LA POLÍTICA EN HORA BAJAS
Publicado: Mar, 03 Nov 2015 9:59
España, coincidiendo con la presidencia del Gobierno en manos de Mariano Rajoy, ha venido sufriendo continuos ataques a la legalidad vigente, por parte de los nacionalistas catalanes capitaneados por Artur Mas.
Hace mucho tiempo que en Cataluña existe una parte de la población que quiere conformarse en Estado; a todo esto, me pregunto por qué el repunte de las proclamas secesionistas, tanto en el fondo, cuanto en la forma, ha coincidido con la jefatura de Rajoy. Empezando por el aumento de quienes pretenden separarse de España, que desde el 2012 ha pasado del 20% al 40% actual, y terminando por el inusitado desparpajo de quienes lideran los partidos más votados de Cataluña, tales como Mas, Junqueras…, que, un día sí y otro también, se rebelan e incitan a la población a rebelarse contra la legislación del Estado español. ¿Tiene algo que ver el desaguisado catalán con la gestión de Mariano Rajoy?, ¿o es, simplemente, una coincidencia?
Veamos, la estrategia de Mariano frente a los secesionistas, ha sido ampararse en las leyes, en la creencia de que los jueces le solucionarán el problema; craso error, ya que el problema no es jurídico, sino político. Para que una parte de un Estado pueda separarse de este y vertebrarse en Estado independiente, es imprescindible saltarse las leyes del Estado que se pretende abandonar, es decir, los secesionistas no actúan por el principio de legalidad, sino por la política de hechos consumados (principio de efectividad). Y, sí, desde el momento en que el Parlamento de Cataluña proclame la independencia, los separatistas creerán tener de su lado el principio de legitimidad, toda vez que, según ellos, las leyes españolas ya no serán las que rijan la convivencia del nuevo Estado catalán, o, por lo menos, ambas legislaciones entrarán en colisión.
¿Y qué debería haber hecho Rajoy para evitar tal estado de cosas? Lo primero, escuchar a la inmensa mayoría de la población catalana, que ha salido a la calle en varias ocasiones para proclamar a los cuatro vientos que quiere ejercer su derecho a decidir. En este momento, más del 80% de los catalanes abogan por un referéndum donde se decida si Cataluña quiere continuar formando parte de España, lo cual no quiere decir que ese 80% esté a favor de la independencia, como ha quedado demostrado después de las elecciones autonómicas del pasado 27S.
Efectivamente, la mayoría de los catalanes no está por la labor de abandonar España, así que, ¿cómo es posible que Rajoy no haya aprovechado la coyuntura para fortalecer los vínculos y, sobre todo, para proteger a los catalanes que mayoritariamente han votado que no quieren separarse de España y que, sin embargo, están por la labor de plasmarlo en un referéndum? Sencillamente, Rajoy no se ha atrevido, le falta altura política.
Lo malo de todo esto, es que en España no tenemos a nadie que sea menos malo que Rajoy, para coger al toro por los cuernos. Sánchez, dubitativo y con una ideología muy difusa, unas veces a la izquierda, otras, a la derecha, según se desprenda de la intención de voto. Rivera, aún bisoño y con claras influencias reaccionarias que buscan su acomodo en un supuesto centro político. Iglesias, muy díscolo, con maneras difíciles de fusionar con cargos de alta responsabilidad y totalmente perdido a la hora de plasmar políticas fiables. Y nos queda Garzón, demasiado novel para el momento, pero con buena pinta para el futuro. En fin, un panorama ciertamente poco alentador, frente a los importantísimos sucesos que urgentemente se avecinan.
Desde luego, para un político de tres al cuarto, altamente inepto, como ha demostrado ser Artur Mas, con solo repasar la gestión que ha realizado tanto al frente de Cataluña (no tiene dinero ni para pagar a las farmacias), cuanto liderando su partido (en este momento es uno de los partidos más desprestigiados de la UE), el actual panorama político español le viene como anillo al dedo. Desde que empezó con sus maquinaciones amparadas en el secesionismo, Mas se ha encontrado con el camino increíblemente expedito, no tiene un enemigo a su altura, lo cual, por muy cierto que sea, aún resulta más increíblemente descorazonador, dada la famélica estatura ético-moral de Artur.
Hace mucho tiempo que en Cataluña existe una parte de la población que quiere conformarse en Estado; a todo esto, me pregunto por qué el repunte de las proclamas secesionistas, tanto en el fondo, cuanto en la forma, ha coincidido con la jefatura de Rajoy. Empezando por el aumento de quienes pretenden separarse de España, que desde el 2012 ha pasado del 20% al 40% actual, y terminando por el inusitado desparpajo de quienes lideran los partidos más votados de Cataluña, tales como Mas, Junqueras…, que, un día sí y otro también, se rebelan e incitan a la población a rebelarse contra la legislación del Estado español. ¿Tiene algo que ver el desaguisado catalán con la gestión de Mariano Rajoy?, ¿o es, simplemente, una coincidencia?
Veamos, la estrategia de Mariano frente a los secesionistas, ha sido ampararse en las leyes, en la creencia de que los jueces le solucionarán el problema; craso error, ya que el problema no es jurídico, sino político. Para que una parte de un Estado pueda separarse de este y vertebrarse en Estado independiente, es imprescindible saltarse las leyes del Estado que se pretende abandonar, es decir, los secesionistas no actúan por el principio de legalidad, sino por la política de hechos consumados (principio de efectividad). Y, sí, desde el momento en que el Parlamento de Cataluña proclame la independencia, los separatistas creerán tener de su lado el principio de legitimidad, toda vez que, según ellos, las leyes españolas ya no serán las que rijan la convivencia del nuevo Estado catalán, o, por lo menos, ambas legislaciones entrarán en colisión.
¿Y qué debería haber hecho Rajoy para evitar tal estado de cosas? Lo primero, escuchar a la inmensa mayoría de la población catalana, que ha salido a la calle en varias ocasiones para proclamar a los cuatro vientos que quiere ejercer su derecho a decidir. En este momento, más del 80% de los catalanes abogan por un referéndum donde se decida si Cataluña quiere continuar formando parte de España, lo cual no quiere decir que ese 80% esté a favor de la independencia, como ha quedado demostrado después de las elecciones autonómicas del pasado 27S.
Efectivamente, la mayoría de los catalanes no está por la labor de abandonar España, así que, ¿cómo es posible que Rajoy no haya aprovechado la coyuntura para fortalecer los vínculos y, sobre todo, para proteger a los catalanes que mayoritariamente han votado que no quieren separarse de España y que, sin embargo, están por la labor de plasmarlo en un referéndum? Sencillamente, Rajoy no se ha atrevido, le falta altura política.
Lo malo de todo esto, es que en España no tenemos a nadie que sea menos malo que Rajoy, para coger al toro por los cuernos. Sánchez, dubitativo y con una ideología muy difusa, unas veces a la izquierda, otras, a la derecha, según se desprenda de la intención de voto. Rivera, aún bisoño y con claras influencias reaccionarias que buscan su acomodo en un supuesto centro político. Iglesias, muy díscolo, con maneras difíciles de fusionar con cargos de alta responsabilidad y totalmente perdido a la hora de plasmar políticas fiables. Y nos queda Garzón, demasiado novel para el momento, pero con buena pinta para el futuro. En fin, un panorama ciertamente poco alentador, frente a los importantísimos sucesos que urgentemente se avecinan.
Desde luego, para un político de tres al cuarto, altamente inepto, como ha demostrado ser Artur Mas, con solo repasar la gestión que ha realizado tanto al frente de Cataluña (no tiene dinero ni para pagar a las farmacias), cuanto liderando su partido (en este momento es uno de los partidos más desprestigiados de la UE), el actual panorama político español le viene como anillo al dedo. Desde que empezó con sus maquinaciones amparadas en el secesionismo, Mas se ha encontrado con el camino increíblemente expedito, no tiene un enemigo a su altura, lo cual, por muy cierto que sea, aún resulta más increíblemente descorazonador, dada la famélica estatura ético-moral de Artur.