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Publicado: Sab, 06 Feb 2016 19:04
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Es un poema con un marcado carácter introspectivo y sicológico. Una exploración de las fuerzas que moldean parte de la personalidad de cualquier hombre. Somos genética, aprendizaje, historia y experiencia. Con los juegos nos iniciamos en el mundo, por eso son tan importantes en cualquier cultura. El laboratorio de la vida es el juego. Ahí nos podemos equivocar sin el temor a consecuencias muy dañinas y aprendemos el equilibrio de fuerzas que determinan nuestra posición en la sociedad, nuestra relación con el resto de personas.Tigana Nelson escribió:Era una buhardilla de oscuridad de carbón
correteada por un niño de seis años,
sus padres y una bisabuela con asma.
Una buhardilla de oscuridad de betún,
[tab=30]—con olor a berza—
habitada por un niño de seis años
y sus miedos, sombras y fantasmas.
Era un pasillo de piel de carne de gallina,
de ecos de respiración de abuela asmática,
de cortina al fondo inquietante.
Era un niño ingenuo, tímido,
hilvanado de alegrías y juegos
de tristezas y prohibiciones.
El niño tenía su parque en la cocina
donde era un pez jugando
en la pecera de la pila,
un bodeguero embotellando agua,
un domador de circo de su felino gato,
un espadachín con el bastón
que hurtaba a la bisabuela.
El otro lugar de juegos
un cementerio del tiempo
al que el niño nunca perdió el respeto.
Lleno de polvos y arañas,
de mesas y sillas cojas,
de un arcón con un brazo ortopédico,
de orinales
y palanganas atacadas por la viruela del tiempo,
de pelotas fofas,
de un armario con trajes
que habían perdido el aroma de la carne
y olían a muerte.
Luego estaba la cortina,
el telón de teatro de los miedos infantiles,
amasados en los cuentos
que contaba papá de miedo
y mamá de risas.
Por ese pasillo,
convertido en un campo de batalla,
en un túnel de los horrores,
luchaban:
el hombre del saco, camuñas, el sacamantecas, el lobo
contra Juan sin miedo, Peter Pan, Pinocho, Pulgarcito.
En la imaginación del niño
luchaban estos dos ejércitos,
el bando de las tinieblas y el de la luz,
el del bien y el del mal,
el del miedo y la valentía.
Y en estas refriegas,
el niño iba modelando su personalidad tierna.
Y ese pasillo negro como el miedo,
con la cortina al fondo
como una máscara diabólica,
se convirtió en un ser inquietante,
en una especie de reto para medir la valentía del niño.
¡Nunca juegues con cerillas!
Con una cerilla como espada de fuego,
[tab=30]—quemó, mató a la cortina—
hizo más pequeños esos miedos.
salió por las escaleras a la calle
con el sabor agridulce de la victoria
y de la culpa.
Armilo Brotón escribió:Es un poema con un marcado carácter introspectivo y sicológico. Una exploración de las fuerzas que moldean parte de la personalidad de cualquier hombre. Somos genética, aprendizaje, historia y experiencia. Con los juegos nos iniciamos en el mundo, por eso son tan importantes en cualquier cultura. El laboratorio de la vida es el juego. Ahí nos podemos equivocar sin el temor a consecuencias muy dañinas y aprendemos el equilibrio de fuerzas que determinan nuestra posición en la sociedad, nuestra relación con el resto de personas.Tigana Nelson escribió:Era una buhardilla de oscuridad de carbón
correteada por un niño de seis años,
sus padres y una bisabuela con asma.
Una buhardilla de oscuridad de betún,
[tab=30]—con olor a berza—
habitada por un niño de seis años
y sus miedos, sombras y fantasmas.
Era un pasillo de piel de carne de gallina,
de ecos de respiración de abuela asmática,
de cortina al fondo inquietante.
Era un niño ingenuo, tímido,
hilvanado de alegrías y juegos
de tristezas y prohibiciones.
El niño tenía su parque en la cocina
donde era un pez jugando
en la pecera de la pila,
un bodeguero embotellando agua,
un domador de circo de su felino gato,
un espadachín con el bastón
que hurtaba a la bisabuela.
El otro lugar de juegos
un cementerio del tiempo
al que el niño nunca perdió el respeto.
Lleno de polvos y arañas,
de mesas y sillas cojas,
de un arcón con un brazo ortopédico,
de orinales
y palanganas atacadas por la viruela del tiempo,
de pelotas fofas,
de un armario con trajes
que habían perdido el aroma de la carne
y olían a muerte.
Luego estaba la cortina,
el telón de teatro de los miedos infantiles,
amasados en los cuentos
que contaba papá de miedo
y mamá de risas.
Por ese pasillo,
convertido en un campo de batalla,
en un túnel de los horrores,
luchaban:
el hombre del saco, camuñas, el sacamantecas, el lobo
contra Juan sin miedo, Peter Pan, Pinocho, Pulgarcito.
En la imaginación del niño
luchaban estos dos ejércitos,
el bando de las tinieblas y el de la luz,
el del bien y el del mal,
el del miedo y la valentía.
Y en estas refriegas,
el niño iba modelando su personalidad tierna.
Y ese pasillo negro como el miedo,
con la cortina al fondo
como una máscara diabólica,
se convirtió en un ser inquietante,
en una especie de reto para medir la valentía del niño.
¡Nunca juegues con cerillas!
Con una cerilla como espada de fuego,
[tab=30]—quemó, mató a la cortina—
hizo más pequeños esos miedos.
salió por las escaleras a la calle
con el sabor agridulce de la victoria
y de la culpa.
¡Qué bien plasmadas las dos grandes energías que generan voluntad! Luz y sombra luchan en el corazón del niño intentando ocupar la mayor parte de su territorio.
Has marcado perfectamente los dos escenarios y has decantado la balanza por la superación, como es lo normal en el hombre. Su carácter resolutivo hacia los espacios que no asfixian. La escena final es una metáfora muy buena de ello.
El ritmo, a través de la anáfora, está muy bien conseguido. Es lento, reflexivo, metódico como la acción final.
La metáfora de la buhardilla casi se ha convertido en un arquetipo universal: es la curiosidad de lo oculto, es el enlace con el pasado y es la plataforma hacia el futuro, guardando lo válido y desprendiéndonos de lo inútil. Y el gran aporte de esta obra es la cortina; telón que separa el consciente del inconsciente. Quemarla es un gran acto de valentía, pues los demonios pueden salir incontrolados. Hace falta una gran entereza para mantenerlos atados y que sean creativos hacia nuestro desarrollo personal.
También me ha gustado mucho el tema musical elegido, sobre todo por la versión. La original de Mecano no tiene la fuerza representativa de tu poema.
Un besazo Ana y un gran disfrute esta obra.
Gracias por leerme y comentar.J. J. M. Ferreiro escribió:Muy interesante propuesta por esos terrores míticos de la simbólica patria de la infancia.
Todo un placer de lectura.
Un bico.
Siempre digo que es un lujo la atención y el tiempo que Armilo dedica a mis temas. Sus comentarios realzan el poema o cuento, cobran vida con sus palabras.Josefa A. Sánchez escribió:El análisis de Armilo es tan completo y lúcido que poco más queda que aportar, salvo decir que he disfrutado de la lectura y de la potente versión de Hijo de la luna que no conocía. Gracias por el lujo.
Un abrazo.
Pepa
¿Por qué sumisa?Guillermo Cuesta escribió:Una descripción estupenda vestida de imágenes precisas que dan al ambiente una realidad elegante y sumisa.
un abrazo
¡Qué razón tienes! En esa edad, tan tierna, se forja el carácter y esos recuerdos nos acompañan de por vida.Julio Gonzalez Alonso escribió:La infancia, esa patria de la que no podemos escapar, lugar recurrente de donde manan todas las preguntas y donde se forjaron los sueños, los amores y los miedos que nos acompañarán a lo largo de toda nuestra vida. Esta incursión imaginativa y certera constituye un buen tema para un poema como el que nos dejas aquí hoy. Felicitaciones.
Salud.
Gracias por tu lectura y comentario Rafel.Rafel Calle escribió:Hermoso e interesante trabajo de Tigana.
E. R. Aristy escribió:Tigana Nelson escribió:Era una buhardilla de oscuridad de carbón
correteada por un niño de seis años,
sus padres y una bisabuela con asma.
Una buhardilla de oscuridad de betún
[tab=30]—con olor a berza—
habitada por un niño de seis años
y sus miedos, sombras y fantasmas.
Era un pasillo de piel de carne de gallina,
de ecos de respiración de abuela asmática,
de cortina al fondo inquietante.
Era un niño ingenuo, tímido,
hilvanado de alegrías y juegos
de tristezas y prohibiciones.
El niño tenía su parque en la cocina
donde era un pez jugando
en la pecera de la pila,
un bodeguero embotellando agua,
un domador de circo de su felino gato,
un espadachín con el bastón
que hurtaba a la bisabuela.
El otro lugar de juegos
un cementerio del tiempo
al que el niño nunca perdió el respeto.
Lleno de polvos y arañas,
de mesas y sillas cojas,
de un arcón con un brazo ortopédico,
de orinales
y palanganas atacadas por la viruela del tiempo,
de pelotas fofas,
de un armario con trajes
que habían perdido el aroma de la carne
y olían a muerte.
Luego estaba la cortina,
el telón de teatro de los miedos infantiles
amasados en los cuentos
que contaba papá de miedo
y mamá de risas.
Por ese pasillo,
convertido en un campo de batalla,
en un túnel de los horrores,
luchaban:
el hombre del saco, camuñas, el sacamantecas, el lobo
contra Juan sin miedo, Peter Pan, Pinocho, Pulgarcito.
En la imaginación del niño
luchaban estos dos ejércitos,
el bando de las tinieblas y el de la luz,
el del bien y el del mal,
el del miedo y la valentía.
Y en estas refriegas
el niño iba modelando su personalidad tierna.
Y ese pasillo negro como el miedo,
con la cortina al fondo
[tab=30]—como una máscara diabólica—
se convirtió en un ser inquietante,
en una especie de reto para medir la valentía del niño.
¡Nunca juegues con cerillas!
Con una cerilla como espada de fuego,
[tab=30]—quemó, mató a la cortina—
hizo más pequeños esos miedos.
salió por las escaleras a la calle
con el sabor agridulce de la victoria
y de la culpa.
El fuego tanto un agente de destrucción o un agente de purificación. En este caso de purificación y victoria. Un placer leer esta interesante propuesta de los miedos arraigados en la infancia. Tus miradas son muy profundas, Tigana. Un abrazo, ERA