Teselaciones de Alejandría
Publicado: Dom, 22 Nov 2015 1:49
(Para Ana este domingo, recordando a Cortázar.)
“Si las cosas son lo que parecen,
qué empobrecida quedaría la imaginación del hombre”
Me decía elPrior que las letras del alfabeto son la representación simbólica de los elementos de un barco que navega sobre el pensamiento del hombre. Así la T y la H encarnarían las distintas partes de la arboladura, la B y la D las velas, la I el mástil principal, la C y la U las costillas del buque, la F la estructura de popa, la A la parte principal de la proa y así hasta completar un estudiado código de conocimiento. De la combinación de ellas y sus sonidos nace la palabra, que indaga los tres orígenes de la creación: mar, aire y cielo. En el mar está el inconsciente, en el aire la realidad, la mente, y en el cielo el espíritu del fuego.
Firo Gelmán es un tipo raro. Una mezcla de hombre duro y soñador. Sé muy poco de él. Dónde nació, cómo pasó su infancia, cuál es su formación. Sólo sé que navega, que es capitán de marina; pero no os podría decir de cuál. No se declara ciudadano de ningún país, nunca he sabido para quién, ni en qué trabaja. De vez en cuando, y sin programarlo, coincidimos en algún puerto y charlamos sobre los temas más peregrinos; nunca de cuestiones personales. A veces me hace preguntas extrañas. Últimamente está muy interesado en los descubrimientos de la física, y el componente último de la materia. Él a cambio, me cuenta multitud de anécdotas y bajo su aparente frialdad, su mordaz ironía, se esconde una persona curiosa, sensible y muy culta. Por mucho que lo he intentado, no he podido saber qué busca exactamente en esos innumerables viajes en los que se enrola. Me recuerda a ese personaje de Cortázar, en La caricia más profunda, que se va hundiendo en el suelo sin ser percibido y llega a dimensiones que se escapan al resto de los mortales. En un espacio al que nuestros ojos no están acostumbrados.
Por razón de mis investigaciones sobre genética, tengo la suerte visitar muchos países y siempre encuentro un lugar donde descubro restos de vida, trozos de cromosoma perdidos entre las piedras. Los puertos son buenos para ello, los bares de la noche también. Un día nos encontramos tomando unas copas en Bahía y se mezclaron nuestros destinos. Dicen que lo igual atrae a lo igual.
La última conversación que mantuvimos me llenó de inquietud y perplejidad; no todo es lo que parece. Fue en Alejandría. Esa ciudad que uno no sabe si existe más allá del deseo. Sus calles atraviesan el recuerdo y la nostalgia del pasado. Fue en la bella cafetería La Veranda y allí estaba él. A los dos nos gusta la ópera y se escuchaba la Boheme de Puccini: “¡Qué mano tan fría! Déjeme que se la caliente, ¿para qué buscar? En la oscuridad nada se encuentra…Espere señorita, quédese conmigo; le diré en dos palabras quién soy, qué hago y como vivo; soy un poeta”. En cuanto me vio llegar se levantó, sus manos comenzaron a moverse al compás de la música, se le veía contento. Tengo algo que te va a gustar –era como si supiese que nos encontraríamos ese día- y dejó caer una hoja de papel sobre la mesa. Para mortificarlo un poco no hice mucho caso, ese nuestro juego, y pedí una botella de rosolio con un dulce Ruz Bi Laban, sin mirar apenas el papel. He de decir que en Alejandría tienen el mejor rosolio, un licor misterioso como el amor; embriaga entre las rosas, quema como sus espinas y abre las puertas de la intuición del que lo toma. No tardó mucho tiempo en insistir en que mirara el papel. Como sabe mi gusto por Escher se quedó expectante, estudiando mis reacciones. En ese divertimento único que nos une y nos apasiona; como tahúres, como excéntricos aventureros de lo incorpóreo.
Escher era un artista metódico, me gusta cómo explora el espacio a través de sus figuras imposibles; buscando salvar el conflicto entre la realidad y cómo plasmarla en el plano. Trabajó dimensiones más allá del estrabismo que nos ciega, entre los límites de la perspectiva y el acantilado del surrealismo.
La obra “Unas manos dibujándose” en un círculo cerrado, siempre me apasionó. Según me iba contando Firo, entusiasmado por el tema y el rosolio, me agarraba las manos con fuerza, para sentir el calor de la unión, para entender mejor sus explicaciones. Decía que tuvo origen en un encargo extraño que recibió del escritor Amadeus Bleimber. Lo contó el mismo Escher en una carta destinada a su hermano Bruno, de la cual esta hoja es parte. No sé cómo llegan estas cosas a sus manos, pero allí la tenía, y parecía la veintitresava carta del tarot. Le entusiasmaba la idea de que la materia se imbricara sin solución de continuidad con la energía que genera el pensamiento.
Amadeus Bleimber fue un poeta poco prolífico. De ascendencia judía, no se relacionaba con mucha gente y en su época tenían recelo de su persona por sus aficiones al ocultismo y la magia.
En el encabezamiento aparecían unas enigmáticas palabras:
“En el jardín del Edén había de todo: Higadillos, riñones, carne picada, pececillos colorados, y tazones de leche. Tan sólo no se podía comer una cosa: "la raspa prohibida".
Luego esas manos que parecían reales, tan reales que un escalofrío recorrió mi cuerpo.
Bleimber desapareció misteriosamente.
Un escritor que se enfrenta, con angustia, a la lucha de la poesía frente el folio en blanco no puede durar mucho, decía Firo. Ante la sensación de vacío, maldecía recurrentemente de su impotencia para ir más allá. Pero a través de sus estudios sobre la cábala, empezó a encontrar el camino para llenar aquellos espacios de sentido.
Tenía miedo a la nada, y al ver las teselaciones de Escher, sus misteriosas obras de arte, le vino a la mente cómo resolver el enigma. Parece que encontró una forma de disolverse en la materia. Y su mejor obra quería que fuera transcrita, representada en uno de los cuadros del artista holandés. Preparó todo minuciosamente para hacérselo llegar.
Son los engaños de la literatura. Sus manos prisioneras, sus manos imbricándose con la palabra hasta hacerse carne de papel; en un símbolo permanente de cadena y amor.
Después del último trago, nos fuimos a su habitación - no me gusta que sepan dónde vivo- para que Firo acabara de dibujar el último teselo de la tarde en mi piel, de una tarde más en Alejandría.
Yo me llamo Morgana. Morgana Díaz.
“Si las cosas son lo que parecen,
qué empobrecida quedaría la imaginación del hombre”
Me decía elPrior que las letras del alfabeto son la representación simbólica de los elementos de un barco que navega sobre el pensamiento del hombre. Así la T y la H encarnarían las distintas partes de la arboladura, la B y la D las velas, la I el mástil principal, la C y la U las costillas del buque, la F la estructura de popa, la A la parte principal de la proa y así hasta completar un estudiado código de conocimiento. De la combinación de ellas y sus sonidos nace la palabra, que indaga los tres orígenes de la creación: mar, aire y cielo. En el mar está el inconsciente, en el aire la realidad, la mente, y en el cielo el espíritu del fuego.
Firo Gelmán es un tipo raro. Una mezcla de hombre duro y soñador. Sé muy poco de él. Dónde nació, cómo pasó su infancia, cuál es su formación. Sólo sé que navega, que es capitán de marina; pero no os podría decir de cuál. No se declara ciudadano de ningún país, nunca he sabido para quién, ni en qué trabaja. De vez en cuando, y sin programarlo, coincidimos en algún puerto y charlamos sobre los temas más peregrinos; nunca de cuestiones personales. A veces me hace preguntas extrañas. Últimamente está muy interesado en los descubrimientos de la física, y el componente último de la materia. Él a cambio, me cuenta multitud de anécdotas y bajo su aparente frialdad, su mordaz ironía, se esconde una persona curiosa, sensible y muy culta. Por mucho que lo he intentado, no he podido saber qué busca exactamente en esos innumerables viajes en los que se enrola. Me recuerda a ese personaje de Cortázar, en La caricia más profunda, que se va hundiendo en el suelo sin ser percibido y llega a dimensiones que se escapan al resto de los mortales. En un espacio al que nuestros ojos no están acostumbrados.
Por razón de mis investigaciones sobre genética, tengo la suerte visitar muchos países y siempre encuentro un lugar donde descubro restos de vida, trozos de cromosoma perdidos entre las piedras. Los puertos son buenos para ello, los bares de la noche también. Un día nos encontramos tomando unas copas en Bahía y se mezclaron nuestros destinos. Dicen que lo igual atrae a lo igual.
La última conversación que mantuvimos me llenó de inquietud y perplejidad; no todo es lo que parece. Fue en Alejandría. Esa ciudad que uno no sabe si existe más allá del deseo. Sus calles atraviesan el recuerdo y la nostalgia del pasado. Fue en la bella cafetería La Veranda y allí estaba él. A los dos nos gusta la ópera y se escuchaba la Boheme de Puccini: “¡Qué mano tan fría! Déjeme que se la caliente, ¿para qué buscar? En la oscuridad nada se encuentra…Espere señorita, quédese conmigo; le diré en dos palabras quién soy, qué hago y como vivo; soy un poeta”. En cuanto me vio llegar se levantó, sus manos comenzaron a moverse al compás de la música, se le veía contento. Tengo algo que te va a gustar –era como si supiese que nos encontraríamos ese día- y dejó caer una hoja de papel sobre la mesa. Para mortificarlo un poco no hice mucho caso, ese nuestro juego, y pedí una botella de rosolio con un dulce Ruz Bi Laban, sin mirar apenas el papel. He de decir que en Alejandría tienen el mejor rosolio, un licor misterioso como el amor; embriaga entre las rosas, quema como sus espinas y abre las puertas de la intuición del que lo toma. No tardó mucho tiempo en insistir en que mirara el papel. Como sabe mi gusto por Escher se quedó expectante, estudiando mis reacciones. En ese divertimento único que nos une y nos apasiona; como tahúres, como excéntricos aventureros de lo incorpóreo.
Escher era un artista metódico, me gusta cómo explora el espacio a través de sus figuras imposibles; buscando salvar el conflicto entre la realidad y cómo plasmarla en el plano. Trabajó dimensiones más allá del estrabismo que nos ciega, entre los límites de la perspectiva y el acantilado del surrealismo.
La obra “Unas manos dibujándose” en un círculo cerrado, siempre me apasionó. Según me iba contando Firo, entusiasmado por el tema y el rosolio, me agarraba las manos con fuerza, para sentir el calor de la unión, para entender mejor sus explicaciones. Decía que tuvo origen en un encargo extraño que recibió del escritor Amadeus Bleimber. Lo contó el mismo Escher en una carta destinada a su hermano Bruno, de la cual esta hoja es parte. No sé cómo llegan estas cosas a sus manos, pero allí la tenía, y parecía la veintitresava carta del tarot. Le entusiasmaba la idea de que la materia se imbricara sin solución de continuidad con la energía que genera el pensamiento.
Amadeus Bleimber fue un poeta poco prolífico. De ascendencia judía, no se relacionaba con mucha gente y en su época tenían recelo de su persona por sus aficiones al ocultismo y la magia.
En el encabezamiento aparecían unas enigmáticas palabras:
“En el jardín del Edén había de todo: Higadillos, riñones, carne picada, pececillos colorados, y tazones de leche. Tan sólo no se podía comer una cosa: "la raspa prohibida".
Luego esas manos que parecían reales, tan reales que un escalofrío recorrió mi cuerpo.
Bleimber desapareció misteriosamente.
Un escritor que se enfrenta, con angustia, a la lucha de la poesía frente el folio en blanco no puede durar mucho, decía Firo. Ante la sensación de vacío, maldecía recurrentemente de su impotencia para ir más allá. Pero a través de sus estudios sobre la cábala, empezó a encontrar el camino para llenar aquellos espacios de sentido.
Tenía miedo a la nada, y al ver las teselaciones de Escher, sus misteriosas obras de arte, le vino a la mente cómo resolver el enigma. Parece que encontró una forma de disolverse en la materia. Y su mejor obra quería que fuera transcrita, representada en uno de los cuadros del artista holandés. Preparó todo minuciosamente para hacérselo llegar.
Son los engaños de la literatura. Sus manos prisioneras, sus manos imbricándose con la palabra hasta hacerse carne de papel; en un símbolo permanente de cadena y amor.
Después del último trago, nos fuimos a su habitación - no me gusta que sepan dónde vivo- para que Firo acabara de dibujar el último teselo de la tarde en mi piel, de una tarde más en Alejandría.
Yo me llamo Morgana. Morgana Díaz.