¿Dónde se posa la felicidad?
Publicado: Jue, 19 Nov 2015 17:14
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Quien quiera aprender algo más sobre esta niña ha de pasar los sentimientos por el filtro de la verdad. Es un tamiz muy fino, tanto como para permitir el paso solo a las partículas más finas, casi invisibles, que el ojo no puede ver una a una. Todas juntas conforman una delgada capa de crepúsculo sobre una superficie lisa, en la que puede escribirse con el dedo la palabra felicidad. Lo que se queda en el tamiz es pura imaginación, sueños a granel.
La imaginación es ingrávida, de suerte no depende de ley física alguna, atraviesa los sueños como un rayo de luz y los ilumina con el aliento de un halo. Del mismo modo separa la realidad de la fantasía. Un tamiz que mece y mece verdades para que pasen al otro lado los sentimientos, el cúmulo invisible de la verdad.
Se conoce que se dio cuenta porque se echó a soñar y resbalaron sonrisas azules por sus mejillas.
La margarita solitaria de indetenible aliento cuya energía en esplendor y en aroma se transforma, es testigo del milagro. Su sombra entra en competencia con el tiempo.
Ahora se esboza la caricia de los frágiles dedos de los árboles. Es sabia en su gesto la mariposa, y conocedora de acción y tiempo jamás se empeña en avanzar contra su ser. Con precisión cumple su vuelo sumiso y cuando ya las sombras se anudan, cruza sin vacilar las puertas de un secreto que al aire se diluye. Ella, sin embargo, a la hora del sueño, camina casi a tientas y se pierde bajo los castaños bañados por el sol.
Continúa la coreografía del acompañamiento, sin otro acompañamiento de melodía que la que espontáneamente fluye de las sombras. Al principio puede extrañar el espectáculo. Poco a poco, sin embargo, aparece una complicidad literalmente inaudita pero tan intensa que lo llena todo. Incluso la imaginación mejor construida es tributaria a las leyes del terreno.
La desesperación de esta soñadora no es la de no poder escribir el sueño, sino la de verse forzada, a pesar de las tinieblas, a perseguir, indefiniblemente, un sueño que ella no escribe.
Un cuervo negro que odia ser el blanco de todas las miradas, multiplica su reposo aguzando su impaciencia.
Se ha extendido el tumor de la espesura con su fuerza de lluvia y su insistencia en dar forma a un paisaje donde hasta nosotros somos solo sombras que no nos representan.
Ofrece su risa al pájaro; soborna su sonido. Correr, correr y correr. Pero nada basta al que imagina el sueño perfecto, jamás es suficiente para quien añora ser infiel a su cuerpo leso y poder cruzar bosques, atravesar sombras que traspasen limpiamente la luz mientras avanza.
No quiere caminar sola. No quiere correr sola, ahora está más cerca la tierra de sus pies, más cerca de sentir la angustia del tropiezo y se ve alrededor de todas partes, como una niña inquieta pedaleando ante la cuesta inocente de caminar.
Sucede a la caída de la tarde. Es el instante gris del cuervo que llora sus lágrimas de estaño verde. Es el momento de las sombras transparentes, esas sombras que habitan en el musgo entre lo olvidado y lo perdido. Es el instante perpetuo, sin nombre, el suspiro de las horas recogido en el azogue; nada se mueve, nada salvo el pájaro que teje su cúpula de humo sobre nuestra resquebrajada incertidumbre.
Ser alada sin serlo, insurrecta, terrestre. Con el más leve latir de mariposa cesa el peligro, diríase de la sombra de su miedo que intenta bordar su propia huella de tanta maravilla.
La palabra felicidad ¿de qué materiales está hecha? En todo caso no de las nueve letras que la hacen sonar. Satisfacción y alegría la habitan, la hacen brillar, a veces prolongada, a veces monosílaba, siempre con acordes diferentes. Así, la felicidad resplandece con diferente combinación de letras según dónde se pose. En el cuerpo de la palabra hay nubes descontroladas, lluvia, restos de amor usado ya en la tierra.
Quien quiera aprender algo más sobre esta niña ha de pasar los sentimientos por el filtro de la verdad. Es un tamiz muy fino, tanto como para permitir el paso solo a las partículas más finas, casi invisibles, que el ojo no puede ver una a una. Todas juntas conforman una delgada capa de crepúsculo sobre una superficie lisa, en la que puede escribirse con el dedo la palabra felicidad. Lo que se queda en el tamiz es pura imaginación, sueños a granel.
La imaginación es ingrávida, de suerte no depende de ley física alguna, atraviesa los sueños como un rayo de luz y los ilumina con el aliento de un halo. Del mismo modo separa la realidad de la fantasía. Un tamiz que mece y mece verdades para que pasen al otro lado los sentimientos, el cúmulo invisible de la verdad.
Se conoce que se dio cuenta porque se echó a soñar y resbalaron sonrisas azules por sus mejillas.
La margarita solitaria de indetenible aliento cuya energía en esplendor y en aroma se transforma, es testigo del milagro. Su sombra entra en competencia con el tiempo.
Ahora se esboza la caricia de los frágiles dedos de los árboles. Es sabia en su gesto la mariposa, y conocedora de acción y tiempo jamás se empeña en avanzar contra su ser. Con precisión cumple su vuelo sumiso y cuando ya las sombras se anudan, cruza sin vacilar las puertas de un secreto que al aire se diluye. Ella, sin embargo, a la hora del sueño, camina casi a tientas y se pierde bajo los castaños bañados por el sol.
Continúa la coreografía del acompañamiento, sin otro acompañamiento de melodía que la que espontáneamente fluye de las sombras. Al principio puede extrañar el espectáculo. Poco a poco, sin embargo, aparece una complicidad literalmente inaudita pero tan intensa que lo llena todo. Incluso la imaginación mejor construida es tributaria a las leyes del terreno.
La desesperación de esta soñadora no es la de no poder escribir el sueño, sino la de verse forzada, a pesar de las tinieblas, a perseguir, indefiniblemente, un sueño que ella no escribe.
Un cuervo negro que odia ser el blanco de todas las miradas, multiplica su reposo aguzando su impaciencia.
Se ha extendido el tumor de la espesura con su fuerza de lluvia y su insistencia en dar forma a un paisaje donde hasta nosotros somos solo sombras que no nos representan.
Ofrece su risa al pájaro; soborna su sonido. Correr, correr y correr. Pero nada basta al que imagina el sueño perfecto, jamás es suficiente para quien añora ser infiel a su cuerpo leso y poder cruzar bosques, atravesar sombras que traspasen limpiamente la luz mientras avanza.
No quiere caminar sola. No quiere correr sola, ahora está más cerca la tierra de sus pies, más cerca de sentir la angustia del tropiezo y se ve alrededor de todas partes, como una niña inquieta pedaleando ante la cuesta inocente de caminar.
Sucede a la caída de la tarde. Es el instante gris del cuervo que llora sus lágrimas de estaño verde. Es el momento de las sombras transparentes, esas sombras que habitan en el musgo entre lo olvidado y lo perdido. Es el instante perpetuo, sin nombre, el suspiro de las horas recogido en el azogue; nada se mueve, nada salvo el pájaro que teje su cúpula de humo sobre nuestra resquebrajada incertidumbre.
Ser alada sin serlo, insurrecta, terrestre. Con el más leve latir de mariposa cesa el peligro, diríase de la sombra de su miedo que intenta bordar su propia huella de tanta maravilla.
La palabra felicidad ¿de qué materiales está hecha? En todo caso no de las nueve letras que la hacen sonar. Satisfacción y alegría la habitan, la hacen brillar, a veces prolongada, a veces monosílaba, siempre con acordes diferentes. Así, la felicidad resplandece con diferente combinación de letras según dónde se pose. En el cuerpo de la palabra hay nubes descontroladas, lluvia, restos de amor usado ya en la tierra.