Un pobre bardo
Publicado: Mar, 14 Jul 2015 23:18
La pelusa blanca se engarza a las castañas,
a la majestuosa oscuridad de tus ojos.
Caigo como un relámpago hacia ti,
hacia la claridad del vértigo azul
que recorre el rubor de tu labios,
apuntalando un amanecer en tu boca.
Y suenan nuestros nombres en las notas de un piano,
acariciado por jóvenes con túnicas celestes.
Y en mis manos temblorosas llueven las notas
que buscan su melodía en tus manos.
Tus cabellos irisan el mar de mi naufragio
y yo, ay pobre de mí, me aferro a la brisa
que pasa ligera, llevándose el recuerdo
de tu presencia:
la hermosa silueta de tu cuerpo espigado,
bañado en oro líquido
y tostado por el cálido aroma del trigo.
Tu cintura de acordeón llora en mis manos,
cubriendo de lágrimas dulces la ribera
de unos ojos que vuelan en bandadas
junto a los flamencos,
y adornan con su agua mi rosa melancolía,
agitando pañuelos blancos
de esperanza en mi triste corazón,
que te ve partir hacia otros puertos más seguros,
lejos de mi alcance.
Tu silencio es la respiración de un trovador
que susurra sus canciones al oído
y besa los párpados de la noche;
se bebe todas tus tristezas
al cerrar la cicatriz de mis labios,
escribiendo en tu diario mis besos.
En la pantalla de tu ordenador caben todas mis alegrías
y en mis poemas suspiran todos tus besos.
En el contorno de tu piel duermen todas mis soledades
y en mis poemas florecen todos tus sueños.
En tu cajita de música, tu tesoro mejor guardado,
baila mi canción desesperada por enredarse a ti.
En mi pecho resuena una canción triste,
los ecos de tus pasos
cuando de mi te alejas.
Con un mechón de tu cabello, mi secreto mejor guardado,
un pobre bardo entona la melodía de su oscura pena.
Morena y trigueña es mi poesía, es mi amor, eres tú.
Te filtras a través de los poros de mis huesos,
que ahora mueren por ti, tan lejos
de la mar insondable que son tus muslos de ébano.
Tan lejos de la luz que ahora resplandece en la belleza
de tu silueta desdibujándose en mi sueño.
En los cuencos de tu mirada discurren todos los ríos
que van a desembocar en mis manos de agua salada,
y junto a ellos voy yo, ay pobre de mí, arrastrado
por la luz que ondula en el arroyo de tu cuerpo,
tan claro y cristalino como el sueño
que se sueña a sí mismo.
Así soy yo, un pobre bardo
dormido a la sombra
de los castaños: tus ojos, la mirada
que sacia la sed
de un amor no correspondido.
a la majestuosa oscuridad de tus ojos.
Caigo como un relámpago hacia ti,
hacia la claridad del vértigo azul
que recorre el rubor de tu labios,
apuntalando un amanecer en tu boca.
Y suenan nuestros nombres en las notas de un piano,
acariciado por jóvenes con túnicas celestes.
Y en mis manos temblorosas llueven las notas
que buscan su melodía en tus manos.
Tus cabellos irisan el mar de mi naufragio
y yo, ay pobre de mí, me aferro a la brisa
que pasa ligera, llevándose el recuerdo
de tu presencia:
la hermosa silueta de tu cuerpo espigado,
bañado en oro líquido
y tostado por el cálido aroma del trigo.
Tu cintura de acordeón llora en mis manos,
cubriendo de lágrimas dulces la ribera
de unos ojos que vuelan en bandadas
junto a los flamencos,
y adornan con su agua mi rosa melancolía,
agitando pañuelos blancos
de esperanza en mi triste corazón,
que te ve partir hacia otros puertos más seguros,
lejos de mi alcance.
Tu silencio es la respiración de un trovador
que susurra sus canciones al oído
y besa los párpados de la noche;
se bebe todas tus tristezas
al cerrar la cicatriz de mis labios,
escribiendo en tu diario mis besos.
En la pantalla de tu ordenador caben todas mis alegrías
y en mis poemas suspiran todos tus besos.
En el contorno de tu piel duermen todas mis soledades
y en mis poemas florecen todos tus sueños.
En tu cajita de música, tu tesoro mejor guardado,
baila mi canción desesperada por enredarse a ti.
En mi pecho resuena una canción triste,
los ecos de tus pasos
cuando de mi te alejas.
Con un mechón de tu cabello, mi secreto mejor guardado,
un pobre bardo entona la melodía de su oscura pena.
Morena y trigueña es mi poesía, es mi amor, eres tú.
Te filtras a través de los poros de mis huesos,
que ahora mueren por ti, tan lejos
de la mar insondable que son tus muslos de ébano.
Tan lejos de la luz que ahora resplandece en la belleza
de tu silueta desdibujándose en mi sueño.
En los cuencos de tu mirada discurren todos los ríos
que van a desembocar en mis manos de agua salada,
y junto a ellos voy yo, ay pobre de mí, arrastrado
por la luz que ondula en el arroyo de tu cuerpo,
tan claro y cristalino como el sueño
que se sueña a sí mismo.
Así soy yo, un pobre bardo
dormido a la sombra
de los castaños: tus ojos, la mirada
que sacia la sed
de un amor no correspondido.