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Mi amiga ( II )

Publicado: Vie, 12 Jun 2015 21:15
por Raul Muñoz
2. UN GATO NEGRO

Antes de conocer a mi amiga, siempre había pensado que los gatos no tienen vida social. ¿Vosotros no? Pero me equivocaba. Michina tenía vida social y se relacionaba con más gatos. Un día la vi con un gato negro. Éste sí que era un gato rechoncho y gordo. Era muy fiero y huraño. Llevaba un ojo rasgado y magullado de alguna pelea con otro gato. Yo estaba echándole algo de comer a mi amiga y apareció el gato negro. Maullaba de forma muy desesperada, muy exigente. No me causó buena impresión en un principio. Yo solía desconfiar de todo aquello que fuera muy agresivo o exigente, igual que con las personas. Y este gato parecía la típica persona que viene a pedir, cualquier cosa, de malas maneras. Sin embargo, me daba pena cuando veía su ojo magullado. Sostenía con mi mano lonchas de jamón dulce y el gato daba zarpazos. Tenía que andarme con mucho cuidado, él no tenía miramiento ninguno y no le importaba, nada en absoluto, arañar mi mano y hacerme daño. Al final resultó divertido. Subía más y más mi mano y el gato saltaba en el aire para agarrar la loncha de jamón.

Con el tiempo fue habitual su presencia en el barrio. Mucha gente, también aquellos niños tontos, decían que traía mala suerte porque era negro. Fijaos, ¡qué cosa más absurda! Otra estupidez de los mayores. Aquellos niños decían esto porque lo escuchaban en su casa; repetían como loros. Todos acabaron por cogerle manía al gato. El «gato negro» lo llamaban. Yo lo llamaba Negrito, le había cogido cariño. Además, si mi amiga disfrutaba de su presencia por algo sería. Sin lugar a dudas, ella era más sabia que aquellos niños tontos y sus estúpidos papás.

—¡No le tiréis piedras!

—¡Es un gato negro, trae mala suerte! —gritaban todos a coro.

—No digáis tonterías, es un gato igual. ¡Nada importa que sea negro!

—Sí, sí... —decía un niño cabezón, uno de los más tontos— que lo escuché como lo decía mi papá, que los gatos negros son gafes.


El gato conseguía escapar. Y yo, más tranquilo pero bastante hastiado, me retiraba. ¡Me parecía tan absurdo todo aquello! No me juntaba mucho con los niños de la calle del bar. Por aquel entonces, llevábamos poco tiempo en el bar. Mis papás antes tenían otro bar en otra calle. Allí sí tuve amigos. A veces, me acordaba de ellos y los echaba de menos. Con algunos seguía juntándome, pero, al estar más lejos, ya no era lo mismo. Esto me entristecía y abrumaba. Cuando llegamos a aquella nueva calle, me sentí muy solo. Pensaba que algo terrible iba a pasar. Me parecía tenebroso mi futuro y algo presentía, no sabía el qué. Vendría a ser lo más parecido a pensar que pasarán cosas malas. Menos mal que encontré a mi amiga, gracias a ella me sentí algo mejor y dejé de pensar aquellas cosas espantosas.

Por otra parte, el bar también era divertido. Conocías a mucha gente. Me acuerdo de un señor mayor, muy simpático. Estaba un poco chiflado, pero a mí me caía bien. Recuerdo, a la perfección, que era sevillano, de Coria del Rio. «Ay Coria, Coria del Río, pueblo donde yo he nacido, te quiero con ilusión...» Aquella canción sonaba en el tocadiscos del bar.

—¡Ay qué grande es mi Coria del Río! ¡Qué grandes somos los sevillanos!

Mi papá lo miraba con desprecio, no le caía muy bien. A mi mamá sí, y a mi hermano también. Nos reíamos mucho con él. Era muy simpático y cariñoso el señor.

—¡Gorrión qué grande que eres!

—¡Hola señor Carrasco!

—Ya cuidaste a la gata, la Michina como tú la llamas. —decía pasando su mano por mi cabeza y despeinándome, como a mí me gustaba.

—Sí, sí, señor Carrasco. Me hice muy amigo de ella.

—Eso está bien gorrión. ¡Qué talento que tienes! —decía con alegría y mirando a mi papá.

—No le digas eso al niño, a ver si se lo va a creer. —decía mi papá con cara de asco.


Pero, ¿qué le pasaba a ese hombre, a mi papá? No le gustaba nada. No entendía por qué se tenía que enfadar, si aquel señor se portaba bien conmigo y me decía cosas bonitas. Y eso de «a ver si se lo va a creer», ¿qué significaba? ¿Vosotros lo sabéis, lo escuchasteis alguna vez? El señor Carrasco siempre decía que él de joven había sido bailarín.

—¡Qué gran bailarín que he sido! ¡Ole, ole y olé! —exclamaba dando unos pasos de baile flamenco y taconeando el suelo.


Yo me reía, me lo pasaba bien. ¡Era tan divertido aquel señor! ¿Habéis conocido alguna vez a alguien así? Mi mamá también se reía. Luego, cuando aquel no estaba, solía decir que estaba un poco chiflado. Mi papá decía lo mismo pero sin reírse. A mí me gustaba porque era uno de los pocos adultos que siempre reía, parecía un niño. Normalmente, los adultos siempre están serios y quieren dárselas de importantes. Ellos lo llaman mantener las formas. ¡Si supieran lo ridículos que llegan a ser! Pero no, parece ser que ellos se ven a sí mismos como personas serias y responsables; muy respetables. Vaya, que ya no son niños, ahora son adultos. Y, claro, no hacen «niñerías», «cosas de niños» como dicen ellos. Precisamente, eso es lo que me querían enseñar en la escuela: ser adulto y dejar de hacer cosas de niños. Y, por esto mismo, a mí no me gustaba la escuela. ¡No quería ser un estúpido adulto!

Mi papá era uno de aquellos adultos. Era un hombre no muy alto y muy delgado. Si alguna vez tuvo un brillo en sus ojos, por aquel entonces se había apagado totalmente. Eran castaños, pero de un castaño airado y oscurecido por la vida. Su rostro estaba muy escuálido. Lo más grande eran sus manos. ¡Eran enormes! Con ellas cogía las botellas para llenar los vasos de vino en el bar. ¡Con una sola mano! Yo, a veces, intentaba coger las botellas igual, pero no podía, tenía que emplear las dos manos. Su rostro siempre me pareció raro. Estaba bastante calvo, es posible que por eso me resultara extraño. Tiempo atrás, me parecía que su cara era distinta a la de otros hombres y papás. Ya dije que siempre estaba de mal humor. Pero, tampoco fue siempre así. Muchos años atrás, no estaba tan serio. Su mal genio empezó poco a poco y cada vez fue a más. Por eso yo intuía algo malo. Recuerdo que jugaba conmigo, eso sí, muy pocas veces. Jugábamos a peleas y él me daba tortas, en broma, con sus grandes manos. Yo cerraba los ojos y él reía.

En el colegio, en aquel curso, tenía a la profesora Rosi. Creo que ya hablé de ella. Sin embargo, en otros cursos anteriores tuve otros profesores y no todos fueron buenos. Con mis diez años, yo debería estar en quinto de EGB. Pero, como repetí segundo, iba un curso por detrás de los otros niños. A mí me daba mucha pena y solía pensar que yo era tonto. También fui dos años a clases de repaso. Lo llamaban clases «especiales». Claro, a mí aquello me confundía y no sabía qué pensar; si eran para niños especiales, o niños tontos y retrasados. Por otra parte, tampoco me cuadraba que yo fuera más tonto que otros niños, después de ver lo sandios que podían llegar a ser. Sin embargo, no podía dejar de sentirme, en demasiadas ocasiones, como un tonto. ¡Qué confuso y desagradable que resultaba! ¿Os pasó algo parecido alguna vez?

Publicado: Sab, 13 Jun 2015 9:33
por Ventura Morón
Amigo Raul, atraviesas un paisaje de desencanto y singularidad. La singularidad lleva consigo un halo de soledad inevitable, pero que se torna en compañía sincera de los auténticos similares que, los hay, en el camino.
A veces los adultos no son concnscientes (bueno, no lo somos, jeje), de todo lo que cada palabra y cada gesto representa en el mundo sensible de un niño, por ello, el corazón debe estar abierto (creo yo) para responder con la verdad vivida, con sus pros y sus contras, pero sobre todo, con el convencimiento del potencial impresionante y diferente que guardan en su hueco unas pequeñas manos vacías.
Descargas esta ternura, que viene a ahondar en la profunda mirada que puede tener un niño, y la dimensión de sus pensamientos.
Un fuerte abrazo Raul, aquí contigo amigo

re: Mi amiga ( II )

Publicado: Dom, 14 Jun 2015 22:58
por Raul Muñoz
Muy interesante lo que comentas de la singularidad, amigo Ventura. La verdad es que siempre me he sentido bastante aislado en mi entorno, y aún me sigue sucediendo. Tiene sus pros y sus contras.
En este relato vuelco vivencia y recupero mi voz más auténtica.

Es una inmensa alegría tu compañía. Hemos podido conectar, que ya es mucho en un foro virtual. Seguiremos en contacto, y ojalá algún día también podamos conocernos en persona.

Te envío un fuerte abrazo, amigo.