Otro día más (I)
Publicado: Lun, 15 Jun 2015 0:25
El domingo no era más que otro día cualquiera para ella. Después de todo, lo malgastaría estando en aquel tugurio. Quizá viera la televisión, tal vez leyera alguna que otra novela, pero eso no cambiaría el hecho de que pasaría otro día más entre aquellas paredes. Detestaba estar en aquel estado. Desde hacía aproximadamente unos setenta días estaba indispuesta para casi todo. Echaba de menos cosas tan simples como ir a la cocina a por un paquete de galletas, ir al lavabo sin compañía, bajar y subir las escaleras... para cualquier otra persona pudieran parecer acciones fáciles de realizar, pues eran tan comunes como escuchar el canto de un pájaro al amanecer, aunque lo cierto es que se habían convertido en acciones imposibles para ella. Incluso levantarse de la cama era algo ya imposible en su estado. Depender tanto de otros la estaba volviendo loca.
Eran sus piernas las que se habían vuelto contra ella. Sam hacia lo posible por mover aunque fuera el dedo meñique del pie, pero éste no se movía ni un ápice; estaba en huelga desde que ella sufrió el accidente. Nunca antes había sentido tal impotencia. Erguirse era otro de sus mayores problemas. Las noches eran aún más largas que los días debido a que no podía controlar su cuerpo. Siempre había sido una mujer inquieta. Dormir en la misma posición durante toda la noche era inconcebible.
Cabe decir que si no hubiera sido por Fran, muchos de sus problemas serían otros. Aún recordaba la primera vez que se lo hizo encima. Qué vergüenza, una mujer de su edad... nunca más volvió a suceder. Pero aquella noche notaba cómo un líquido espeso recorría su pierna izquierda. No comprendía cómo era eso acaso posible. La sensibilidad en aquella zona era nula. No sentía nada de cintura para abajo. Sin embargo, la sensación era tan real que la había despertado de la siesta en varias ocasiones. Tal vez no fueran más que imaginaciones suyas.
Habían pasado varias horas. El reloj de pared se había vuelto a parar. Esta vez a las siete y veinte pasadas. Desde que ella no se podía encargar de darle cuerda, solía ocurrir un par de veces por semana. Incluso el tiempo de tanto en tanto se ponía de acuerdo para detenerse en aquella estancia. El accidente había afectado tanto a su vida que, al igual que sus piernas, no era de extrañar que las manecillas se cansaran de funcionar. Aunque esta vez había algo extraño en las manecillas que le inquietaba. Éstas no avanzaban en absoluto, la hora se mantenía intacta, y aun así podía escuchar el tañido del reloj. Fijó su mirada en la esfera y pudo observar que el segundero giraba en sentido anti horario. El tañido se hacía cada vez más intenso, más denso; distorsionaba su visión.
Despertó empapada en sudor. Fran estaba junto a la cama. Había estado intentando despertarla con la campana empleada para llamar al servicio.
- ¿se encuentra bien, señora?
Eran sus piernas las que se habían vuelto contra ella. Sam hacia lo posible por mover aunque fuera el dedo meñique del pie, pero éste no se movía ni un ápice; estaba en huelga desde que ella sufrió el accidente. Nunca antes había sentido tal impotencia. Erguirse era otro de sus mayores problemas. Las noches eran aún más largas que los días debido a que no podía controlar su cuerpo. Siempre había sido una mujer inquieta. Dormir en la misma posición durante toda la noche era inconcebible.
Cabe decir que si no hubiera sido por Fran, muchos de sus problemas serían otros. Aún recordaba la primera vez que se lo hizo encima. Qué vergüenza, una mujer de su edad... nunca más volvió a suceder. Pero aquella noche notaba cómo un líquido espeso recorría su pierna izquierda. No comprendía cómo era eso acaso posible. La sensibilidad en aquella zona era nula. No sentía nada de cintura para abajo. Sin embargo, la sensación era tan real que la había despertado de la siesta en varias ocasiones. Tal vez no fueran más que imaginaciones suyas.
Habían pasado varias horas. El reloj de pared se había vuelto a parar. Esta vez a las siete y veinte pasadas. Desde que ella no se podía encargar de darle cuerda, solía ocurrir un par de veces por semana. Incluso el tiempo de tanto en tanto se ponía de acuerdo para detenerse en aquella estancia. El accidente había afectado tanto a su vida que, al igual que sus piernas, no era de extrañar que las manecillas se cansaran de funcionar. Aunque esta vez había algo extraño en las manecillas que le inquietaba. Éstas no avanzaban en absoluto, la hora se mantenía intacta, y aun así podía escuchar el tañido del reloj. Fijó su mirada en la esfera y pudo observar que el segundero giraba en sentido anti horario. El tañido se hacía cada vez más intenso, más denso; distorsionaba su visión.
Despertó empapada en sudor. Fran estaba junto a la cama. Había estado intentando despertarla con la campana empleada para llamar al servicio.
- ¿se encuentra bien, señora?