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Primero fue la duda III

Publicado: Dom, 14 Jun 2015 14:56
por Raul Muñoz
Quico era un tipo duro, un hombre de la acción más que del pensamiento y la palabra. Afloraba en él lo más recio del carácter y en pocas ocasiones su parte más sensible.

—Realmente me emocioné. —dijo Quico.

—Ya vi amigo. —contestó Ezequiel.

— ¿Quieres que prepare café mientras esperamos a Luisa?

—Sí, es buena idea. —contestó Quico limpiándose una lágrima que caía por su mejilla.

—Sabes, amigo Ezequiel, a veces me siento tan cansado. Todo me parece muy triste, no sé si mi corazón seguirá aguantando duro como una roca o estallará en pedazos. Sinceramente, a veces me veo como una bomba de relojería presta a estallar en cualquier momento. A veces me siento como el hierro trabajado a golpes en la fragua. Ya de niño me asustaba el rostro ajado de mis padres; un hombre y una mujer golpeados sin piedad por la vida. Nunca encontré una dulce sonrisa, suficiente tenían ellos con sobrevivir. Mi infancia fue una noche larga y fría.

—Cuanto lo siento, querido Quico, por lo que explicas tú vida debió de ser muy dura.

—A mí nadie me dio la bienvenida. No llegué en buen momento, pero para mis padres nunca hubo buenos momentos. La vida de estos fue muy dura, pasaron muchas calamidades.

—Que triste que la vida a veces sea tan injusta. —dijo Ezequiel emocionado.

—A veces me he visto en sueños buscando en las vísceras de un animal muerto. También vomitando sangre. ¡Es espantoso! ¡Tanto odio y resentimiento! Estoy podrido por el odio que lacera mis entrañas. Siempre ando apresurado, huyendo del incendio que se propaga a mi paso, por eso todos me ven como un hombre de acción. Para mí, amigo Ezequiel, resulta muy penoso vivir cuando pesan sobre mis espaldas tantos años de sufrimiento.

Es tan duro volver la vista atrás para contemplar a los hombres y mujeres que perecen en un penal, la desnutrición con atisbos de muerte que se cierne sobre tantos niños, la miseria acumulada y sostenida por gente rica y sin escrúpulos.


Quico continuaba hablando, las lágrimas cada vez más abundantes resbalaban por sus mejillas...

—Como olvidar las penas infringidas a mis propios familiares: braceros y jornaleros. A cada paso vuelvo la vista atrás y, entonces, me detengo y espero. Los desaparecidos y torturados en las cárceles de la muerte ya no volverán, los que entregaron su vida por un noble ideal allí quedaron para el recuerdo. Quiero andar, pero sin dejar de volver la vista atrás y tender mi mano a los que no pueden o no les dejan caminar. Ésta es, amigo Ezequiel, la realidad de la humanidad embrutecida y vilipendiada por el dinero y el ansia de poder. Solo queda una forma de que la humanidad avance y sea algo digno de elogio: la solidaridad.


Quico quedó exhausto y ahogado en su propio discurso. Ezequiel lo rodeó con sus brazos y permanecieron abrazados en la paz más humana. Una aureola sagrada los envolvía. Ezequiel vio una imagen con total nitidez: las puertas de un enorme templo se abrían de par en par y él entraba levitando en el aire cual ángel alado.
***


«Que triste todo. Pobre Quico, la vida no lo trató muy bien. Y al fin y al cabo, ¿qué es la vida? ¿Quién decide qué ocurre o deja de ocurrir? ¿Existe el destino? ¿Acaso existe Dios? ¿Tiene alguna finalidad la vida? Um… no sé cómo he llegado a cuestionarme la existencia de Dios. Así es, no puedo engañarme a mí mismo. Más allá de lo divino está lo mundano. No se puede vivir únicamente en el mundo de las ideas. ¿Qué son las ideas, acaso tienen vida propia? ¡Qué bello el mundo platónico de las ideas! ¡Qué placer la vida contemplativa! ¡Y qué falacia! En un mundo en guerra no queda más que luchar por la vida. ¡Qué confuso resulta todo! No hay nada claro. ¿Estoy soñando o estoy despierto?».

Ezequiel estaba solo y abandonado a la merced de sus pensamientos caóticos. Sintió una ligera sensación de mareo y como los muebles y paredes se tambaleaban. También bailaba el suelo bajo sus pies. «Necesito un poco de aire fresco».Se puso torpemente la chaqueta y bajó a la calle.

Se tambaleó por las calles. Su muerte parecía inminente. «Estamos abandonados como niños extraviados en el bosque». Miraba a la gente y sólo veía caras desfiguradas por el pánico. « ¡Resulta grotesco el abandono cuando hay tanta gente a mi alrededor! ¡No soy más que el personaje de una tragedia! ¿Quién es el demiurgo?». Sus pasos vacilantes lo llevaron a una casa pequeña; una planta baja en una calle poco transitada.

— ¡Dios mío, Ezequiel, dichosos los ojos que te ven! ¿Te encuentras bien hijo mío? —dijo la mujer de mediana edad y con el rostro maquillado.


Recobró algo de lucidez, creyendo despertar de un sueño. Recordó con emoción aquel rostro y se abrazó a la mujer.

— ¡Magdalena mi amor!

—Pero, ¡bendito sea el señor! Si eras casi un crío la última vez que te vi. Nunca pensé que te volvería a ver. –decía Magdalena haciendo pasar a Ezequiel.

— ¿Diecisiete o dieciocho años? —preguntó Magdalena.

—Serían diecisiete años.

— ¡Madre mía! Ahora me parece que fue ayer. Yo estaba más joven y más guapa, no ahora que me convertí en una vieja.

—Tú siempre serás una bella mujer.



Se sintió alagada y le indicó que se sentara en un cochambroso sofá, ofreciéndole algo de beber. Ezequiel miraba a su alrededor, todo estaba prácticamente igual, incluso el sofá gastado en el cual tantas veces se sentó años atrás.

—Recuerdo la primera vez que te vi. Nunca antes había visto a alguien tan tímido y delicado. Que gracia me hizo cuando vino una de las chicas y muy seria me dijo: «Magdalena, un cliente especial, anda ve tú por favor».

—Si no recuerdo mal, explicabas algo de un seminario y ciertas dudas que te embargaban con respecto a qué se sentía estando con una mujer.

—Sí, Magdalena, así es. Resulta que yo había comenzado el seminario de teología y quería asegurarme de no sentir atracción sexual, ya que mi carrera sacerdotal no lo permitía.

—¡Bendito mozuelo! –exclamó Magdalena riendo a carcajadas.— Ahora recuerdo, estabas hecho un flan. Pasamos mucho tiempo hablando sobre la existencia de Dios, tanto aquel día como otros que viniste. Nunca hicimos nada. También yo te conté cosas de mi vida.

—Sí yo también recuerdo que hablamos sobre muchas cosas. La verdad es que me ayudaste mucho.


Magdalena cogió un paquete de tabaco que había en la mesita y ofreció un cigarro a Ezequiel, que aceptó la invitación.

— ¿Qué ha sido de tu vida? ¿Te hiciste sacerdote?

—Pues mira, eso mismo me trajo aquí.

— ¿Cómo es eso?

—Me falta muy poco para graduarme, en dos días tengo los exámenes finales. Mañana tengo una cita importante y habré de tomar una decisión.

—Una decisión… ¿sobre qué?

—Dudo de mi fe y me estoy planteando abandonar el seminario, pero no lo tengo claro. Temo equivocarme al tomar una decisión tan importante.

-¡Acabáramos! Aún sigues con la duda.


Se hizo el silencio. Interrogó a los ojos de Magdalena para hallar respuesta. Ella lo miraba con compasión.

—Estoy hecho un lío. ¿Qué me aconsejas tú?

—Las mujeres que más sabemos de la vida no vamos dando consejos a los hombres, nos pagan por ser discretas. Discúlpame mi cielo —dijo Magdalena levantándose de la silla y arreglándose el pelo— me reclaman y no puedo entretenerme. Ha sido un placer volver a verte. Cuando quieras pasar aquí estoy.

—No te preocupes, te estoy muy agradecido. Eres la mujer más bella que he conocido.

—Anda, anda, no seas zalamero —dijo Magdalena abriendo la puerta.


Volvió sobre sus pasos. Se alejó de la casita luminosa que brillaba cual luciérnaga enamorada.***



-¿Me permite mozo que me siente? —dijo una señora mayor, sacudiendo el hombro de Ezequiel.


Absorto en sus pensamientos, viajaba en los ferrocarriles catalanes con dirección al Monasterio de Montserrat. Tenía una cita ineludible con el padre Miguel. Durante el trayecto su vida se proyectó en su mente. Recordó la casa donde pasó su infancia en un pueblecito del pre pirineo. Creció siendo el hijo único de unos padres huraños, curtidos en las labores del monte. Su infancia fue áspera y no conoció las palabras amables.

«Me despreciaban y querían deshacerse de mí cuanto antes. Por eso, con tan solo trece años, me enviaron a vivir a casa de la tía Montse». Y vio a lo lejos la montaña de Montserrat. La hermana de su madre era una solterona que rondaba los cuarenta. « ¡Era insoportable la cuarentona amargada! Ella trajino para que me hiciera sacerdote». Montserrat cada vez estaba más cerca y vio el Monasterio.

Y recordó al padre Anselmo, la primera persona amable con él. También sus palabras: «Que chico tan hermoso y especial. ¡Pero si eres todo talento! Ya se te ve en la mirada». El trayecto llegaba a su fin y una mueca se dibujo en la comisura de sus labios.

Salió con asco del tren y cogió el cremallera que lo llevó a lo alto de la montaña. Llegaba al monasterio cuando vio un corrillo de sacerdotes que salían de misa. Sus miradas se cruzaron y una sensación de extrañeza lo envolvió por completo. Recordó que la amistad no terminó nada bien. El padre Anselmo se fue distanciando, se mostraba despreciativo con él porque no quiso complacer sus demandas sexuales. Sus compañeros de clase hacían comentarios sobre el padre Anselmo: «Siempre busca engatusar a los chicos diciéndoles lo especiales que son y todo eso». Y sintió la puñalada que rajó sus entrañas, pero aun así entró en la salita de recepción con gesto decidido.

—Hola, tengo una entrevista con el padre Miguel.

— ¿Es usted Ezequiel?

—Sí soy yo.

-Puede pasar, lo están esperando. –dijo la recepcionista con cara de asco.


Y entró en el despacho del padre Miguel con un ligero temblor aún en sus piernas.

—Bien, Ezequiel, ¿qué te trae por aquí? La verdad es que me intrigó que solicitaras la entrevista. —dijo el padre Miguel, indicando a Ezequiel que tomara asiento.

—Vine padre —contestaba Ezequiel con voz temblorosa— porque quiero darme de baja del seminario.

— ¿Me estás diciendo que quieres abandonar tú carrera sacerdotal?

—Sí, em... eso es. —balbuceó.

-¡Pero por dios santo! Si te resta la última semana para convertirte en sacerdote, tras siete años de estudios.


Viendo que Ezequiel se quedaba mudo, el padre Miguel trató de alargar la conversación y sonsacarlo.

— ¿Dudas de la existencia de Dios? ¡Contéstame hijo mío, por el amor de Dios!


Se hizo un silencio que casi duró un minuto, la tensión hacia vibrar el pequeño despacho. Ezequiel se armó de dignidad y valor. Con una voz firme y humilde se dirigió al padre Miguel, mirándolo fijamente a los ojos.

—Sepa usted que primero fue la duda. Además, dependiendo de quién y cómo formule las preguntas, yo estoy en mi derecho a no contestar.

—¡Hablas como un hereje, un comunista! ¡A saber con quién andas tú por Barcelona!



Abandonó la plaza del monasterio a paso ligero. Mirando de reojo vio una estatua de mármol: un sacerdote en medio de un obrero y un capitalista posando ambas manos en los hombros de estos, en un claro gesto de reconciliación. Dirigiendo una mirada de desprecio a la estatua recordó a su amigo Quico.***



El timbre sonó con insistencia y urgencia, tantas veces que despertó a Ezequiel, y a algún que otro vecino molesto por la inoportuna llamada.

-¡Ezequiel abre por favor, soy Luisa!


Se sobresaltó y le dio un vuelco el corazón. Luisa entró por el recibidor llorando y se lanzó a sus brazos.

— ¿Dónde estabas? Me costó encontrarte. —preguntó Luisa.

—Estuve arreglando uno asunto, pasé el día fuera de la ciudad.

—No sabes la que se ha liado aquí. La ciudad arde. Aún no han conseguido apagar todo el fuego.

— ¿Qué ha pasado Luisa?

— ¡Lo que tenía que pasar, lo que tenía que pasar!

— ¿Qué es lo que tenía que pasar?

—El día siguiente al funeral se entregaron firmas en la Delegación del Gobierno y se solicitó una entrevista con el Consejero de Interior.

— ¿Y…?

—Los muy hijos de… se negaron a recoger las firmas y dijeron que nada tenían que hablar, que ellos no tenían ninguna responsabilidad, que en todo caso la responsabilidad era de los padres de Josué por no cuidar bien de él. El consejero salió más tarde del edificio y se mofó de los familiares y personas concentradas, que reclamaban justicia.

—Cálmate un poco —dijo Ezequiel abrazando a Luisa.

— ¡Ezequiel cogieron a Quico! —exclamó Luisa tirándose de los pelos.

— ¿Y cómo fue eso?

—Una guerrilla urbana de alrededor de seiscientos jóvenes prendieron la llama de la justicia. Barcelona es un estado policial, las autoridades decretaron el estado de sitio. Incluso llegaron a salir algunos tanques del ejército. Delegación prendió en llamas, también el ayuntamiento.

— ¡Por el amor de Dios, que horror! —exclamó Ezequiel llevándose las manos a la cabeza.

— ¿Qué se sabe de Quico?

—Hay como cien detenidos, de ellos no se sabe nada, en estos casos las autoridades no proporcionan ninguna información. Recuerda que decretaron el estado de sitio y salió el ejército a la calle. Lo que es seguro es que estarán siendo torturados, sino los asesinan impunemente.

— ¡Quico amigo mío! —exclamó Ezequiel rompiendo a llorar.

—Está bien, tratemos de calmarnos. Tenemos que pensar con claridad. — dijo Ezequiel dirigiéndose a la cocina.

— ¿Quieres un café?

—Sí, lo necesito, y también un cigarro. —contestó Luisa.


Los dos tomaban café y fumaban un cigarrillo. Luisa le explicó con más detalle todo lo sucedido. Ezequiel sostenía su mano.

—Ezequiel, nos han estado vigilando durante la última semana.

— ¿Quién?

— ¡Quién va a ser, la policía! Llevaban meses tras la pista de Quico, suelen hacerlo cuando alguien resulta peligroso para las autoridades.


El rostro de Ezequiel se tornó pálido y se agarró con fuerza a la silla.

— ¿Y qué quieres decir con esto?

—Pues que vendrán también a por nosotros. —contestó Luisa.

— ¿Y qué hacemos Luisa?

—Tenemos que separarnos e ir cada uno por nuestro lado. Buscar algún lugar donde escondernos hasta que pase todo esto. Yo ya tengo a donde ir. ¿Tú sabes de algún lugar?

—Creo que sí.

— ¿Te quedas esta noche a dormir? —preguntó Ezequiel.

—No podemos arriesgarnos, debemos escondernos cuanto antes.


Ezequiel se despidió de Luisa que corriendo bajó las escaleras. Se quedó solo y sentado en una silla. Miró una pequeña fotografía con una dedicatoria escrita a bolígrafo:

«Para mi buen amigo Ezequiel,
con mucho cariño, Quico Sabaté (18 de abril de 1959)».

Y rompió a llorar como un niño.***



Retumbaban en sus oídos las últimas palabras del padre Miguel. Se maquilló frente al espejo y se puso un bigote postizo. Salió disparado a la calle. «Hace tiempo que dieron la orden en el monasterio para que me espiaran. Ya han tenido que recibir muchos informes sobre mi actividad en Barcelona. Fue un golpe de suerte que no me detuvieran ayer». Se cruzó con un vecino por las escaleras y vio la muerte reflejada en su mirada. Y escuchó una voz grave que le decía: « ¿Ves la muerte reflejada en su rostro? A que sí Ezequiel. Eso es lo que te espera a ti. Te buscan para matarte. ¡Corre alimaña!». Se asustó al escuchar aquella voz, que para nada parecía divina. Era la primera vez que la escuchaba. Tropezó y cayó por las escaleras. Cuando llegó al recibidor del portal pudo ver su rostro reflejado en el amplio espejo. Se sintió ridículo y humillado. En sus oídos no dejaba de zumbar aquella voz que repetía riendo a carcajadas: «Eres patético lo ves, te aplastaran como a una cucaracha, ¡anda corre alimaña!». Andaba tropezando por la calle. «No tengo otro lugar donde ir, creo que puedo confiar en ella». Se le ocurrió buscar refugio en la casa de Magdalena. Y la voz volvía con insistencia: « ¡Pobre diablo! ¿Piensas fiarte de una prostituta? Eres ridículo Ezequiel. Anda corre alimaña que tú mismo caerás en la boca del lobo. ¡Te van a matar, te van a matar! ¡Corre alimaña!».

«Huir, huir, salvar el pellejo». Su pulso se disparó y recorrió veloz las calles de la ciudad. Se cruzó al paso con un chico que se aproximó hacia él, puede que para preguntar la hora. Y vio como el chico sacaba un enorme machete de su cazadora.

«Lo ves, lo ves, —le decía la voz— con eso te van a rebanar el cuello. ¡Eres patético Ezequiel! ¿Acaso, llegaste a pensar que eras alguien Divino? Pero, ¿quién te has pensado que eres? ¡Anda corre, huye alimaña que es para lo único que sirves!».

Arrancó a correr. «Magdalena puede que este al corriente de todo y colabore con la policía. Me habrán espiado desde hace mucho tiempo. A saber si no fue el padre Anselmo quien mandó que me espiaran».

Magdalena abrió la puerta y observó con espanto a un hombre con el rostro desencajado, que temblaba de pies a cabeza.

— ¿Quién eres, qué quieres?

—Soy yo. —dijo Ezequiel quitándose el bigote postizo.


«¡Mira aquí está la que te venderá al diablo!» —repetía la voz con tono burlón. «¿Qué hago, me quedo o me voy? ¿Sí o no? ¡Oh señor ayúdame!». El señor no acudió en su ayuda, sólo escuchó la voz que le repetía: «Eres patético Ezequiel. No sirves para nada. ¡Te van a matar, te van a matar!».

—Anda pasa cielo. —dijo Magdalena cogiendo de la mano a Ezequiel, que no se decidía.

— ¿Qué te ha pasado criatura?

—Vienen tras de mí, me quieren matar. —dijo Ezequiel echándose a llorar.

— ¡Bendito sea Dios! ¡Cómo dices esas cosas! Hijo mío, ¿quién va a querer matarte?

—Los sacerdotes del Monasterio de Montserrat y la policía.

— ¿Qué me estás diciendo?

—Sí. Los sacerdotes me vigilan desde que empecé a cuestionarme la existencia de Dios. La policía se alió con ellos porque andaban tras la pista de Quico, mi buen amigo.


Magdalena lo pasó a la salita y le indicó que se sentara en el sofá.

—Voy a traerte una tila, te irá bien para tranquilizarte.


Asintió con la cabeza y se sintió confiado. Y la voz volvió a sacudirlo: «Ja ja ja… acabarán contigo antes de lo previsto. ¡Eres tan estúpido! No estarás pensando en tomar el brebaje que te ofrece la prostituta. ¡Pobre diablo! Te van a envenenar y sigues aquí sentado con cara de bobo. ¡Corre alimaña que aún estas a tiempo! ¡Corre que te van a matar!».

Hizo el gesto de levantarse, pero Magdalena lo empujó suavemente hacia el sofá y puso en sus manos la taza de infusión.

—Anda bebe, esto te sentará bien.


Sostenía la taza con una mano y con la otra la cucharilla. «Estoy moviendo la cucharilla hacia la derecha, en la dirección de las manecillas del reloj. ¿Por qué hacia la derecha y no hacia la izquierda? ¿Qué hago, la muevo hacia la derecha o la izquierda? Debería saber antes que pasará en función de en qué dirección mueva la cucharilla. Es posible que si la muevo hacia la derecha viva y si la muevo hacia la izquierda me maten. Pero, también puede ser a la inversa. ¿Cómo saberlo? ¿Qué hago entonces?».

Y la voz se añadía a sus pensamientos: «¡Patético, pa-té-ti-co! ja ja... ni de eso puedes estar seguro. Pero yo sí estoy seguro de algo: ¡te van a matar!».

—Ezequiel, cariño, voy un momento a ver cómo están las chicas. Ahora vengo. —dijo Magdalena al salir de la salita.


«¿Y si ha ido a llamar a la policía? Entonces vendrán enseguida y estaré perdido». «Pues claro idiota -le decía la voz- ¡ya te lo dije! Estás en la boca del lobo, solo es cuestión de tiempo el que te encuentren y te maten. ¡Corre alimaña, a qué esperas, corre!».

Salió disparado y la taza de tila cayó al suelo. Se encerró en una de las habitaciones que había vacías.
Atrancó la puerta como pudo; colocó los muebles que halló a su alcance y la cama. «¡Nadie puede abrir esta puerta o estoy perdido!».

Al otro lado de la puerta se escuchó una voz firme y segura:

—Policía, abra la puerta por favor. No le haremos daño.
-¡No pienso abrir, me queréis asesinar como a mi amigo Quico! — exclamó Ezequiel.


Magdalena miraba con cara de preocupación a los agentes de los Mossos d'Esquadra.

—Señora, no queda más remedio, tendremos que tirar la puerta abajo.
***



«El 14-N termina con disturbios en Madrid y Barcelona:

Las manifestaciones de apoyo a la huelga general y contra los recortes del gobierno han dado paso en Madrid y Barcelona a fuertes enfrentamientos entre grupos de manifestantes y agentes de policía y Mossos d'Esquadra...

... Ester Quintana, de 42 años, perdió un ojo por un impacto en la manifestación del 14N y sostiene que su lesión fue producto del lanzamiento de un proyectil por parte de los Mossos d'Esquadra...

... Felip Puig negó que los Mossos d'Esquadra hubieran lanzado pelotas de goma el 14N y llegó a sugerir que habían sido los propios manifestantes quienes habían herido a Ester Quintana...

... Un vídeo publicado en YouTube mostró a un antidisturbios usando una lanzadora —que dispara proyectiles de 40 milímetros de diámetro y que es más precisa que las pelotas de goma— en la confluencia de la plaza de Cataluña con Ronda de Sant Pere, a menos de 100 metros de donde Quintana resultó herida».


Ezequiel comprendió que aquel locutor de televisión le hablaba a él con especial interés. «Un mundo en guerra, un mundo en guerra...». Una chica con bata blanca se paseaba por el salón y lo miraba atentamente. «Será un agente del clero que me vigila. Ellos esperan que me decida, que responda a su pregunta; ¡buscan sus feligreses! No le gustó al padre Miguel la respuesta que le di en aquella ocasión y puso todos los medios para que me encerraran, privándome de mi libertad. Siendo así, ya no soy libre para elegir. ¡Cuánto te echo de menos amigo Quico!». Y de repente sintió como una mano se posaba en su hombro.

—David, tómate la pastilla. —dijo con voz reseca la enfermera.

—¡No me llamo David! Soy el profeta Ezequiel, amigo del guerrillero Quico Sabaté. Tenía un mensaje que ofrecer al mundo y creo que cumplí con ello.

—Sí, sí, ya… pero tómate la pastilla.



FIN

Re: Primero fue la duda III

Publicado: Mié, 08 Jul 2015 6:14
por Administración Alaire
Sale de la Sala de Espera.