Animal sagrado
Publicado: Lun, 09 Nov 2015 16:19
Elefante: animal que honra a sus muertos.
Y yo, ¡ay pobre de mí! Los conjuro
en huesos calcinados por la injuria,
reflejada en una luna escuálida;
menguada por el beso de la noche
enamorada de las mocedades:
incautas criaturas sin un templo
donde guarecerse de la cólera.
Aquella trompa envolvió la soledad,
retratada en espejos invertidos,
donde se reflejaba la inocencia
del animal sobre el que paseábamos,
a lomos de aquel tiempo imaginado.
De mil novecientos ochenta y cinco
a la última dentellada de odio;
de la caricia más suave al desgarro
en la respiración de un beso oculto.
La piel de aquel animal era tierna
en los vuelos ascendentes del amor,
crispada en la descendencia del odio.
Nos reconocíamos en opuestos
ensamblados en la unidad del verso.
Se detuvo el tiempo en la savia vital
de aquel animal que nos elevaba,
-más allá de nuestro falso dilema-
a reconocernos en lo sagrado.
La humilde grandeza de un elefante
nos subió a cada uno en nuestro sitio:
firmamos la paz, un padre y un hijo.
Y yo, ¡ay pobre de mí! Los conjuro
en huesos calcinados por la injuria,
reflejada en una luna escuálida;
menguada por el beso de la noche
enamorada de las mocedades:
incautas criaturas sin un templo
donde guarecerse de la cólera.
Aquella trompa envolvió la soledad,
retratada en espejos invertidos,
donde se reflejaba la inocencia
del animal sobre el que paseábamos,
a lomos de aquel tiempo imaginado.
De mil novecientos ochenta y cinco
a la última dentellada de odio;
de la caricia más suave al desgarro
en la respiración de un beso oculto.
La piel de aquel animal era tierna
en los vuelos ascendentes del amor,
crispada en la descendencia del odio.
Nos reconocíamos en opuestos
ensamblados en la unidad del verso.
Se detuvo el tiempo en la savia vital
de aquel animal que nos elevaba,
-más allá de nuestro falso dilema-
a reconocernos en lo sagrado.
La humilde grandeza de un elefante
nos subió a cada uno en nuestro sitio:
firmamos la paz, un padre y un hijo.