- Fauces -
Publicado: Mar, 23 Feb 2016 13:14
La luna se exhibía por el horizonte
bastante alta,
la vislumbré como el ojo tuerto de una gran ballena azul,
un ojo gravemente enfermo
que desde el medio día
observaba el declive de la ciudad.
Mientras perdía el tiempo flotando por las aceras,
me topé con aquella puerta,
-digo puerta aunque más bien fauces parecieran-
fauces abiertas que se confundían
con los fluorescentes perímetros
de un local tenebroso,
entre los colmillos,
afilados y obscenos como un billete de quinientos,
una lengua rojo sangre manipulaba el tiempo.
Cuantiosos eran los que se adentraban por la escabrosa gruta
al compás de los provocadores acordes
de íncubos y súcubos.
Numerosos los que se disipaban
en las extrañas dobleces de la amoralidad,
los que penetraban
bien erguidos,
con la voz interior de un patrón misterioso como bandera
y la plasticidad de sus atuendos
como trinchera.
Al poco regresaban,
-fracturados, avergonzados, complacidos-
cuando el guiño celeste
demolía toda posibilidad de resistencia en las sombras,
y quedaban,
enjuagando el tentadero,
escabeles de carne,
tirando por el sumidero
sacrificadas pérdidas que partieron de la nada.
bastante alta,
la vislumbré como el ojo tuerto de una gran ballena azul,
un ojo gravemente enfermo
que desde el medio día
observaba el declive de la ciudad.
Mientras perdía el tiempo flotando por las aceras,
me topé con aquella puerta,
-digo puerta aunque más bien fauces parecieran-
fauces abiertas que se confundían
con los fluorescentes perímetros
de un local tenebroso,
entre los colmillos,
afilados y obscenos como un billete de quinientos,
una lengua rojo sangre manipulaba el tiempo.
Cuantiosos eran los que se adentraban por la escabrosa gruta
al compás de los provocadores acordes
de íncubos y súcubos.
Numerosos los que se disipaban
en las extrañas dobleces de la amoralidad,
los que penetraban
bien erguidos,
con la voz interior de un patrón misterioso como bandera
y la plasticidad de sus atuendos
como trinchera.
Al poco regresaban,
-fracturados, avergonzados, complacidos-
cuando el guiño celeste
demolía toda posibilidad de resistencia en las sombras,
y quedaban,
enjuagando el tentadero,
escabeles de carne,
tirando por el sumidero
sacrificadas pérdidas que partieron de la nada.