¿CAPRICHO DE ULTRAÍSTAS O FORMA DE LENGUAJE?

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Gerardo Mont
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¿CAPRICHO DE ULTRAÍSTAS O FORMA DE LENGUAJE?

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LA METAFORIZACIÓN DEL TEXTO: ¿CAPRICHO DE ULTRAÍSTAS O FORMA DE LENGUAJE?

A continuación presento algunos aspectos interesantes tomados de la II parte (DOS ASPECTOS DEL LENGUAJE Y DOS TIPOS DE AFASIAS) de la traducción del libro de Román Jakobson llamado FUNDAMENTOS DEL LENGUAJE. La traducción, revisada técnicamente del original inglés y cotejada con la edición francesa por Juan Manuel Gasulla y Juan Bauzá, con algunos comentarios de Juan Manuel Gasulla, se puede encontrar en internet para su lectura completa.

Con este post, pretendo justificar mi siguiente afirmación: “La metaforización del texto poético no es un capricho de ultraístas, sino que obedece a un aspecto del lenguaje que puede llamarse metafórico por sus características propias, el cual ha sido identificado por los lingüistas como el polo opuesto al metonímico que es propio de la prosa. Similitud o contigüidad son los procesos que definen su diferente forma de construir el mensaje”.

Para sustentar lo dicho y no reducir esta intervención a una mera opinión personal, me valgo de abundantes citas que, de no indicarse lo contrario, pertenecen al libro ya mencionado de Jakobson. Por lo que la validez de los argumentos que se opongan deben nacer también de estudiosos del mismo calibre. Por otra parte, no pretendo con esto rechazar otras posibilidades bien respaldadas. Solamente pretendo decir que la posición aquí desplegada está sustentada científicamente, de manera seria y abundante y sencillamente no se puede descartar con opiniones personales y nada científicas.

En aquel momento las afasias desde el punto de vista lingüístico empezaban a ser exploradas y se disponía de múltiples datos clínicos, por lo que el autor mencionado dice: “…por un lado, el notable progreso de la lingüística estructural ha proporcionado al investigador instrumentos y métodos eficaces para el estudio de la regresión verbal y que, por otro, la desintegración afásica de las estructuras verbales puede abrir al lingüista nuevas perspectivas sobre las leyes generales del lenguaje. La aplicación de criterios puramente lingüísticos a la interpretación y clasificación de los datos sobre la afasia puede suponer una contribución esencial a la ciencia del lenguaje y de sus alteraciones… “

Luego señala la importancia del estudio de las afasias en lo que respecta a la psicología y a la lingüística de la siguiente manera: “Los psicólogos y lingüistas que durante los últimos veinte años se han enfrentado con los fenómenos afásicos se han mostrado notablemente de acuerdo en lo que respecta a cierto aspecto de éstos: la desintegración de la trama sonora [el sistema fónico]. Esta disolución sigue un orden temporal de gran regularidad. La regresión afásica ha resultado ser un espejo de la adquisición de los sonidos del habla por parte del niño, mostrando el desarrollo de éste a la inversa. Más aún: la comparación del lenguaje infantil y la afasia nos permite establecer ciertas leyes de implicación”. Estas implicaciones no son ajenas a ningún humano, porque todos compartimos, más o menos, los mismos procesos de adquisición del lenguaje y nuestro cerebro comparte, más o menos, las mismas características. Sobra decir que también las formas del lenguaje literario estarán subordinadas a los mismos procesos e implicaciones.
Jakobson entonces, entra a considerar el doble carácter del lenguaje: “Hablar implica efectuar dos series de operaciones simultáneas: por un lado, supone la selección de determinadas entidades lingüísticas [por ejemplo, cierta cantidad de palabras del léxico] y, por el otro su combinación en unidades lingüísticas de un nivel de complejidad superior [de este modo se realiza una división del lenguaje según dos direcciones: la de las selecciones y la de las combinaciones]. Esto se ve claramente al nivel del léxico: el hablante [locutor] selecciona palabras y las combina formando frases de acuerdo con el sistema sintáctico de la lengua que emplea, y a su vez, las oraciones se combinan en enunciados. Pero el hablante no es en modo alguno un agente totalmente libre en su elección de palabras: la selección (excepto en el caso infrecuente de un auténtico neologismo) debe hacerse a partir del tesoro léxico que él mismo y el destinatario del mensaje tienen en común”. Y respecto a lo mismo aporta un ejemplo interesante: “«‘¿Has dicho pig (cerdo) o fig (higo)?’ dijo el Gato. ‘He dicho pig (cerdo)’ replicó Alicia» . En este enunciado concreto, el receptor felino trata de captar nuevamente una elección lingüística realizada por el emisor. En el código común al Gato y a Alicia, es decir, en el inglés hablado, la diferencia de una oclusiva y una fricativa, en un contexto por lo demás idéntico, puede cambiar el sentido del mensaje. Alicia había usado el rasgo distintivo “oclusiva/fricativa”, rechazando el segundo y eligiendo el primero de los dos miembros de la oposición, y había combinado esta solución, en el mismo acto verbal, con varios otros rasgos simultáneos, usando el carácter grave y tenso de /p/ en contraposición a lo agudo de /t/ y a lo flojo de /b/. De este modo, todas las características citadas se han combinado en un haz (bundle) de rasgos distintivos: lo que se llama un fonema [Véase en nuestra “Actualización de las afasias” cómo ocurre este fenómeno en el cerebro al nivel microscópico en la corteza cerebral]. Al fonema /p/ seguían fonemas /i/ y /g/, que a su vez son también haces de rasgos distintivos articulados [producidos] simultáneamente. Así pues, la concurrencia [competencia] de entidades simultáneas y la concatenación de entidades sucesivas son los dos modos según los cuales los hablantes combinamos los elementos [constituyentes] lingüísticos… Todo signo lingüístico se dispone según dos modos: 1) La combinación.- Todo signo está formado de otros signos constitutivos y / o aparece únicamente en combinación con otros signos. Esto significa que toda unidad lingüística sirve a la vez como contexto para las unidades más simples y / o encuentra su propio contexto en una unidad lingüística más compleja. De aquí que todo agrupamiento efectivo de unidades lingüísticas las englobe en una unidad superior: combinación y contextura son dos caras de la misma operación. 2) La selección.- Una selección entre alternativas implica la posibilidad de sustituir una por la otra, equivalente a la anterior en un aspecto y diferente de ella en otro. De hecho, selección y sustitución son dos caras de la misma operación…”

Hasta aquí el estudio no aporta nada nuevo respecto a lo que nos ocupa pero constituye el fundamento para lo que vendrá después: “…distinguiremos dos tipos básicos de afasia, según que la principal deficiencia resida en la selección y la sustitución, con relativa estabilidad de la combinación y la contextura, o bien, a la inversa, en la combinación y la contextura, con relativa conservación de la selección y la sustitución normales. Al esbozar estos dos modelos opuestos de afasia, voy a utilizar principalmente datos de Goldstein. Para los afásicos del primer tipo (los de la selección deficiente), el contexto constituye un factor indispensable y decisivo. Cuando se les muestran retazos de palabras o frases, tales pacientes las completan rápidamente. Hablan por pura reacción: mantienen fácilmente una conversación, pero les es difícil iniciar un diálogo; son capaces de replicar a un interlocutor real o imaginario cuando son, o creen ser, los destinatarios del mensaje. Les cuesta especialmente practicar, e incluso comprender, un discurso cerrado como el monólogo. Cuanto más dependan sus palabras del contexto, más éxito tendrán en sus esfuerzos de expresión. Se muestran incapaces de articular una frase que no responda ni a una réplica de su interlocutor ni a la situación que se les presenta. La frase “está lloviendo” no puede articularse a menos que el sujeto vea realmente que llueve. Cuanto más profundamente se inserte el enunciado en el contexto (verbal o no verbalizado), más probable se hace que esta clase de pacientes llegue a pronunciarlo… Las palabras clave pueden saltarse o reemplazarse por sustitutos anafóricos abstractos . Como ha señalado Freud , un nombre específico se reemplaza por otro, muy general, como machin o chose en el habla de los afásicos franceses [Es decir, se conserva la dimensión del concepto, pero falla la obtención de la palabra adecuada]. En un caso alemán dialectal observado por Goldstein (p. 246 ss.; p. 64 de la trad.), Ding (cosa) o Stückle (trozo) reemplazaban todos los nombres inanimados y überfharen (realizar), todos los verbos que podían identificarse a partir del contexto o de la situación y que por consiguiente parecían superfluos a los ojos del enfermo... Desde la alta Edad Media, la teoría del lenguaje viene afirmando insistentemente que la palabra aislada de un contexto carece de significado. Esta afirmación, sin embargo, sólo es válida en el caso de la afasia o, más exactamente, de un tipo de afasia. En los casos patológicos a que nos estamos refiriendo, una palabra aislada no significa otra cosa que “bla, bla, bla”. Numerosos tests han descubierto que para tales pacientes dos apariciones de la misma palabra en contextos diferentes son meros homónimos. Dado que los vocablos distintivos transmiten más información que los homónimos, algunos afásicos de este tipo tienden a reemplazar las variantes contextuales de una misma palabra por diferentes términos, cada uno de los cuales es específico para un entorno dado. Así, la paciente de Goldstein no pronunciaba nunca la palabra cuchillo sola, sino que, según su uso y circunstancias, llamaba al cuchillo alternativamente cortaplumas, mondador, cuchillo de pan o cuchillo y tenedor (p. 62; 66 de la trad. cast.); de esta forma, la palabra cuchillo, forma libre, capaz de presentarse aislada, se convertía en una forma ligada. La misma dificultad surge cuando se pide al paciente que nombre un objeto que el observador señala o maneja. El afásico cuya facultad de sustitución se encuentra alterada no podrá completar con el nombre de un objeto el gesto que hace el observador al indicarlo o tomarlo. En lugar de decir «eso se llama un lápiz», se contentará con añadir una observación elíptica acerca de su uso: «escribir». Si se halla presente uno de los signos sinónimos… el otro signo… se convierte en redundante y por tanto en superfluo. Para el afásico, ambos signos siguen una distribución complementaria; si el observador produce uno de ellos, el paciente evitará el otro; su reacción típica será lo de ‘lo entiendo todo’ o ‘Ich weiss es schon (ya lo sé)’. Análogamente el dibujo de un objeto llevará a la supresión del término que lo designa: un signo verbal es reemplazado por un signo pictórico. Cuando se enseñó el dibujo de una brújula a un paciente de Lotmar, su respuesta fue: «Sí, es un... yo sé de qué se trata, pero no puedo recordar la expresión técnica... Si... dirección…para indicar la dirección... un imán señala el norte». ”.

Esbozada la primera forma de afasia, el autor concreta sus características: “Como ya queda dicho, es la relación externa de contigüidad la que une entre sí los componentes de un contexto y la relación interna de semejanza la que permite el juego de las sustituciones. A ello se debe que, para los afásicos cuya capacidad de sustitución se encuentra afectada, e intacta la de contextura, las operaciones en que interviene la semejanza sean reemplazadas por las basadas en la contigüidad. Podría decirse que, en tales condiciones, toda agrupación semántica se guiaría por la contigüidad espacial o temporal en vez de por la semejanza; de hecho, los experimentos de Goldstein justifican esta suposición: una paciente de este tipo, a la que se pidió que diera una lista de nombres de animales, los dispuso en el mismo orden en el que los había visto en el zoológico [Un paciente de mi hija, afecto de una afasia de este tipo, cuando ha de contar hasta siete ha de iniciar la serie desde el uno.]; análogamente, pese a que se le solicitaba que agrupara ciertos objetos según su color, tamaño y forma, los clasificó de acuerdo con su contigüidad espacial como objetos caseros, material de oficina, etc., y justificaba esta ordenación refiriéndose a los escaparates, en los cuales «no importa lo que es cada cosa», es decir, no es preciso que los objetos sean similares (p. 61 ss. y 263 ss.; 66 y 275 de la trad. cast.). La misma enferma daba sus nombres a los colores fundamentales –rojo, azul, verde y amarillo- pero se negaba a llamar así también a los tonos intermedios (p. 268 ss.; 279 de la trad. cast.), puesto que para ella, las palabras no eran capaces de asumir significados derivados adicionales por semejanza con su significado original. Tiene razón Goldstein cuando señala que los pacientes de este tipo «asimilaban las palabras en su sentido literal, pero no se les podía hacer comprender el carácter metafórico de las mismas» (p. 270; 283 de la trad. cast.). Sin embargo, sería injustificado generalizar diciendo que el lenguaje figurado les resulta completamente incomprensible. De los dos tropos que constituyen los polos de la figuración retórica, la metáfora y la metonimia, esta última, basada en la contigüidad, es empleada con frecuencia por los afásicos con deficiencias selectivas. Tenedor reemplaza a cuchillo, mesa a lámpara, fumar a pipa, comer a tostadora. Head refiere un caso típico:«Cuando no conseguía recordar la palabra ‘negro’, describía este color como ‘lo que se hace por los muertos’, lo que abreviaba diciendo ‘muerto’» (I, p. 198).Tales metonímias pueden caracterizarse como proyecciones de la línea del contexto habitual sobre la línea de sustitución y selección: un signo (tenedor, por ejemplo) que suele aparecer junto a otro (cuchillo) puede usarse en lugar de este último. Expresiones como «cuchillo y tenedor», «lámpara de mesa» o «fumar en pipa» han provocado las metonimias tenedor, mesa, fumar; la relación entre el uso de un objeto (una tostada por ejemplo) y el medio de producirlo da lugar a la metonimia comer por tostadora. «¿Cuándo se viste uno de negro?» -«Cuando guarda luto por los muertos»: en lugar de nombrar el color, se designa la causa de su uso tradicional. El tránsito de la semejanza a la contigüidad es especialmente evidente en casos como el del paciente de Goldstein, que respondía con una metonimia cuando se le pedía que repitiera una palabra diciendo, por ejemplo, cristal en lugar de ventana o cielo en lugar de Dios (p. 280; 293 de la trad. cast.) Cuando la capacidad de efectuar selecciones está seriamente dañada y se conserva, al menos parcialmente, la facultad combinatoria, entonces la contigüidad determina la totalidad de la conducta verbal del paciente, dando lugar a un tipo de afasia que podemos llamar trastorno de la semejanza.”.

Pues bien, habiendo establecido Jakobson lo que por sus características llama trastorno de la semejanza y que constituye uno de los polos afásicos, procede a establecer las características propias del polo opuesto y que él llama trastorno de la contigüidad. Estos polos constituyen además los extremos de nuestro lenguaje, entre los que más o menos en el centro (por decirlo de alguna manera), se desarrolla el lenguaje que usamos e interpretamos normalmente.

Trastorno de la contigüidad según Jacobson: “En esta afasia, en la que se altera la capacidad de contextura, que podría llamarse trastorno de contigüidad, disminuye la extensión y variedad de las frases. Se pierden las reglas sintácticas que disponen las palabras en unidades superiores; esta pérdida, llamada agramatismo, es causa de que la frase degenere en “mero montón de palabras”, usando la imagen de Jackson . El orden de las palabras se vuelve caótico y desaparecen los vínculos de la coordinación y la subordinación gramaticales, tanto de concordancia como de régimen. Como podría esperarse, las primeras en desaparecer son las palabras dotadas de funciones puramente gramaticales, como las conjunciones, las preposiciones, los pronombres y los artículos que, en cambio, son las más resistentes al trastorno de semejanza; de ello surge el modo de expresión que se ha dado en llamar “estilo telegráfico”. La palabra que menos dependa gramaticalmente del contexto, será la que mejor se mantenga en el habla de los afectados por un trastorno de contigüidad y la que antes se pierda como consecuencia de un trastorno de la semejanza. Por ello, el sujeto, pieza clave de la frase, es el primer elemento que hacen desaparecer de esta los trastornos de la semejanza y el que más tardan en destruir las afasias de tipo opuesto… La afasia que altera la capacidad de contextura tiende a manifestarse en infantiles enunciados de una sola frase y en frases de una sola palabra. Si se conservan algunas frases más largas, son pocas, estereotipadas, “prefabricadas”. En los casos avanzados de esta enfermedad todo enunciado se reduce a una frase de una palabra sola. Pero, si bien se va perdiendo la facultad de estructurar contextos, siguen efectuándose operaciones de selección. «Decir lo que es una cosa es decir a qué se parece», señala Jackson (p. 125). Una vez que falla la contextura, el paciente, que sólo puede intercambiar los elementos de que dispone, maneja semejanzas y cuando identifica algo lo hace de modo metafórico, no ya metonímicamente como los afásicos de tipo contrario. Catalejo por microscopio y fuego por luz de gas son ejemplos típicos de tales expresiones, que Jackson denominó cuasimetafóricas, ya que se distinguen de las metáforas retóricas o poéticas por no presentar una transferencia de significado deliberada… Un rasgo típico del agramatismo es la abolición de la flexión: aparecen categorías no marcadas, como el infinitivo, en lugar de las diversas formas verbales conjugadas (del verbum finitum) y, en las lenguas con declinación, el nominativo en lugar de los casos oblicuos. Estos defectos se deben en parte a la eliminación del régimen y la concordancia y, en parte, a la pérdida de capacidad de escindir las palabras en tema y desinencia. Además, un paradigma (en particular un conjunto de casos gramaticales como él-lo-le, o de tiempos como vota-votó) presenta un mismo contenido semántico desde los distintos puntos de vista asociados entre sí por contigüidad, lo cual hace que el tipo de afásicos que estudiamos se incline aún más a rechazar tales conjuntos. Por lo general, también las familias de palabras que derivan de una raíz común se hallan vinculadas entre sí por contigüidad. Esta clase de enfermos tiende, bien a abandonar los términos derivados, bien a encontrarse incapaz de reducir a sus componentes la combinación de una raíz con su sufijo e incluso un compuesto de dos palabras. Se han citado con frecuencia casos de pacientes que entendían y pronunciaban compuestos como Miraflores o Torreblanca, pero no podían decir ni comprender mira y flores, torre y blanca. Uno de los pacientes de Goldstein «percibía algunas palabras, pero… no percibía las vocales y consonantes de que estaban compuestas» (p. 218; 230 de la trad. cast.). Un afásico francés reconocía, comprendía, repetía y articulaba espontáneamente las palabras café o pavé (pavimento), pero era incapaz de captar, distinguir o repetir series sin sentido, como féca, faké, kéfa y pafé. Ninguna de estas dificultades se presenta en un oyente normal de lengua francesa, pues ni las series de sonidos citadas ni sus componentes son ajenos al sistema fonológico francés. Tal oyente podría incluso suponer que se trataba de palabras desconocidas para él, pero tal vez pertenecientes al vocabulario francés y probablemente de significados distintos, pues difieren unas de otras por los fonemas que contienen o por el orden de éstos.”

Jakobson después de establecer las claras diferencias entre estos dos polos del lenguaje, cuyas características son claras y marcadas por contigüidad en el primer caso y por la similitud en el segundo, procede en base a esto, a definir los polos metafórico y metonímico y sus manifestaciones en el lenguaje humano y sus aplicaciones literarias:
“La afasia presenta numerosas variedades muy dispares, pero todas ellas oscilan entre uno y otro de los dos polos que acabamos de describir. Toda forma de trastorno afásico consiste en una alteración cualquiera, más o menos grave, de la facultad de selección y sustitución o de la facultad de combinación y contextura. En el primer caso se produce un deterioro de las operaciones metalingüísticas, mientras que el segundo perjudica la capacidad del sujeto para mantener la jerarquía de las unidades lingüísticas. El primer tipo de afasia suprime la relación de semejanza; el segundo la de contigüidad. La metáfora resulta imposibilitada en el trastorno de la semejanza y la metonimia en el de la contigüidad. El desarrollo de un discurso puede hallarse a lo largo de dos líneas semánticas diferentes: un tema (topic) lleva a otro ya sea por similitud, ya sea por contigüidad. Lo más adecuado sería sin duda hablar de proceso metafórico en el primer caso y de proceso metonímico en el segundo, puesto que cada uno de ellos encuentra su expresión más condensada en estas figuras, uno en la metáfora y el otro en la metonimia, respectivamente. El uso que de uno u otro de estos procedimientos se ve restringido o totalmente imposibilitado por la afasia –circunstancia que da lugar a que el estudio de ésta resulte particularmente esclarecedor para el lingüista. En el comportamiento verbal normal, ambos procesos operan continuamente, pero una observación cuidadosa revela que se suele conceder a uno cualquiera de ellos preferencia sobre el otro por influencia de los sistemas culturales, la personalidad y el estilo verbal. En un conocido test psicológico, se presenta un nombre a unos niños y se les pide que manifiesten la primera respuesta verbal que les venga a la cabeza. Este experimento muestra invariablemente que existen dos predilecciones lingüísticas opuestas: la respuesta trata de ser, bien un sustituto, bien un complemento del estímulo. En el segundo caso, el estímulo y la respuesta forman juntos una auténtica construcción sintáctica, las más de las veces una frase. Para estos dos tipos de reacción se han propuesto los términos de sustitutiva y predicativa. Una de las respuestas al estímulo cabaña (hut) fue se ha quemado (o quemada: burnt out en el original, T.); otro, es una casa pequeña pobre. Ambas reacciones son predicativas, pero la primera crea un contexto puramente narrativo, mientras que en la segunda se establece un doble enlace con el sujeto hut: por un lado, una contigüidad de posición (en este caso sintáctica), y por otro una semejanza semántica. El mismo estímulo produjo también las siguientes reacciones sustitutivas: la tautología cabaña; los sinónimos choza y chamizo (cabin y hovel); el antónimo palacio (palace) y las metáforas antro y madriguera (den y burrow). La capacidad que tienen dos palabras de reemplazarse la una a la otra nos da un ejemplo de semejanza posicional; además, todas estas respuestas se hallan ligadas al estímulo por semejanza o contraste semánticos. Las respuestas metonímicas al mismo estímulo, como chamiza, lecho de paja o pobreza (thatch, litter y poverty) combinan y contrastan la similitud posicional con la contigüidad semántica. Al manejar estos dos tipos de conexión (similitud y contigüidad) en sus dos aspectos (posicional y semántico) –por selección, combinación y jerarquización– un individuo revela su estilo personal, sus gustos y preferencias verbales”.

Y continúa: “En poesía diferentes razones pueden determinar la elección entre estos dos tropos. La primacía del proceso metafórico en las escuelas literarias del romanticismo y del simbolismo se ha subrayado repetidas veces, pero todavía no se ha comprendido suficiente que en la base de la corriente llamada “realista”, que pertenece a una etapa intermedia entre la decadencia del romanticismo y el auge del simbolismo y se opone a ambos, se halla, rigiéndola de hecho, el predominio de la metonimia. Siguiendo la vía de las relaciones de contigüidad, el autor realista opera disgresiones metonímicas de la intriga a la atmósfera de los personajes al marco espacio-temporal. Gusta de los detalles cuya función es la de una sinécdoque. En la escena del suicidio de Anna Karenina, la atención artística de Tolstoi se concentra en el bolso de la heroína; y, en Guerra y paz el mismo autor emplea las sinécdoques “pelo en el labio superior” y “hombros desnudos” para referirse a los personajes femeninos a quienes pertenecen tales rasgos. La observación de que tales procesos predominan alternativamente no es únicamente para el arte literario. Una idéntica oscilación se produce en sistemas de signos diferentes al lenguaje. Un destacado ejemplo de la historia de la pintura es la manifiesta orientación metonímica del cubismo, el cual transforma cualquier objeto en un conjunto de sinécdoques; los pintores surrealistas replicaron con una actitud decididamente metafórica. Desde las producciones de D. W. Griffith, el arte del cine, con su notable capacidad para cambiar el ángulo, la perspectiva y el enfoque de las tomas, ha roto con la tradición del teatro, consiguiendo una variedad sin precedentes de primeros planos en sinécdoque y, en general, de montajes metonímicos. En films como los de Charlie Chaplin, estos métodos a su vez se han visto reemplazados por un nuevo tipo de montaje, metafórico, con sus “fundidos superpuestos” – verdaderas comparaciones fílmicas. El novelista ruso Gleb Ivánovich Uspienski (1843-1902) padeció en los últimos años de su vida una enfermedad mental acompañada por trastornos del lenguaje. Su nombre y su patronímico, Gleb Ivánovich, unidos tradicionalmente en el diálogo no familiar, se separaron para él, pasando a designar dos seres diferentes: Gleb, dotado de todas sus virtudes, e Ivánovich, el nombre que relaciona al hijo con su padre, que encarnaba todos los vicios de Uspienski. El aspecto lingüístico de este desdoblamiento de la personalidad consiste en la incapacidad del enfermo para usar dos símbolos para un mismo objeto, es decir, en un trastorno de la semejanza. Como los trastornos de la semejanza van unidos a una propensión a la metonimia, se hace particularmente interesante el estudio del estilo literario empleado por Uspienski en su juventud. Y el estudio de Anatolij Kamelugov, que analizó este estilo, responde a nuestras previsiones teóricas. Muestra que Uspienski tenía una especial afición a la metonimia y, sobre todo, a la sinécdoque hasta el extremo de que «el lector se ve aplastado por la multiplicidad de detalles que recargan un espacio verbal limitado, de forma que muchas veces se pierde el retrato por incapacidad de abarcar el conjunto» . [Se trata de alguien que se pierde en los detalles, resultándole difícil hacer una síntesis de conjunto]

Desde luego, el estilo metonímico de Uspienski procede del modelo literario que predominaba en su tiempo, el “realismo” de fines del siglo XIX, pero el sello personal de Gleb Ivánovich hizo a su pluma particularmente apta para las manifestaciones más extremas de esta corriente artística y, finalmente, dejó su huella en el lado verbal de su enfermedad”.

“En todo proceso simbólico, tanto intrasubjetivo como social se manifiesta la competencia entre los dos procedimientos metafórico y metonímico. Por ello, en una investigación acerca de la estructura de los sueños, la cuestión decisiva es saber si los símbolos y las secuencias temporales utilizadas se basan en la contigüidad (“desplazamiento” metonímico, y “condensación” sinécdoquica freudianos) o en la similaridad (“identificación” y “simbolismo” freudianos) . Frazer ha reducido a dos tipos los principios que gobiernan los ritos mágicos: encantamientos fundados en la ley de la semejanza y en la asociación por contigüidad. La primera de estas dos grandes ramas de la magia por simpatía se ha denominado “homeopática” o “imitativa” y la segunda “magia por contagio” . Esta bipartición es sumamente esclarecedora. No obstante, la cuestión de los dos polos permanece ignorada en casi todos los campos, pese a su vasto alcance y a su importancia para el estudio de todos los comportamientos simbólicos, y en particular del comportamiento verbal, y de sus alteraciones. ¿Cuál es la razón principal de esta ignorancia’

La semejanza del significado establece una relación entre los símbolos de un metalenguaje y los del lenguaje al que éste se refiere. También la relación entre un término metafórico y el término que reemplaza se establece por semejanza. Por consiguiente, cuando construye un metalenguaje destinado a interpretar los tropos, el investigador posee unos medios más adecuados para tratar de la metáfora que para manejar la metonimia, la cual, por basarse en un principio diferente, se resiste muchas veces a la interpretación. Este es el motivo de que, para la teoría de la metonimia, no pueda citarse ni mucho menos una bibliografía tan abundante como la acumulada sobre el tema de la metáfora. Por igual causa suele advertirse que el romanticismo se halla estrechamente vinculado a la metáfora, mientras que los vínculos no menos estrechos del realismo con la metonimia, permanecen ignorados. El instrumento del observador no es el único responsable del predominio de la metáfora sobre la metonimia en la crítica. Como la poesía se centra en el signo, y la prosa pragmática principalmente en el referente, los tropos y las figuras se han venido estudiando sobre todo en cuanto recursos poéticos. El principio de la semejanza rige la poesía; el paralelismo métrico de los versos o la equivalencia fónica de las palabras que riman suscitan la cuestión de la semejanza y el contraste semánticos; existen, por ejemplo, rimas gramaticales y antigramaticales, pero nunca rimas agramaticales. La prosa, en cambio, se desarrolla ante todo por contigüidad. Por lo tanto, la metáfora, en poesía, y la metonimia, en prosa, constituyen las líneas de menor resistencia, y a causa de ello el estudio de los tropos poéticos se dedica fundamentalmente a la metáfora. La bipolaridad que realmente existe se ha reemplazado en estos estudios por un esquema unipolar amputado que coincide de manera sorprendente con una de las formas de la afasia, o sea, con el trastorno de la contigüidad.”


Hasta aquí lo extraído del libro de Jakobson, que muestra y demuestra que las formas del lenguaje metafórico y metonímico no son más que las formas en que nuestro cerebro escoge, combina y procesa el lenguaje y que la poesía y la prosa no son más que manifestaciones de estas formas del lenguaje (porque no tenemos otro), más o menos cercanas a uno de éstos polos, de tal manera que la poesía es predominantemente metafórica y la prosa es predominantemente metonímica. Por lo tanto la cuestión del lenguaje metafórico-poesía, no es un asunto de ultraístas, sino de humanos comunicándose preferentemente por semejanza y en menor medida por contigüidad. Siendo la poesía, entonces, una forma de comunicación con características propias y la prosa también, las fronteras entre una y otra quedan claramente establecidas (aunque amplias). Y aunque algunos apuesten a la belleza, a la medida o a las diferentes formas del ritmo, no será esto que determine en cual lado de esa frontera se encuentra el texto. Las posibilidades además desde ese punto de vista son riquísimas y cada poeta puede desarrollar su sello personal de acuerdo a su manera de procesar su información con el lenguaje.

A continuación complemento lo anterior citando una parte de mi post “Lenguaje Metafórico, metonímico y múltiples interpretaciones” (fundamentado en citas de diferentes autores), en el cual se ahonda con el pensamiento de múltiples lingüistas sobre el tema de la metaforización del texto poético y por lo cual afirmo (por los argumentos de los científicos del lenguaje), que la concepción de la poesía como aquí se hace no es un capricho de ultraístas, sino algo intrínseco al lenguaje humano y característico de nuestros procesos cerebrales y no una mera invención de gente haciéndose la interesante.

En el libro Metáfora y Metonimia, Le Guern, considerando que el acto de hablar es el producto de dos actividades dice: “Dos son las directrices semánticas que pueden engendrar un discurso, pues un tema puede suceder a otro a causa de su mutua semejanza o gracias a su contigüidad. Lo más adecuado sería hablar de desarrollo metafórico para el primer tipo de discurso y desarrollo metonímico para el segundo, dado que la expresión más concisa de cada uno de ellos se contiene en la metáfora y la metonimia respectivamente”. El mismo Le Guern (y otros) considera que (cita del libro dos visiones de Neruda): “por su mecanismo los tropos pueden reducirse a dos categorías: metáfora y metonimia. Cualquier figura no es más que una variante de la metáfora o de la metonimia. En el capítulo que dedica a la sinécdoque demuestra que de los ejemplos tradicionales de las diferentes sinécdoques algunos son mtáforas, otros metonimias”. Además el mismo Le Guern, en su libro ya mencionado concluye: “Así, pues, el mecanismo de la metáfora se opone netamente al de la metonimia, debido a que opera sobre la sustancia misma del lenguaje en vez de incidir únicamente sobre la relación entre el lenguaje y la realidad expresada”. Y en la misma obra se puede leer respecto a la metonimia: “…se apoya en una relación lógica o en un aspecto de la experiencia que no modifica la estructura interna del lenguaje”.


El mecanismo de la metáfora no tiene que ver con el referente: “Lo que hace que podamos utilizar un término en sentido metafórico es la existencia, en su sustancia, de semas que también existen en el término propio. Esos semas comunes al término metafórico y al término propio, son los que provocan la imagen asociada de que hablamos a propósito del nivel figurativo. El mecanismo de la metáfora descansa, pues, sobre el eje paradigmático o de la similitud. Es fácil ahora comprender que la metonimia sea una figura más apta para la función referencial del lenguaje, mientras que la metáfora se presenta como la propia de la función poética.” (de la obra Dos visiones de Neruda). Al respecto R. Jakobson en “La afasia como problema lingüístico”, dice: “Como la poesía se centra en el signo, y la prosa pragmática principalmente en el referente… El principio de la semejanza rige la poesía… La prosa en cambio, se desarrolla ante todo por contigüidad. Por lo tanto, la metáfora en poesía, y la metonimia en prosa, constituyen las líneas de menor resistencia, y a causa de ello el estudio de los tropos poéticos se dedica fundamentalmente a la metáfora”.
Es por lo anterior que algunas veces he dicho que la poesía es básicamente una construcción metafórica y por lo cual es válido decir que el lenguaje metafórico es el propio de este género. Ahora bien, en los análisis que he leído sobre textos supuestamente poéticos, aquellos en los que las metonimias y su lenguaje afín es muy elevado respecto a los recursos metafóricos del mismo se consideran prosa, es decir, escritos de muy baja poeticidad. Y obviamente de forma inversa crece la poeticidad en los escritos con lenguaje metafórico (que no son metáforas inconexas, sino una forma de expresar el sentimiento).
Pero vayamos a un ejemplo específico, en el libro dos visiones de Neruda se concluye: “En el texto I, tenemos una situación completamente contraria a la fuerza de la metáfora. La precisión de la denotación es muy alta y por tanto la potencia de connotación de la metáfora es muy poca. No es posible establecer una isotopía de la imagen asociada puesto que simplemente no hay imágenes. Así que el nivel figurativo no contribuye en nada a reforzar la isotopía semántica. El hecho de que Nixon, actante que representa al mal, esté nombrado con metonimias más bien debilita esa representación, puesto que si se ha explicado la metonimia como un deslizamiento de la referencia no hay otra imagen que evocar que la del mismo Nixon. Parece, pues, que las figuras cumplen aquí una función de adorno y nada más. Neruda cayó en lo que Le Guern llama ‘intención estética’, la que ‘no lleva, pues, normalmente a la metáfora nueva u original…’ sino que lleva a ‘lo meramente hablado’ de que nos habla Pfeiffer. En el texto II hay una situación inversa. El número de figuras es muy elevado. El número de metonimias es insignificante en proporción al número total de figuras (4.5%). Y, como se dijo a propósito del primer texto, sólo estos dos hechos ya constituyen un índice para ir demostrando la poeticidad de este poema”. (El texto I se refiere al poema: “Comienzo por invocar a Walt Whitman” de “Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena”. Y el texto II extraído del Canto General es: “González Videla el traidor de Chile”). El libro citado aunque se centra en esos dos poemas, pretende aclarar la controversia que surgió en su momento respecto a que si uno u otro libro eran o no poesía.
Por último una cita de Jakobson de “Ensayos de Lingüística general” para afirmar lo dicho de que la poesía es un lenguaje especial: “…la poeticidad no consiste en añadir una ornamentación retórica al discurso, sino en una revalorización total del discurso y de cualesquiera de sus componentes” y del mismo libro: “La orientación hacia el mensaje como tal, el mensaje por el mensaje, es la función poética del lenguaje”.

Debo recordar, que estamos hablando de teorías recientes y que han evolucionado desde principios del siglo XX, por lo que (con todo respeto lo digo), vienen a desplazar o transformar conceptos y teorías anteriores, dando una base sólida desde la cual partir en la creación poética.


Un gran abrazo para todos y todas.
Última edición por Gerardo Mont el Vie, 31 Jul 2015 1:23, editado 3 veces en total.
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Hallie Hernández Alfaro
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Re: LA METAFORIZACIÓN DEL TEXTO: ¿CAPRICHO DE ULTRAÍSTAS O F

Mensaje sin leer por Hallie Hernández Alfaro »

Querido amigo, ante todo agradecerte este minucioso trabajo expositivo. He leído con suma atención las posiciones de los estudiosos citados. Las diferencias y semejanzas del lenguaje humano. Toda una epopeya de asociaciones y dendritas que dan paso a la metáfora y/o a la metonímia. El poeta percibe y concibe una forma de transmitir en palabras, en frases, en símbolos. Su carga genética apuntala seguramente un porcentaje de esa disposición. Y en estrecha correlación el ambiente estructura y complementa tendencias, dones y estilos.

Transcribo aquí parte de una artículo publicado por Natalia Carbajosa. Título: Poesia, lenguaje, pensamiento, poetas y no poetas.

"Hoy quiero hablar de poetas que me parecen más poetas todavía cuando reflexionan sobre la poesía y la vida en sus contadas incursiones en la prosa; de novelistas cuyos párrafos más felices suenan a poesía; y de poetas-novelistas que hacen de su prosa, a mi entender, parte de su mejor obra poética. No puedo garantizar que no salgamos de este embrollo con las ideas más confusas que ahora mismo, en el inicio. Pero eso sí, el que avisa no es traidor.

Lo que singulariza a estos autores, según mi criterio de lectora, es su capacidad para hacer del lenguaje, en primer lugar, lenguaje, y no otra cosa; para hacernos caer en la cuenta de que las palabras tienen peso, volumen, sonido. Y solo cuando esa delicada operación se ha realizado con éxito, esto es, cuando en lugar de invitarnos a pasar fugazmente por las palabras como si fueran transparentes, nos obligan a detenernos un rato largo sobre ellas, solo entonces detona el pensamiento que contienen con un vigor inesperado que se nos antoja nuevo y antiguo a la vez. Sostenemos entonces las palabras en el cuenco de las manos como quien acabara de descubrir un tesoro y lo mantiene así, tembloroso y precario, en medio de la nada.

De entre el primer grupo (poetas que también escriben poesía cuando escriben prosa, aun sin pretenderlo), existen ejemplos célebres y solemnemente tipificados, como el «la poesía es el diálogo del hombre, de un hombre con su tiempo» del Juan de Mairena de Machado. Pero hay en ese texto mucha más miga que apunta ya no solo a la poesía, sino a la propia expresión del pensamiento no evidente de la que es objeto la poesía: «Por debajo de lo que se piensa está lo que se cree, como si dijéramos en una copa más honda de nuestro espíritu»."


(El artículo es mucho más extenso y me animaría a decir que vale la pena hasta la última palabra)


Reitero mi agradecimiento por tu valiosísimo aporte, querido Gerardo.

Abrazos y felicidad para todos.
"En el haz áureo de tu faro están mis pasos
porque yo que nunca pisé otro camino que el de tu luz
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Re: LA METAFORIZACIÓN DEL TEXTO: ¿CAPRICHO DE ULTRAÍSTAS O F

Mensaje sin leer por Gerardo Mont »

Hallie Hernández Alfaro escribió:Querido amigo, ante todo agradecerte este minucioso trabajo expositivo. He leído con suma atención las posiciones de los estudiosos citados. Las diferencias y semejanzas del lenguaje humano. Toda una epopeya de asociaciones y dendritas que dan paso a la metáfora y/o a la metonímia. El poeta percibe y concibe una forma de transmitir en palabras, en frases, en símbolos. Su carga genética apuntala seguramente un porcentaje de esa disposición. Y en estrecha correlación el ambiente estructura y complementa tendencias, dones y estilos.

Transcribo aquí parte de una artículo publicado por Natalia Carbajosa. Título: Poesia, lenguaje, pensamiento, poetas y no poetas.

"Hoy quiero hablar de poetas que me parecen más poetas todavía cuando reflexionan sobre la poesía y la vida en sus contadas incursiones en la prosa; de novelistas cuyos párrafos más felices suenan a poesía; y de poetas-novelistas que hacen de su prosa, a mi entender, parte de su mejor obra poética. No puedo garantizar que no salgamos de este embrollo con las ideas más confusas que ahora mismo, en el inicio. Pero eso sí, el que avisa no es traidor.

Lo que singulariza a estos autores, según mi criterio de lectora, es su capacidad para hacer del lenguaje, en primer lugar, lenguaje, y no otra cosa; para hacernos caer en la cuenta de que las palabras tienen peso, volumen, sonido. Y solo cuando esa delicada operación se ha realizado con éxito, esto es, cuando en lugar de invitarnos a pasar fugazmente por las palabras como si fueran transparentes, nos obligan a detenernos un rato largo sobre ellas, solo entonces detona el pensamiento que contienen con un vigor inesperado que se nos antoja nuevo y antiguo a la vez. Sostenemos entonces las palabras en el cuenco de las manos como quien acabara de descubrir un tesoro y lo mantiene así, tembloroso y precario, en medio de la nada.

De entre el primer grupo (poetas que también escriben poesía cuando escriben prosa, aun sin pretenderlo), existen ejemplos célebres y solemnemente tipificados, como el «la poesía es el diálogo del hombre, de un hombre con su tiempo» del Juan de Mairena de Machado. Pero hay en ese texto mucha más miga que apunta ya no solo a la poesía, sino a la propia expresión del pensamiento no evidente de la que es objeto la poesía: «Por debajo de lo que se piensa está lo que se cree, como si dijéramos en una copa más honda de nuestro espíritu»."


(El artículo es mucho más extenso y me animaría a decir que vale la pena hasta la última palabra)


Reitero mi agradecimiento por tu valiosísimo aporte, querido Gerardo.

Abrazos y felicidad para todos.


Primero agradecerte la lectura y tu apoyo en el foro, que para mí es muy importante. Segundo reconocer tu valiosísimo aporte que viene a complementar este post inteligentemente. Que estés bien junto a los tuyos y un gran abrazo para todos.
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Re: ¿CAPRICHO DE ULTRAÍSTAS O FORMA DE LENGUAJE?

Mensaje sin leer por Gerardo Mont »

Me permito aclarar que este post nace como intento de buscar un equilibrio entre los extremos de algunos ultraístas que se destacan en algunos post de este foro ( extremos válidos, por cierto, dentro de la gran gama de colores) y la equivocadísima generalización que algunos hacen, ubicando en ese estante a simbolistas y a los que se apoyan en el principio de semejanza para escribir poemas. Existe una inmensa diferencia, pero creo que no es clara para muchos, quizás porque no han tenido acceso a la literatura actual de los lingüistas. El post anterior es sólo una muestra de la teoría que se está ignorando, aunque es de indiscutible validez, como la infinidad de estudios sobre el tema de los que nunca encuentro comentarios o discusiones en los foros. Por el contrario, se manejan opiniones y escritos de poetas (excelentes muchas veces), pero que por tales, no son expertos en el tema de la lengua. Así repetimos lo mismo, una y otra vez: que la belleza, que el lenguaje excelso, que el ritmo, que la métrica, etc., etc., mientras que el género avanza y los poetas de gran renombre en todas las lenguas se alejan, o no dan la misma importancia a éstas cosas, no más que como un plus a una forma del lenguaje, que permite tratar y profundizar en cualquier tema, e innumerables variantes, estilos y gran creatividad.
Confieso que alguna vez todo esto me apasionó, pero poco a poco fue menguando esa pasión. Sin embargo, me he dado a la tarea de repasar (sólo un poquitín) para despertar el interés entre aquellos que realmente quieren actualizarse. Siempre he creído que hay que consultar a los estudiosos aun para oponerse a sus teorías, pero si se les ignora proliferan los errores conceptuales y terminamos defendiendo cosas que no son ciertas y atacando otras que en realidad no comprendemos.

Bueno, al fin solamente me mueve la intención de que este otro aspecto sea considerado con toda la seriedad que implica, porque amo Alaire y encuentro aquí plumas valiosísimas (entre las que no cuento la mía, por supuesto). Pero si no, aquí no ha pasado nada, absolutamente... En realidad todo esto no es nada trascendente y saber sobre ello, como sobre muchos otros temas, no mejora la vida.

Un gran abrazo.
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