Palabras para Pedro Arguedas Ibañez, I
Publicado: Jue, 05 Jun 2008 20:57
Palabras para Pedro, I
"El mundo turbado por su palabra profunda, los exilia. ¡A su vez, ellos exilian al mundo!"
Paul Verlaine
Se reconoce a los ángeles porque celebran al cuerpo como bullicio.
Éso es el cuerpo: un recitado.
El cuerpo es el encuentro cardíaco de las voces, entonces es un nido, una colisión blanca, la fiesta del hilo, una pechera para la mente, la salvaje presencia que brinca en una pata.
Me pides que te hable de la Iglesia... pues la Iglesia es el cuerpo, la consumada espiral eólica del cuerpo, el golpe restrospectivo dado por una boca que sopla:
Éso es el cuerpo.
Lo denotado en la pizarra que gime, es el cuerpo.
Los rayos concertados dentro del trueno de la violeta.
EL giro caliente que huyó del puño del entomólogo; giro que ha huído y se ha vuelto adulto entre las flores.
Y la Iglesia es eso, lo patriótico caído en una oscuridad impalpable, el arrullo del lado blanco del relámpago, el cuerpo de un viento que ya no quiere el viaje.
Es la zona golpeada por los brazos por fuera de la bolsa, el cuerpo es la urgencia, siempre está clamando como el teléfono de un banco que cubrió el polvo.
La Iglesia es la hondonada donde mueren las plumas, el cuadrante donde se posa la rodilla, la manera que tienen los gatos de cruzar la sombra... y el grito.
En este sentido, lo invisible es un absurdo, un dios sin cuerpo es como un oído sin yunque, un discurso para las piedras de la playa, o la casa para el muerto.
No. Dios es el cuerpo, el cuerpo mismo es la conciencia de todo un dios, el alarido.
Te confunden estas palabras, ¿sabes por qué? Porque no son palabras, antes bien son platos lustrados a servilleta, o son pelotas de tenis rebotando, rebotando.
Estas no son palabras, son precipitaciones, baba hirviente que cae del pico del buitre, hallazgo del pie del amado entre los trapos.
Estas palabras van vestidas de palabra, pero son linternas, linternas enojosas que iluminan por dentro las manos, que componen el cuerpo a toda velocidad, palpando.
Y mis palabras no son nietzscheanas, tampoco son tántricas o alcalinas, ni siquiera son.
Aquí hay una mudez pura como un brazo. Aquí hay un pataleo de bestias sobre el oro.
Y el oro molido mismo, se levanta hasta las manos luminosas, dejando como hueco la forma caliente del cuerpo: que es el cielo.
Era previsible así.
Rafael Teicher
"El mundo turbado por su palabra profunda, los exilia. ¡A su vez, ellos exilian al mundo!"
Paul Verlaine
Se reconoce a los ángeles porque celebran al cuerpo como bullicio.
Éso es el cuerpo: un recitado.
El cuerpo es el encuentro cardíaco de las voces, entonces es un nido, una colisión blanca, la fiesta del hilo, una pechera para la mente, la salvaje presencia que brinca en una pata.
Me pides que te hable de la Iglesia... pues la Iglesia es el cuerpo, la consumada espiral eólica del cuerpo, el golpe restrospectivo dado por una boca que sopla:
Éso es el cuerpo.
Lo denotado en la pizarra que gime, es el cuerpo.
Los rayos concertados dentro del trueno de la violeta.
EL giro caliente que huyó del puño del entomólogo; giro que ha huído y se ha vuelto adulto entre las flores.
Y la Iglesia es eso, lo patriótico caído en una oscuridad impalpable, el arrullo del lado blanco del relámpago, el cuerpo de un viento que ya no quiere el viaje.
Es la zona golpeada por los brazos por fuera de la bolsa, el cuerpo es la urgencia, siempre está clamando como el teléfono de un banco que cubrió el polvo.
La Iglesia es la hondonada donde mueren las plumas, el cuadrante donde se posa la rodilla, la manera que tienen los gatos de cruzar la sombra... y el grito.
En este sentido, lo invisible es un absurdo, un dios sin cuerpo es como un oído sin yunque, un discurso para las piedras de la playa, o la casa para el muerto.
No. Dios es el cuerpo, el cuerpo mismo es la conciencia de todo un dios, el alarido.
Te confunden estas palabras, ¿sabes por qué? Porque no son palabras, antes bien son platos lustrados a servilleta, o son pelotas de tenis rebotando, rebotando.
Estas no son palabras, son precipitaciones, baba hirviente que cae del pico del buitre, hallazgo del pie del amado entre los trapos.
Estas palabras van vestidas de palabra, pero son linternas, linternas enojosas que iluminan por dentro las manos, que componen el cuerpo a toda velocidad, palpando.
Y mis palabras no son nietzscheanas, tampoco son tántricas o alcalinas, ni siquiera son.
Aquí hay una mudez pura como un brazo. Aquí hay un pataleo de bestias sobre el oro.
Y el oro molido mismo, se levanta hasta las manos luminosas, dejando como hueco la forma caliente del cuerpo: que es el cielo.
Era previsible así.
Rafael Teicher