te conoce.
Poner cara de póker mientras fumas,
como uno de esos malos actores de reparto
en alguna película francesa de serie B
que imita la peor versión del peor Godard.
Sabes de qué te hablo:
el tipo al que le queda enorme la gabardina
y asiente levemente con un gesto
difuso mientras alguien discute de política,
de la revolución anarcosindicalista,
o del último libro de Foucault.
Algo así. Envejecer es eso.
Sentarme frente a ti en el autobús
y mirarte y mirarte y mirarte,
inventando un futuro
feliz y cotidiano entre los dos.
Todo muy de catálogo de Ikea.
Sabes de qué te hablo:
tu y yo sobre la cama, con dos cuerpos perfectos
a pesar del copioso desayuno,
saturado de grasas y de azúcar,
servido en la bandeja
que alguien decoró con una rosa.
De repente, tu mano en mi espalda,
y la cálida huella de tu aliento en mi nuca:
“Perdón, señor”, me dices,
y te bajas en esta.
Algo así.
Envejecer es eso.