Mal tiempo de W. H. Auden

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Óscar Distéfano
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Mal tiempo de W. H. Auden

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Wystan Hugh Auden, más conocido como W. H. Auden (York, 21 de febrero, 1907 – Viena, 29 de septiembre, 1973), fue un poeta y ensayista británico, nacionalizado estadounidense en 1946.

Alternó un estilo telegráfico moderno y un modo de escribir fluido de corte tradicional, escrito con un tono dramático e intenso, que logró una reputación casi profética. Tras su ida a América, cambió el tono y exploró temas religiosos y dramáticos. Su obra poética es conocida por sus logros estilísticos y técnicos novedosos, su compromiso con los principales asuntos morales y políticos de su tiempo, y por su variedad de tonos, formas y contenidos. Los temas centrales de su poesía son: el amor personal, la política y el concepto de ciudadanía, la religión y la moral, y la relación entre los seres humanos como individuos y el anónimo e impersonal mundo de la naturaleza.

Está considerado como uno de los más grandes escritores del siglo XX, y ha sido —en lengua inglesa— equiparado con Yeats y T.S. Eliot.


Mal tiempo / Cattivo tempo

El siroco trae a los diablos menores:
un portazo
a las cuatro de la madrugada
anuncia que han vuelto,
más insolentes y más gordos
por la mala literatura
y los dramas cursis.
Son Nibbar, demonio
de los berretines y de la estupidez,
y Tubervillus, demonio
del chisme y el rencor.

Nibbar va al estudio
para susurrar de manera plausible
lo que casi está bien,
lo que casi es verdad.
Cuídate de él, poeta,
por si, leyendo por encima de tu hombro, encuentra
lo que lo pone contento,
el estilo artero,
el significado confuso,
el poema malo.

Tubervillus se dirige al comedor,
resuelto a escuchar,
esperando que se le dé pie.
Cuídense de él, amigos,
por si a sus instancias la charla
toma un giro equivocado,
la lengua suelta
con perversidad espeta
una verdad a medias,
la diversión se afea,
y los chistes duelen.

No los subestimes; con sólo
romper el poema
o cerrar la boca
no derrotarás a ninguno de los dos:
encontrarte a solas,
confinado en tu dormitorio
fabricando allí,
por lascivia o autopreocupación
algún quejoso e intratable
diablillo propio,
eso es también triunfo de ellos.

El contraataque correcto es aburrirlos;
dejar correr la tediosa pluma
por la tediosa correspondencia,
menear la afilada lengua
en chapuceado italiano, pedirle al peluquero
socialista que adivine
o al monárquico pescador que nos diga
cuándo cambiará el viento,
engañando al infierno
con la obviedad humana.
Nuestro destino no es llegar a la última estación, sino ser arrojado del tren.



http://www.elbuscadordehumos.blogspot.com/
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