El despertar de la poesía
Publicado: Mar, 04 Ago 2015 19:59
Caminaba la poesía ceñida a la inmaculada soledad.
Y no reparaba en sus pantalones, desgastados y sucios;
era seducida por las nubes que raseaban la tristeza,
buscando continentes en sus manos de agua.
Buscaba la vida por los callejones de Barcelona,
saludando a las mujeres que hacían la calle
y vertiendo sonrisas sobre manantiales de rímel.
-Todas las madres hacen la calle -decía la soledad,
haciendo llorar su luz blanca a las farolas.
Hablando sola, oreaba sus poemas
y se perdía en la mirada blanca de un silencio
apretado a una lengua débil y vulnerable;
azulada por la electricidad que irradia la melancolía
cuando se acuesta con la soledad del asfalto.
Sus ojos caían rendidos a los pies de un poema.
Brillaba el vidrio en el humo de sus labios
y rodaba la palabra por la piel de las sirenas
exiliadas de un mar taciturno.
Ella conducía a la soledad con ridículas palabras,
realizando absurdas acrobacias y analogías.
Al amparo de la locura, declamaba la bondad
y escribía odas a la libertad del hombre y la mujer,
ardiendo en la incandescencia de los versos
que arrullan como palomos
y beben de un agua lisonjera.
Ella sentía el júbilo de regalar flores a las madres
que aplauden las acrobacias y visten la noche de luces,
preparando el ruedo -la esquina- donde la poesía
habrá de despertar y enfrentarse a su soledad.
Y no reparaba en sus pantalones, desgastados y sucios;
era seducida por las nubes que raseaban la tristeza,
buscando continentes en sus manos de agua.
Buscaba la vida por los callejones de Barcelona,
saludando a las mujeres que hacían la calle
y vertiendo sonrisas sobre manantiales de rímel.
-Todas las madres hacen la calle -decía la soledad,
haciendo llorar su luz blanca a las farolas.
Hablando sola, oreaba sus poemas
y se perdía en la mirada blanca de un silencio
apretado a una lengua débil y vulnerable;
azulada por la electricidad que irradia la melancolía
cuando se acuesta con la soledad del asfalto.
Sus ojos caían rendidos a los pies de un poema.
Brillaba el vidrio en el humo de sus labios
y rodaba la palabra por la piel de las sirenas
exiliadas de un mar taciturno.
Ella conducía a la soledad con ridículas palabras,
realizando absurdas acrobacias y analogías.
Al amparo de la locura, declamaba la bondad
y escribía odas a la libertad del hombre y la mujer,
ardiendo en la incandescencia de los versos
que arrullan como palomos
y beben de un agua lisonjera.
Ella sentía el júbilo de regalar flores a las madres
que aplauden las acrobacias y visten la noche de luces,
preparando el ruedo -la esquina- donde la poesía
habrá de despertar y enfrentarse a su soledad.