Los bautizados
Publicado: Sab, 09 Ene 2016 13:00
LOS BAUTIZADOS
La mesa humilde, las teas prendidas,
el crepúsculo rojo y fugitivo,
el vino joven, las sillas bajas,
el calor de la hoguera acogedora.
Llegaban en silencio, de uno en uno,
se estrechaban la mano brevemente
y, ya sentados, juntos conversaban
hasta bien entrada la umbrosa noche.
No podían leer los Evangelios
-no habían sido escritos todavía-
pero aún muchos recordaban
las raras actitudes del Maestro.
La tarde de los panes y los peces
que extendió su prestigio en las aldeas,
el abrazo a la dulce prostituta,
el trueno de su voz
cuando expulsó del Templo a los tenderos,
y también, cómo no, su muerte horrible.
Algunos aseguran que le vieron
más tarde, y que sus ojos
inspiraban la sed de lo absoluto,
de un reino en el que soñar no es un sueño.
Bajaban la mirada
antes de la cena los bautizados
y con una conmovedora esperanza
de que todo fuera cierto
partían el pan y lo compartían.
Y al cabo les inquietaba muy poco
si el mundo que ya estaba despertando
ignoraba el misterio o lo creía
pues, en sus reuniones insondables,
ellos al fin hacían realidad
ese Reino de Dios por el que oraban.
La mesa humilde, las teas prendidas,
el crepúsculo rojo y fugitivo,
el vino joven, las sillas bajas,
el calor de la hoguera acogedora.
Llegaban en silencio, de uno en uno,
se estrechaban la mano brevemente
y, ya sentados, juntos conversaban
hasta bien entrada la umbrosa noche.
No podían leer los Evangelios
-no habían sido escritos todavía-
pero aún muchos recordaban
las raras actitudes del Maestro.
La tarde de los panes y los peces
que extendió su prestigio en las aldeas,
el abrazo a la dulce prostituta,
el trueno de su voz
cuando expulsó del Templo a los tenderos,
y también, cómo no, su muerte horrible.
Algunos aseguran que le vieron
más tarde, y que sus ojos
inspiraban la sed de lo absoluto,
de un reino en el que soñar no es un sueño.
Bajaban la mirada
antes de la cena los bautizados
y con una conmovedora esperanza
de que todo fuera cierto
partían el pan y lo compartían.
Y al cabo les inquietaba muy poco
si el mundo que ya estaba despertando
ignoraba el misterio o lo creía
pues, en sus reuniones insondables,
ellos al fin hacían realidad
ese Reino de Dios por el que oraban.