La vergüenza
Publicado: Lun, 16 Nov 2015 2:42
Las manos ensangrentadas visten de luto a la mosca del crimen desconocido
y un juez dicta la espesa sentencia del silencio, junto a las abejas,
que fabrican en sus panales los auditorios donde se defiende el acusado,
confundido por amplias vidrieras -espejos desfigurados por la desaprobación-.
El rostro del público se hunde en los repugnantes aguijones, llegan los gritos del espanto,
como un silbido que recorre la sangre y descompone la ignorancia de la materia.
No es necesaria la razón para señalar al acusado y abrir el proceso de la condena.
La materia inflama la maceración, se delata el acusado por el enrojecimiento de su piel,
que refleja la acelerada actividad de los tejidos durante el proceso, obediente a una ley
desconocida por el propio juez.
El cuerpo sirve de molde a la ira derramada por la combustión celular. Se aisla al acusado.
Dicta el juez las posibles formas de la materia y las proteínas se repliegan sobre sí mismas.
La forma extraña comienza a ser invisible para los demás, incluso para la ley.
La voz de la defensa queda amordazada en el silencio.
El tejido se condensa en torno a la masa sanguinolenta de la memoria,
que recorre los vasos sanguíneos de una reprogramación deficitaria.
Sabe el acusado que quizá sea la última vez que arda el sol, con tanta intensidad,
cuando lo obligan a contemplar su rostro en el cielo.
No puede pensar en la complejidad. Hay algo que se escapa, como su vida.
Al ser privado de la libertad, no puede reflejarse en sus semejantes; quedan los espejos
y una vaga idea de la belleza conformada en los panales.
Ahora la miel endulza la ira por su malograda condición; su rabia e impotencia
se dulcifican en la sangre sometida al silencio de la verdad.
Ahora contempla el rostro de la belleza, figurado en la descomposición;
obedece a la ley confusa por la cual mastican las bocas,
a la ley deteriorada por los bostezos de los comensales
y su indisimulada satisfacción por llenar las barrigas;
a una distorsión de fondo provocada por la grosería,
que aconseja sólo pensando en ella.
Y cual niño pequeño escucha, con renovada conciencia, la risa del demonio;
éste blande al aire elefantes en miniatura
y saca de su bolsillo la cosmogonía de la angustia.
A todo ello, la conciencia de la materia reacciona de manera volátil,
prendiendo la ira de la sangre que fustiga la piel del acusado;
revelando su última condición, la flamígera esencia
resistiendo la ineludible maceración.
Y prueba la robusta embriaguez del alcohol:
tornando azul la mentira de la lengua,
habla por la combustión que ordena la vida
y proclama un vacío sin pretextos;
la broma de unos dioses, semejantes a los libros de auto ayuda.
( ¿Qué sentido tienen -para la materia en descomposición- unas palabras de ánimo,
o un concepto tan vago e impreciso como el de la felicidad? )
En candelabros oculares prende la vergüenza tras contemplar la última puesta de sol,
antes de que llegue la noche con su última sentencia: ¿Inocente o culpable?
Contínua retroalimentación de las abejas, entrando y saliendo de los oídos del acusado,
quien siente en sus carnes la ira de sus semejantes.
Todos tratamos de salvarnos, es precisa la más absoluta ignorancia.
La vergüenza es el proceso por el cual la conciencia se sacrifica
en aras del bien común, de la expiación de la culpa.
El precio que paga el condenado es el de su irrenunciable belleza,
una vez perdido entre las vidrieras del auditorio.
Ignorando su presencia todos se dirigen a él, pues despierta las más enconadas pasiones
de las almas que pretenden alcanzar la salvación.
Ira, compasión, desprecio, burla, condescendencia, indiferencia, envidia y paternalismo;
se dan cita en el juicio final de cada nuevo día, expulsando a la conciencia del paraíso.
Igual se viste de luto la sexualidad. Ya no es posible hallar placer en el amor,
esto bien lo sabe la ignorancia, aunque bien lo disimule.
¿Dónde es posible hallar de nuevo placer?
Es posible que en el agravio y el ultraje, pues la celebración de un juicio llena,
aunque sólo sea por un momento, el vacío.
Todos sabemos que el vacío es insoportable, tanto como sentir vergüenza
por el sin sentido que supone someterse a una ley
cruel y ciega.
y un juez dicta la espesa sentencia del silencio, junto a las abejas,
que fabrican en sus panales los auditorios donde se defiende el acusado,
confundido por amplias vidrieras -espejos desfigurados por la desaprobación-.
El rostro del público se hunde en los repugnantes aguijones, llegan los gritos del espanto,
como un silbido que recorre la sangre y descompone la ignorancia de la materia.
No es necesaria la razón para señalar al acusado y abrir el proceso de la condena.
La materia inflama la maceración, se delata el acusado por el enrojecimiento de su piel,
que refleja la acelerada actividad de los tejidos durante el proceso, obediente a una ley
desconocida por el propio juez.
El cuerpo sirve de molde a la ira derramada por la combustión celular. Se aisla al acusado.
Dicta el juez las posibles formas de la materia y las proteínas se repliegan sobre sí mismas.
La forma extraña comienza a ser invisible para los demás, incluso para la ley.
La voz de la defensa queda amordazada en el silencio.
El tejido se condensa en torno a la masa sanguinolenta de la memoria,
que recorre los vasos sanguíneos de una reprogramación deficitaria.
Sabe el acusado que quizá sea la última vez que arda el sol, con tanta intensidad,
cuando lo obligan a contemplar su rostro en el cielo.
No puede pensar en la complejidad. Hay algo que se escapa, como su vida.
Al ser privado de la libertad, no puede reflejarse en sus semejantes; quedan los espejos
y una vaga idea de la belleza conformada en los panales.
Ahora la miel endulza la ira por su malograda condición; su rabia e impotencia
se dulcifican en la sangre sometida al silencio de la verdad.
Ahora contempla el rostro de la belleza, figurado en la descomposición;
obedece a la ley confusa por la cual mastican las bocas,
a la ley deteriorada por los bostezos de los comensales
y su indisimulada satisfacción por llenar las barrigas;
a una distorsión de fondo provocada por la grosería,
que aconseja sólo pensando en ella.
Y cual niño pequeño escucha, con renovada conciencia, la risa del demonio;
éste blande al aire elefantes en miniatura
y saca de su bolsillo la cosmogonía de la angustia.
A todo ello, la conciencia de la materia reacciona de manera volátil,
prendiendo la ira de la sangre que fustiga la piel del acusado;
revelando su última condición, la flamígera esencia
resistiendo la ineludible maceración.
Y prueba la robusta embriaguez del alcohol:
tornando azul la mentira de la lengua,
habla por la combustión que ordena la vida
y proclama un vacío sin pretextos;
la broma de unos dioses, semejantes a los libros de auto ayuda.
( ¿Qué sentido tienen -para la materia en descomposición- unas palabras de ánimo,
o un concepto tan vago e impreciso como el de la felicidad? )
En candelabros oculares prende la vergüenza tras contemplar la última puesta de sol,
antes de que llegue la noche con su última sentencia: ¿Inocente o culpable?
Contínua retroalimentación de las abejas, entrando y saliendo de los oídos del acusado,
quien siente en sus carnes la ira de sus semejantes.
Todos tratamos de salvarnos, es precisa la más absoluta ignorancia.
La vergüenza es el proceso por el cual la conciencia se sacrifica
en aras del bien común, de la expiación de la culpa.
El precio que paga el condenado es el de su irrenunciable belleza,
una vez perdido entre las vidrieras del auditorio.
Ignorando su presencia todos se dirigen a él, pues despierta las más enconadas pasiones
de las almas que pretenden alcanzar la salvación.
Ira, compasión, desprecio, burla, condescendencia, indiferencia, envidia y paternalismo;
se dan cita en el juicio final de cada nuevo día, expulsando a la conciencia del paraíso.
Igual se viste de luto la sexualidad. Ya no es posible hallar placer en el amor,
esto bien lo sabe la ignorancia, aunque bien lo disimule.
¿Dónde es posible hallar de nuevo placer?
Es posible que en el agravio y el ultraje, pues la celebración de un juicio llena,
aunque sólo sea por un momento, el vacío.
Todos sabemos que el vacío es insoportable, tanto como sentir vergüenza
por el sin sentido que supone someterse a una ley
cruel y ciega.