Escribiendo
Publicado: Lun, 02 Jun 2008 11:58
Estoy bebiéndome el silencio de esta noche tétrica, en que húmedos ojos me observan, cuando hablo con la muerte, mientras paro el poema,
mientras riego surcos invisibles que van tomando forma y sentido sobre el papel.
Muero un poco.
Escribir es morir,
es comerte los sesos - trepanado el cráneo por el verso-, es sorberte a ti mismo, verter tu sangre inocente, descorazonarte en el amanecer, o en la noche inquieta,
en el retrete o en las manos de Dios;
es ser violado brutalmente por una zorra más puta que mi mano,
esa mujer perversa, caprichosa, que no me deja dormir, que no me deja vivir, esa que nos habita.
Escribir es morir.
Es ser cordero degollado, sacrificado, izado de las patas por versos, como un dios
menor - Agnus Dei, qui tolis pecata mundi-, para ser despellejado,
para ser desmembrado en un altar de palabras, para descarnar nuestros huesos,
para darnos a los demás, para derramar sangre hasta llegar al alma desnuda
encerrada en los surcos del poema.
Escribir es amar la muerte, besar sus labios, amar el silencio, la soledad y el amor
mientras te haces lluvia y luz, luz tras la copa última- ésta es la última, me digo siempre antes del derrumbe y el delirio- ,
y el verso me hace, y me da forma y volumen, y lame mi carne desnuda,
agria, roja y borracha; y se derrama por la habitación como gotas de lluvia,
gotas de lluvia combatiendo soledades mías,
rebajando el alcohol de mis venas en mis agónicas oraciones en los olivos,
corriendo por mis venas - ríos de ron o güisqui, o de brandy y unas gotas
de alcohol puro: qué más da unas que otras-
y así me siento hombre en vez de un alcohólico, ridículo ropaje de un absurdo
contemplando los versos en los chorros de luz, luz mía
que lentamente taladra mis huesos,
lentamente, lentamente.
Qué mas da vomitar el alma o dar tragos a la muerte.
A veces, vomitar y beber y escribir es lo mismo, es sentir como se incendia la sangre
y se va la vida por la boca - a veces por la nariz-, con cada vómito, con cada vaso
de esta condena al cielo que es beber, que es escribir, la condena del delirio
que es el despertar a esta muerte que llaman vida.
Una rata se esconde, busca a Dios en las vacías botellas de Justerini Brooks.
mientras riego surcos invisibles que van tomando forma y sentido sobre el papel.
Muero un poco.
Escribir es morir,
es comerte los sesos - trepanado el cráneo por el verso-, es sorberte a ti mismo, verter tu sangre inocente, descorazonarte en el amanecer, o en la noche inquieta,
en el retrete o en las manos de Dios;
es ser violado brutalmente por una zorra más puta que mi mano,
esa mujer perversa, caprichosa, que no me deja dormir, que no me deja vivir, esa que nos habita.
Escribir es morir.
Es ser cordero degollado, sacrificado, izado de las patas por versos, como un dios
menor - Agnus Dei, qui tolis pecata mundi-, para ser despellejado,
para ser desmembrado en un altar de palabras, para descarnar nuestros huesos,
para darnos a los demás, para derramar sangre hasta llegar al alma desnuda
encerrada en los surcos del poema.
Escribir es amar la muerte, besar sus labios, amar el silencio, la soledad y el amor
mientras te haces lluvia y luz, luz tras la copa última- ésta es la última, me digo siempre antes del derrumbe y el delirio- ,
y el verso me hace, y me da forma y volumen, y lame mi carne desnuda,
agria, roja y borracha; y se derrama por la habitación como gotas de lluvia,
gotas de lluvia combatiendo soledades mías,
rebajando el alcohol de mis venas en mis agónicas oraciones en los olivos,
corriendo por mis venas - ríos de ron o güisqui, o de brandy y unas gotas
de alcohol puro: qué más da unas que otras-
y así me siento hombre en vez de un alcohólico, ridículo ropaje de un absurdo
contemplando los versos en los chorros de luz, luz mía
que lentamente taladra mis huesos,
lentamente, lentamente.
Qué mas da vomitar el alma o dar tragos a la muerte.
A veces, vomitar y beber y escribir es lo mismo, es sentir como se incendia la sangre
y se va la vida por la boca - a veces por la nariz-, con cada vómito, con cada vaso
de esta condena al cielo que es beber, que es escribir, la condena del delirio
que es el despertar a esta muerte que llaman vida.
Una rata se esconde, busca a Dios en las vacías botellas de Justerini Brooks.