Poiesis
Publicado: Lun, 01 Feb 2016 4:27
( I )
No entiendo a la poesía,
pero ella sí me entiende:
Arde en sus pupilas la comprensión
iluminando unos ojos muy pequeños,
en comparación con la gran masa
que se extiende sin límite alguno:
Su cuerpo
reblandecido por la melancolía del aire
y cincelado por la soledad del hombre;
desfigurado por horas incandescentes
en las interminables lenguas del fuego,
prestas a convertir el furor del magma
en dóciles y bien aventuradas palabras
que alivien la suerte del desventurado.
( II )
Los poemas vuelan con sus alas rotas;
vienen de la luz para morir en el barro,
como si quisieran abrazar al aire.
Y su dulce canción se desnuda
en el agua tibia de los ojos;
devuelven el brillo a la mirada
y la simiente a la tierra fértil.
Vuelven con su música antigua,
en copiosas lluvias tempranas
que caen por valles y montañas,
abriéndose paso como los besos.
Llevan la confusión del mar
al cuerpo desnudo en el espejo,
que todavía recuerda un rostro.
( III )
Se abren las flores entre los párpados,
cuando entra su luz en el corazón.
La ilusión del tiempo es en la mirada
la perfección; una mampara de agua.
Y es la rosa la belleza,
la ilusión del poema.
( IV )
Veo estambres crepitando en la vela
que gotea, hacia arriba, las pausas
e intermitentes gemidos
de animales fosilizados.
( Los electrones iluminan la fracción cuántica de luz,
irradiada por el iris del ojo retorcido en un poema ).
Veo cómo se deslizan los nutrientes
a través de los intestinos,
y cómo la sangre irradia su luz a los órganos
que palpitan al unísono
cuando las manos descansan en mi vientre.
Siento en mi lengua la corriente de la saliva,
y cómo las palabras irradian su luz en mis ojos
cuando escribo este poema.
( V )
Queda un manto de alfileres;
un deslumbrante mosaico
en los charcos de sangre.
Qué densidad tan fría
en los fluidos.
Cuánto pesa el cuerpo
soñado por el alma.
( VI )
Ya la aguja incandescente atravesó mi lengua.
Ahora supura el azufre por el tejido epitelial,
cuando los ojos alcanzan a ser los senos
pero la boca aún se nutre, en la necesidad.
En la carne clavó su aguijón la poesía;
ella no comprende límites.
No entiendo a la poesía,
pero ella sí me entiende:
Arde en sus pupilas la comprensión
iluminando unos ojos muy pequeños,
en comparación con la gran masa
que se extiende sin límite alguno:
Su cuerpo
reblandecido por la melancolía del aire
y cincelado por la soledad del hombre;
desfigurado por horas incandescentes
en las interminables lenguas del fuego,
prestas a convertir el furor del magma
en dóciles y bien aventuradas palabras
que alivien la suerte del desventurado.
( II )
Los poemas vuelan con sus alas rotas;
vienen de la luz para morir en el barro,
como si quisieran abrazar al aire.
Y su dulce canción se desnuda
en el agua tibia de los ojos;
devuelven el brillo a la mirada
y la simiente a la tierra fértil.
Vuelven con su música antigua,
en copiosas lluvias tempranas
que caen por valles y montañas,
abriéndose paso como los besos.
Llevan la confusión del mar
al cuerpo desnudo en el espejo,
que todavía recuerda un rostro.
( III )
Se abren las flores entre los párpados,
cuando entra su luz en el corazón.
La ilusión del tiempo es en la mirada
la perfección; una mampara de agua.
Y es la rosa la belleza,
la ilusión del poema.
( IV )
Veo estambres crepitando en la vela
que gotea, hacia arriba, las pausas
e intermitentes gemidos
de animales fosilizados.
( Los electrones iluminan la fracción cuántica de luz,
irradiada por el iris del ojo retorcido en un poema ).
Veo cómo se deslizan los nutrientes
a través de los intestinos,
y cómo la sangre irradia su luz a los órganos
que palpitan al unísono
cuando las manos descansan en mi vientre.
Siento en mi lengua la corriente de la saliva,
y cómo las palabras irradian su luz en mis ojos
cuando escribo este poema.
( V )
Queda un manto de alfileres;
un deslumbrante mosaico
en los charcos de sangre.
Qué densidad tan fría
en los fluidos.
Cuánto pesa el cuerpo
soñado por el alma.
( VI )
Ya la aguja incandescente atravesó mi lengua.
Ahora supura el azufre por el tejido epitelial,
cuando los ojos alcanzan a ser los senos
pero la boca aún se nutre, en la necesidad.
En la carne clavó su aguijón la poesía;
ella no comprende límites.